jueves, 11 de julio de 2024

PASATIEMPO POETICO -4-7

PASATIEMPO POETICO 
UN ROMANCE DE MELÉNDEZ VALDÉS
RICARDO MONNER SANS
1921
4-7
Es más probable que esta dama, de cual hermosura se hacen lenguas sus contemporáneos, 
 (1) *(1) Era Rosana, según el ilustre escritor Marqués de Valmar, una hermosa doncella a quien conoció Mesonero Romanos, poseedor de un retrato de la dama, que le enviara el citado marqués, acompañándolo de una nota explicativa. Llamábase Rosa de la Nueva y Tapia y había nacido en Cantalapieda *
 no diera oídos a las locas pretensiones del apasionado amador, quien, al verse desairado, volvió sus ojos hacia una Filis, doncella que, por sobra de altivez, no quiso unir su suerte a la del melifluo vate.
acabando éste, tras otros fugaces amores, por casarse con Doña María Andrea de Coca, de la noble familia de los Maldonados, de Salamanca.
Según se va viendo fué el poeta de
suyo enamoradísimo y de ello no cabe duda, pues, dirigió versos a varias doncellas cuales verdaderos nombres ocultaba, dándolas a conocer con los de Filis, Dorila, Galatea, Cloris, etc., hasta el número de doce, si no hemos contado mal ; y aun cuando varios de estos arcádicos nombres estaban entonces en moda, y eran cantados por cuantos poetas y rimadores pulsaban la lira anacreóntica,
siempre queda en pie de certeza de que, siendo más o menos reales, Meléndez Valdés anduvo en amórios, no bucólicos, con  varias doncellas moradoras en la sapientísima Salamanca.
Joven, apuesto doncel, de imaginación ardiente y dotado de no vulgar inspiración poética, tanto más seductora cuanto más se alejaba de la frialdad y tiesura pseudo clásica entonces en boga, no sorprenderá ciertamente que él, Batilo, diga de sí :
No hay pastorcilla alguna
que huya de mis cariños desdeñosa.
Su guirnalda de rosa
me dio ayer Galatea,
Filis este cayado,
y este zurrón leonado
la niña Silvia que mi amor desea;
mas yo a Filena quiero,
ella me paga, y por sus ojos muero.
La reposada lectura de las poesías amatorias, nos revelan algunos secretitos del autor e inducen a sospechar que, temperamento por demás juguetón y voluble, tornadizo y ligero, sabía disculpar las veleidades femeninas, quizás por que ellas eran, en el fondo, un justo castigo a su incesante mariposeo.
Así, por ejemplo, en las dedicadas a Dorila, después de hablar de sus niñeces, la recuerda más tarde como afecto ya olvidado— Odas XXIX y XXVI, — sin perjuicio de hacer referencia a sus celos en la Oda XLII. Una nota escrita por el propio autor avisa que revisó, lo que implica decir que retocó, las Odas a ella dirigidas, desde la LV a la LIX.
En la titulada El consejo de amor, dice :
No temas, no, que ofendan
con culpable osadía
su rosicler hermoso
aunque blanda te rindas.
Aun más frío qué ardiente
a nada más aspiran
que a un inocente beso
las esperanzas mías.

Por tí dejé en el valle,
por tí, beldad altiva,
con vuelo desdeñoso
mil lindas florecillas.
¿Se refería a Rosana, casada ya? Cierto que en esta mis-ma poesía se habla de Dorila, a quien le dedica luego la Oda  VI, pero, ¿no cambiaría el nombre a su amada, como Herrera a la suya?
¿Para qué mi Dorila
son los floridos años
de nuestra frágil vida?
se pregunta el poeta, si bien este concepto es lógico en la  pluma del soñador del Tormes.
La real, no supuesta Pilis, le da ocasión para escribir va-
rias
odas, tres letrillas y un idilio, pintando la altivez de la  doncella, y así le dice, dirigiéndose a una paloma que parece  ocupar preferente sitio en el corazón de la damita :
que son para tu dueño
agravio las finezas.
De que Filis era una hermosura no fingida por la poética mente de Meléndez Valdés, sino real, se adquiere la certeza con leer los romances XI, XIX, XXIV y XXXII, varios sonetos, la elegía II y el Epitafio de su sepulcro, así como vanas odas.
Con el sobadísimo nombre de Galatea encubriría probablemente el verdadero de otra doncella a quien le pidió el "sí"
— Oda II — ;que le corespondió — Odas III a VIII — ;que se le mostró más tarde indiferente — Odas XI a XV — y de la que finalmente, se desvió — Oda XVI.
Pudo también existir Cloris, pues, sobre darnos de sus amores con ella, detallaba cuenta en varios romances, no solo deplora su ausencia en el XXIII, sino que de ella evoca recuerdos en la Silva VIII, y nos la retrata en la Elegía IV. 
Difícilmente un poeta del temperamento de aquel en quien nos ocupamos, acierta a dar a lo no existente tal sensación de realidad.
Para demostrar una vez más, la costumbre entonces en uso, de dar nombres pastoriles a las damas, bastaría recordar que la Duquesa de Alba es la Silvia del romance XII.

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