ALFABETO CRISTIANO
JUAN DE VALDES
QUE ENSEÑA EL VERDADERO CAMINO DE ADQUIRIR
LA LUZ DEL ESPÍRITU SANTO.
39-43Y cuando V. S. haya hecho esto, créame que no se sentirá (en) necesidad de cosa ninguna de cuantas en esta presente vida la pudieren dar entero y verdadero reposo y contento. Porque Cristo mismo la colocará y pondrá en los pastos amenísimos del conocimiento de su divinidad, en los cuales quieta y reposadamente dormirá y reposará. Y cuando yo viere y conociere a V. S. en este glorioso estado, cierto y seguro de su provecho espiritual, no dudaré en creer que mi intención en este escrito ha sido toda cristiana, y que el ánimo con el cual V. S. le ha leído, ha sido discreto, humilde y puro. Dios nuestro Señor lo haga conforme a lo que V. S. Ilustrísima ha menester y a lo que yo, como su aficionadísimo servidor, continuamente deseo.
ALFABETO CRISTIANO
JULIA. — VALDÉS
JULIA. — Tengo tanta confianza en nuestra amistad, que me parece puedo libremente comunicar con vos aun aquellas cosas que apenas se revelan al confesor. Por lo que, queriendo ahora participaros algunas, en las cuales me va más que la vida, os ruego que si en otra parte no tenéis cosa que mucho os importe, seáis contento de oírme atentamente lo que yo os quiero decir. Y mirad, que si no pensáis estar muy atento por tener el pensamiento a otra parte, que me lo digáis libremente, porque esto lo podré yo dejar para otro día.
VALDÉS. — Antes, Señora, yo recibo favor en que me mandéis algo en que entienda. Y ya sabéis que no tengo negocios que me embaracen, mucho más en aquello que toca a vuestro servicio.
JULIA. — Ahora bien, dejando a un lado vanas retóricas y ceremonias inútiles, que están demás entre nosotros, quiero que sepáis que ordinariamente vivo tan descontenta de mí propia y de todas las, cosas del mundo, y tan disgustada, que si vieseis mi corazón, estoy segura de que me tendríais lástima, porque en él no hallaríais más que confusión, perplejidad e inquietud. Y esto, ya más, ya menos, según las cosas que se me ofrecen. Mas nunca siento tanta calma en mi ánimo, que queriendo hacer cuenta con él, pueda acabar de entender qué es lo que yo querría, qué cosa le satisfaría, o con cuál se contentaría.
De modo que no puedo pensar cuál cosa pudiese ofrecérseme hoy en día que bastase a quitarme esta confusión, y a calmarme esta inquietud y a resolverme esta perplejidad. De esta manera que os digo, hace ya muchos años que vivo, en los cuales (como sabéis) , me han acontecido tantas cosas que bastarían a alterar un espíritu sosegado, tanto más a inquietar y confundir un ánimo disgustado y confuso como es el mío. Sabed, además de esto, que en los sermones primeros que oí a nuestro predicador, me persuadió con sus palabras de que por medio* de su doctrina podría serenar y apaciguar mi
ánimo; pero hasta ahora me ha sucedido al revés de lo que pensaba. Y aunque atribuya esto, más a imperfección mía que a defecto suyo, todavía me da pena el ver que no se haya verificado mi esperanza, y si bien esto podría ser tolerable, el mal, sin embargo, es que en vez de sanar de una enfermedad he entrado en otra sin* haber salido de aquélla. Esta es una contrariedad grandísima y muy cruel que siento dentro de mí, tan enojosa y fastidiosa que, por mi vida, muchas veces se me vienen las lágrimas a los ojos por no saber qué hacer de mí, ni en quien apoyarme. Esta contrariedad la engendraron en mi ánimo los sermones del predicador, mediante los cuales me veo fuertemente combatida. De una parte, por el temor del infierno y por el amor del paraíso, y de otra, por el temor de las lenguas de las gentes y por el amor de la honra del mundo. De suerte que dos temores y dos amores, o por mejor decir, dos afectos de temor y otros dos de amor, son los que pelean en mí y me tienen tal hace algunos días, que si lo que yo siento sintieseis, os maravillaríais cómo lo pueda yo pasar y disimular. Esto es lo que en mí se halla, y en este estado que os he dicho (mal o bien, según he sabido) están mis cosas. Y pues que habéis mostrado tanta afición y voluntad de ayudarme en las cosas exteriores, os ruego seáis contento de ayudarme y aconsejarme en estas interiores, puesto que sé yo muy bien que si vos queréis, tenéis más parte para ayudarme en éstas que en las otras.
VALDÉS. — Decid, Señora, libremente, todo lo que de mí queréis, y podéis estar cierta de que todo aquello que yo pudiere y supiere, lo emplearé siempre en servicio vuestro.
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