jueves, 27 de junio de 2024

EL TIGRE DE THAK - 185-189

 LA FIERA CEBADA DE THAK

LAS FIERAS CEBADAS DE KUMAON

JIM CORBETT

185-189

Por mucho tiempo la paz reinó en el valle de Ladhya, cuando en setiembre de 1938 se recibió desde Naini Tal la noticia de que una niña de doce años había sido atacada y muerta por un tigre en el pueblo de Kot Kindri. La noticia, de la que me enteré por intermedio de Donald Stewart, empleado del Departamento Forestal, no agregaba detalles y no los obtuve hasta mi visita al pueblo, algunas semanas después. Parecía ser que a mediodía, la niña se hallaba recogiendo la fruta caída de un mango a la vista de todo el pueblo ,cuando un tigre apareció de improviso y antes de que los hombres que se hallaban trabajando cerca pudieran intervenir, tomó a la niña y se la llevó. No hubo ningún intento de seguir al tigre, y como todas las huellas y rastros se habían borrado con el tiempo, mucho antes de que yo llegara, me fué imposible encontrar el sitio adonde la tigre llevara su víctima .Kot Kindri está a casi seis kilómetros y medio al suroeste de Chuka, y a tres al oeste de Thak. Era en el valle existente entre Kot Kindri y Thak donde la fiera cebada de Chuka había sido baleada en abril.

Durante el verano del año 1938 el Departamento Forestal había marcado todos los árboles de esta zona para derribarlos,, y se temió que si el tigre cebado no desaparecía antes de noviembre — cuando debía comenzar la tala — los contratistas no podrían asegurar el trabajo y cancelarían sus contratos. Debido a esta circunstancia, Donald Stewart me escribió poco después de la muerte de la niña y cuando, accediendo a su pedido, le prometí ir a Kot Kindri, debo confesar que lo hice más para beneficio de los habitantes locales que por los contratistas.

El canmno más directo a Kot Kindri era por tren hasta makiir, y desde allí a pie por Kaldbtinga y Chuka. Esta ruta, si bien me ahorraba unos ciento sesenta kilómetro- de marcha a pie, me obligaba, sin embargo, a atravesar la zona más malsana del Norte de la India, infestada de palu­dismo. Para evitar este peligro decidí atravesar las montañas hasta Mornaula y desde allí tomar el abandonado, camino de Sherring hasta su terminación en la loma que domina a Kot Kindri.

Mis preparativos para tan largo viaje estaban aún en la mitad, cuando recibí noticia de otra muerte ocurrida en Sem, aldehuela sobre la orilla izquierda de Ladhya, distante tres cuartos de kilómetros de Chuka.

La víctima había sido en esta ocasión una señora, madre del jefe de Sem. La infortunada mujer fué atacada mien­tras quitaba las zarzas de un escarpado banco entre dos campos escalonados. Había comenzado a trabajar en el extre­mo más alejado del banco, de cincuenta metros de exten­sión, y había despejado de zarzas hasta un metro de su cabaña, cuando el tigre saltó sobre ella desde lo alto. El ataque fué tan rápido que la mujer sólo tuvo tiempo de dar un grito antes de que el tigre la matara; éste la tomó y subió los cuatro metros que lo separaban de esa especie de terraza, desapareciendo con ella en la espesura. Su hijo. un muchacho de veinte años, se hallaba trabajando en un arrozal a pocos metros de distancia y vió todo lo sucedido., pero quedó tan impresionado que no pudo prestarle nin­guna ayuda. Respondiendo a los requerimientos del mu­chacho, el patwari (Especie de secretario o contador del pueblo.) llegó a Sem dos días después, acompa­ñado de ochenta hombres que lograra reunir. Siguiendo la dirección en que se fuera el tigre, encontró los vestidos de la mujer y unos trozos de huesos. La muerte había tenido lugar a las dos de la tarde de un brillante día de sol y el tigre había devorado a su víctima a sólo cincuenta y cinco metros de la cabaña donde la matara.

Al recibir esta segunda noticia, Ibbotson, comisionado de los distritos de Almora, Naini Tal y Garhwal, celebró conmigo un consejo de caza cuya conclusión fué que él, próximo a partir para solucionar una cuestión sobre tierras en Askot, en la frontera con el Tibet, cambiaría el itinerario de su viaje, y en vez de ir vía Bagashwar, me acompañaría hasta Sem y desde allí  se dirigiría a su destino.

El camino que yo haba elegido encerraba un conside­rable número de montañas por donde deberíamos, trepar, por eso decidimos subir por el valle del Nandhour, cruzan­do la vertiente entre el Nandhour y el Ladhya y siguiendo este último hasta Sem. Los Ibbotson acordaron dejar a Naini Tal el 12 de octubre, y al día siguiente yo me uní a ellos en Chaurgallia.

