lunes, 22 de julio de 2024

EL G. CONFLICTO - 54-57

EL GRAN CONFLICTO

HELLEN DE WHITE

54-57

CAPÍTULO 6

DOS HÉROES DE LA EDAD MEDIA

L a semilla del Evangelio había sido sembrada en Bohemia desde el siglo noveno; la Biblia había sido traducida, y el culto público celebrábase en el idioma del pueblo; pero conforme iba aumentando el poder papal, oscurecíase también la Palabra de Dios. Gregorio VII, que se había propuesto humillar el orgullo de los reyes, no estaba menos resuelto a esclavizar al pueblo, y con tal fin expidió una bula para prohibir que se celebrasen cultos públicos en lengua bohemia. El papa declaró que “Dios se complacía en que se le rindiese culto en lengua desconocida y que el haber desatendido esta disposición había sido causa de muchos males y herejías” (Wylie, lib. 3, cap. I). Así decretó Roma que la luz de la Palabra de Dios fuera extinguida y que el pueblo quedara encerrado en las tinieblas; pero el cielo había provisto otros agentes para la preservación de la iglesia. Muchos valdenses y albigenses, expulsados de sus hogares por la persecución, salieron de Francia e Italia y fueron a establecerse en Bohemia. Aunque no se atrevían a enseñar abiertamente, trabajaron celosamente en secreto, y así se mantuvo la fe de siglo en siglo.

Antes de los tiempos de Hus hubo en Bohemia hombres que se levantaron para condenar abiertamente la corrupción de la iglesia y el libertinaje de las masas. Sus trabajos despertaron interés general y también los temores del clero, el cual inició una encarnizada persecución contra aquellos discípulos del evangelio. Obliga­dos a celebrar el culto en los bosques y en las montañas, los soldados los cazaban y mataron a muchos de ellos. Transcurrido cierto tiempo, se decretó que todos los que abandonasen el romanismo morirían en la hoguera. Pero aun mientras que los cristianos sacrificaban sus vidas, espera­ban el triunfo de su causa. Uno de los que “enseñaban que la salvación se alcanzaba solo por la fe en el Salvador crucificado”, pronunció al morir estas palabras: “El furor de los enemigos de la verdad preva­lece ahora contra nosotros, pero no será siempre así, pues de entre el pueblo ha de levantarse uno, sin espada ni signo de autoridad, contra el cual ellos nada podrán hacer (ibíd., lib. 3, cap. I). Lejos estaba aún el tiempo de Lutero; pero ya empe­zaba a darse a conocer un hombre cuyo testimonio contra Roma conmovería a las naciones.

Juan Hus era de humilde cuna y había perdido a su padre en temprana edad. Su piadosa madre, considerando la educación y el temor de Dios como la más valiosa hacienda, procuró asegurársela a su hijo.

Hus estudió en la escuela de la provincia y pasó después a la universidad de Praga donde fue admitido por caridad. En su viaje a la ciudad de Praga fue acompañado por su madre, que, siendo viuda y pobre, no pudo dotar a su hijo con bienes materiales, pero cuando llegaron a las inmediaciones de la gran ciudad se arrodilló al lado de su hijo y pidió para él la bendición de su Padre celestial. Muy poco se figuraba aquella madre de qué modo iba a ser atendida su plegaria.

En la universidad se distinguió Hus por su aplicación, su constancia en el estudio y sus rápidos progresos, al par que su con­ducta intachable y sus afables y simpáticos modales le granjearon general estimación. Era un sincero creyente de la iglesia romana y deseaba ardientemente recibir las bendiciones espirituales que aquella profesa conceder. Con motivo de un jubi­leo, fue él a confesarse, dio a la iglesia las pocas monedas que llevaba y se unió a las procesiones para poder participar de la absolución prometida. Terminado su curso de estudios, ingresó en el sacerdocio, y como lograra en poco tiempo darse a cono­cer, no tardó en ser elegido para prestar sus servicios en la corte del rey. Fue también nombrado catedrático y posteriormente rector de la universidad donde recibiera su educación. En pocos años el humilde estudiante que fuera admitido por caridad en las aulas llegó a ser el orgullo de su país y a adquirir fama en toda Europa.

Mas otro fue el campo en donde Hus principió a trabajar en busca de reformas. Algunos años después de haber recibido las órdenes sacerdotales, fue elegido pre­dicador de la capilla llamada de Belén. El fundador de esta había abogado, por con­siderarlo asunto de gran importancia, en favor de la predicación de las Santas Escri­turas en el idioma del pueblo. No obstante la oposición de Roma, esta práctica no había desaparecido del todo de Bohemia.

 Sin embargo, era mucha la ignorancia res­pecto a la Biblia, y los peores vicios reina­ban en todas las clases de la sociedad. Hus denunció sin reparo estos males apelando a la Palabra de Dios para reforzar los princi­pios de verdad y de pureza que procuraba inculcar.

Un vecino de Praga, Jerónimo, que con ulterioridad iba a colaborar tan estrecha­mente con Hus, trajo consigo, al regresar de Inglaterra, los escritos de Wiclef.

 La reina de Inglaterra, que se había convertido a las enseñanzas de este, era una princesa bohe­mia, y por medio de su influencia las obras del reformador obtuvieron gran circula­ción en su tierra natal.

Hus leyó estas obras con interés; tuvo a su autor por cristiano sincero y se sintió movido a mirar con sim­patía las reformas que él proponía. Aunque sin darse cuenta, Hus había entrado ya en un sendero que había de alejarle de Roma.

Por aquel entonces llegaron a Praga dos extranjeros procedentes de Inglaterra, hombres instruidos que habían recibido la luz del evangelio y venían a esparcirla en aquellas apartadas regiones. Comenzaron por atacar públicamente la supremacía del papa, pero pronto las autoridades les obligaron a guardar silencio; no obstante, como no quisieran abandonar su propósito, recurrieron a otros medios para realizarlo.

 Eran artistas a la vez que predicadores y pusieron en juego sus habilidades. En una plaza pública dibujaron dos cuadros que representaban, uno la entrada de Cristo en Jerusalén, “manso y sentado sobre un asno” (Mateo 21:5, VM), y seguido por sus discípulos vestidos con túnicas ajadas por las asperezas del camino y descalzos; el otro representaba una procesión pontifical, en la cual se veía al papa adornado con sus ricas vestiduras y con su triple corona, montado en un caballo magníficamente enjaezado, precedido por clarines y seguido por car­denales y prelados que ostentaban deslum­brantes galas.

Encerraban estos cuadros todo un sermón que cautivaba la atención de todas las clases sociales. Las multitudes acudían a mirarlos. Ninguno dejaba de sacar la moraleja y muchos quedaban hondamente impresionados por el contraste que resul­taba entre la mansedumbre de Cristo, el Maestro, y el orgullo y la arrogancia del papa que profesaba servirle.

Praga se con­movió mucho y, después de algún tiempo, los extranjeros tuvieron que marcharse para ponerse a salvo. Pero la lección que habían dado no dejó de ser aprovechada.

 Los cuadros hicieron impresión en Hus y le indujeron a estudiar con más empeño la Biblia y los escritos de Wiclef. Aunque todavía no estaba convenientemente pre­parado para aceptar todas las reformas recomendadas por Wiclef, alcanzó a darse mejor cuenta del verdadero carácter del papado y con mayor celo denunció el orgu­llo, la ambición y la corrupción del clero.

 

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