ESPAÑOLES SIN PATRIA
Y LA RAZA SEFARDÍ
DR. ANGEL PULIDO FERNILIIDEZ.
(SENADO" Y ACADÉMICO)
INTERESES NACIONALES MADRID
ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO DE E. TEODORO
AMPARO, 102, Y RONDA DE VALENCIA, 8.
1905
Á LA CIUDAD DE SALAMANCA
Y Á SU GLORIOSA UNIVERSIDAD
Créeme: no puedo visitarte sin emocionarme; ni puedo, lejos de ti, evocar tu imagen, sin que mi espíritu reproduzca una y otra vez, esos crepúsculos vespertinos, cuando acompañado de Unamuno, Segovia, Diez y Pérez Oliva, que simbohzan perfectamente tus letras, tu carácter, tu hidalguía y tu amistad, caen nuestras almas en estáticos transportes, al ver desvanecerse entre las purpurinas sombras de tu cielo diáfano, la diadema incomparable de torres, cúpulas, campanarios y cresterías que orlan tu frente; la venerable fas-tuosidad de tus escudos, donde el sol de los Solís, las estrellas de los Fonsecas y las flores lises de los Maldonados, acreditan tu linajuda nobleza; las filigranas platerescas de tus fachadas incomparables y las armónicas líneas de tus robustos palacios, á los cuales el ardiente Febo de Castilla ilumina con esos preciosos matices áureos y rosas que inflaman el amor de cuantos te visitan, haciendo que te consagren himnos inspirados y obras como las de Reynier.
En esa hora de las evocaciones misteriosas, cuando el silencio de tus calles es roto por el tañido de las campanas que alegraron siglos y siglos las fiestas escolares, mi espíritu, y el de aquellos mis amigos, se sienten llenos de las ejecutorias de tus Colegios mayores y menores. Recordamos que el Papa Alejandro IV te proclamó uno de los cuatro estudios generales del mundo, con París, Oxford y Bolonia; que fuiste luz del orbe después de la antigua Lutecia; que Cristóbal Colón recobró en tu seno sus ya desfallecidos alientos; Carlos Y se sintió deslumhrado con tus esplendores y magnificencias; gozaste del amor de los Pon-tífices, y promulgaste la grandeza de los Alfonsos, esos monarcas que tan ilustrada protección dispensaron á los judíos.
Y entonces, al conjuro de las campanadas que vienen de lo alto, las sombras de tus plazoletas, calles y encrucijadas, parecen llenarse de muchedumbres escolares; de aquellos arrogantes tipos de todos los reinos españoles, que contrastan sus cenceños y tostados rostros, y las becas verdes, azules, rojas y violetas de sus trajes, parecidas á flores semovientes de un jardín fantástico, con las cabezas pelirojas y las fisonomías rubicundas de los irlandeses, que bañan sus cuerpos en las aguas finas del Termes todo el año. Creemos ver resurgir las procesiones de tus grados académicos, marchando los doctores exornados de terciopelos y encajes, con los tocados polícromos de sus Facultades: blancos verdes, azules, rojos y amarillos. Nos ensordece el estrépito de tus campanas: argentinas y vibrantes las de San Martín, graves y lentas las de la Catedral y desvanecidas las de las iglesias lejanas, y percibimos el vocerío, los vítores, las músicas y los himnos de tus falanges estudiantiles, que atruenan la urbe universitaria con las apoteosis edificantes del saber, la juventud y la belleza.
Allí está aún el escenario de tantas glorias; allí las cátedras donde innúmeros sabios, entre ellos no pocos hebreos, conquistaron universal admiración; allí palpita hoy mismo el alma de aquellas lumbreras que afamaron épocas, nombres Y doctrinas; allí descansan en sus sepulcros de piedra las cenizas de tus proceres inmo'tales, y, como advierte ünamuno, allí, en las aulas, yacen grabados todavía los ecos del amor en los troncos muertos, donde se apoyaron los codos de tantas generaciones estudiosas, y resonaron las enseñanzas de tantos maestros insignes, porque se leen:
Allí Teresa, Soledad, Mercedes,
Carmen, Olalla, Concha, Lola ó Pura,
Nombres que fueron miel para los labios.
Brasa en el pecho.
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