Remontando el Nandhour y pescando en el trayecto en uno de nuestros días mejores obtuvimos ciento veinte peces llegamos al quinto día a Durga Pepal. Aquí deja­mos el río, y luego de duro ascenso acampamos durante la noche en la vertiente. Como debíamos partir bien temprano a la mañana siguiente, plantamos esa noche nuestra tienda de campaña en la orilla izquierda del Ladhya, a diecinueve kilómetros de Chalti.

El monzón había cesado temprano, para gran fortuna nuestra, porque debido a los riscos que se extendían por todo el valle abajo, teníamos que cruzar el río cada medio kilómetro. En uno de estos vadeos, mi cocinero fué arrastrado por la corriente y sólo se salvó (le perecer en las aguas gracias a la rápida intervención del hombre que llevaba la cesta de la comida.

Al décimo día, después de dejar a Chaurgallia, hicimos alto en un campo abandonado de Sem, a doscientos metros de la cabaña donde muriera la mujer y a cien de la con­junción de los ríos Ladhya y Sarda.

Gill Waddell, miembro de la policía, a quien encontramos cuando descendíamos a Ladhya, había acampado en Sem durante varios días y tenía atado un búfalo que Mae Donald, del Departamento Forestal, había puesta muy gentilmente nuestra disposición. Aunque el tigre visitara a Sem varias veces durante la estada de Waddell, no había atacado al búfalo.

Al día siguiente de nuestra llegada a Sem, mientras Ibbotson visitaba a Patwaris, los guardabosques y los ca­ciques de los pueblos vecinos, yo salí para ver si encontraba huellas. En nuestro campamento y la confluencia de los ríos, e inclusive sobre ambas márgenes del Ladhya, había grandes extensiones de arena. Sobre esta arena hallé las huellas de una tigre y de un tigre macho joven — posible­mente uno de los cachorros que viera en abril —. La tigre había cruzado y vuelto a cruzar el Ladhya una buena can­tidad de veces durante los últimos días, y la noche anterior había andado por la arena frente a nuestra tienda. Era ésta la fiera que los aldeanos sospechaban que estaba cebada, y como visitara a Sem repetidas veces desde el día en que muriera la madre del jefe, tales presunciones eran proba­blemente exactas.

El examen de sus huellas me la mostró como un animal bien proporcionado, en la flor de su vida. Por qué se había cebado era cuestión a determinar; pero una de las razones podía hallarse en que participara de las comidas de las víctimas del tigre de Chuka cuando estaban juntos, y ha­biendo adquirido gusto por la carne humana y faltándole el compañero que se la proporcionaba, se había cebado también. Todo esto era simple conjetura, y equivocada, como más tarde comprobé.

Antes de dejar a Naini Tal le había escrito al tahsildar de Tanakpur para que me consiguiera cuatro búfalos jó­venes y los enviara a Sem. Uno de estos búfalos murió en el camino y los otros tres llegaron el día 24; esa misma tarde los atamos juntos con el que nos diera Mac Donald. Al visitar a los animales a la mañana siguiente, encontré a los aldeanos de Chuka en una gran agitación. Los campos que rodean al pueblo habían sido arados recientemente y la tigre había pasado la noche anterior por junto a tres familias que dormían al raso con su ganado; afortunada­mente en cada caso, el ganado divisó a la tigre y dió la alarma a los que dormían. Dejando la tierra cultivada, la tigre había seguido la senda en dirección a Kot Kindri y pasado junto a dos de nuestros búfalos sin tocar a ninguno de ellos.

El patwari, los guardabosques y los aldeanos nos dije­ron a nuestra llegada a Sem que utilizar a los búfalos como cebos era perder el tiempo, porque estaban convencidos de que la tigre no los mataría. La razón que dieron fué que este método para tratar de atraer al animal había sido utilizado con anterioridad sin éxito, y que en el mejor de los casos, si la tigre quería comerse algún búfalo podía elegirlo entre los muchos que pastaban en la selva. Pero, a despecho de todas estas advertencias, continuamos atando nuestros búfalos en lugares estratégicos, y durante dos no­ches más la tigre pasó junto a ellos sin tocarlos.

En la mañana del día 27 acabábamos de tomar el des­ayuno, cuando un grupo de hombres conducidos por Tewari, hermano del jefe del distrito de Thak, llegó a nuestro campamento para informar que un convecino suyo había desaparecido. El hombre había dejado el pueblo cerca del mediodía del día anterior, diciéndole a su esposa que iba a ver que su ganado no pasara de los límites del pueblo; pero como no había vuelto temían que hubiera sido atacado por la tigre.


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