CARTA A PAULA*
*Hermana de Marcela*
Por San Jerónimo
233-235
Esta carta 30 es la primera que nos sale al paso de las muchas que Jerónimo. escribió a Paula, 'tantas que, el (año) 392, había perdido la cuenta: «Epistolanim autern ad Paulam et Eustochiurn, quia quotidie scribuntur, incertus est numerus» (De vir. inl, 135). Y aun.. imitando al Apóstol '(2 Cor 3,2), Jerónimo pudo haber dicho que Paula . (y Eustoquia) era su mejor carta, su obra maestra, con perdón ,de su poco amigo Paladio. A la verdad,' extraña mujer ésta patricia romana, que se pone a aprender hebreo y se lo sabe tán maravillosamente, que en hebreo canta los salmos, con sus hijas, y, con ellas también, se sienta a oír las lecciones bíblicas que profesa, allá en su palacio monasterio, este también extraño monje de quien habla, y no .siempre bien, Roma entera.
De extraña, extravagante y loca hubo de calificarla(Nota: a Paula) el paganismo romano.
San Jerónimo la llama, a boca llena; admirabilis femina (Epist. 108,3). Paula había nacido en Roma el 5 de mayo de 347, bajo los emperadores Constante y Constancio y el pontífice Julio I. Allá se iría, pues, en años con Jerónimo.
Por ambas líneas, materna y paterna, se remontaba a la más alta y rancia nobleza romana.
Por la materna; fertur, se decía, hasta el mismo Agamemnon,el rey de reyes homérico ante las murallas de Troya .
Pero Paula, dice su maestro, si es nobilis genere, es nobilior sanctite (Epist. 1,08,1). Su gloria imperecedera no le viene de su nobleza y riquezas, sino de haberlas despreciado por Cristo; no de ser romana, sino de haber preferido Belén a Roma
A la edad de dieciséis años, Según uso y costumbre de la nobleza romana, y después de recibir una brillante formación literaria (hablaba el griego .con la misma naturalidad 'que el latín), Paula se casó con Toxocio, nombre de timbre griego, pero hombre que no tenía de griego sino el remoto y preciado parentesco con Eneas (que no era griego). Porque Toxocio era un Julius , como Julius Caesar, y de ahí, nota Jerónimo, que «también la virgen de Cristo, su hija Eustoquia, se llama Julia» (Epist . 108,4), y él mismo: Iulius a magno deinissurn nomen iulo (Aen. I 288). Toxocio, como tantos nobles de La Urbe, era un rezagado del paganismo; pero, como ellos también, un indiferente, sin más devoción, acaso, que la romántica de la diosa Roma, impotente, por desgracia, para detener su propia ruina .
De Paula y Toxocio nacieron .cinco hijos: cuatro hembras: Blesila, Paulina, Eustoquia, Rufina, y un varón , Toxocio, del nombre del padre.
Jerónimo, que los enumera, nos da a par alguna noticia de cada uno (Epist. 108. 4),. No nos urge saberlas por ahora. Sí decir que, hacia el año 379, hubo de morir Toxocio, padre, y Paula ita eum plánxit ut prope iam ips« morerertus , sita se convertit nt Domini ut mortem eius videretnr optasse (Epist. 108,5). Es decir, Paula era un alma extrema, ignorante de la virtuosa medianía de Aristóteles y de la aurea mediocritas de su, compátriota Horacio. Era de la casta de los violentos que arrebatan a viva fuerza el reino de los cielos. Esta conversión- total al servicio del Señor hay que ponerla, sin duda, en el año 380.'
Marcela, que ya conocemos; hubo de tener su parte en la resolución de Paula. Y ella hubo de ponerla, si' no lo estaba ya, en relación con Jerónimo.
Porque Jerónimo fue conquista de Marcela: Denique cum et me Romam ecclesiaÍtita' tr'd'xisset necessitas ... et oerecunde nobilium [eminarúm o culos declinarem, ita egit (Marcella), secundum apostolum, importune ópportune ut pudorem meum sua superare» industria· (Epist,' 127,7). El resultado de esta victoria lo sabemos ya: las lecciones bíblicas del Aventino. Y a una dé estas lecciones nos permite, asistir la presente carta. · El curso versó sobre el Sa!tério, tema envidiable. Dos días antes, el maestro había: comentado el salmo ciento dieciocho, y Paula preguntó, studiosissime, qué significaban las letras hebreas «que estaban insertas en el salmo que leíamos». Este leíamos nos trae una resonancia de siglos y nos acorta dos días su distancia. Y lo de menos es la lección que leía Jerónimo. Los modernos saben más filología que él. Lo que importa es el fervor con que él y sus nobles discípulas se inclinaban sobre la palabra divina.
Y aquí ya no es tan fácil que los modernos le lleven ventaja.
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