jueves, 27 de junio de 2024

LA FE JUSTIFICA - 1530 14-16

14-16

“…que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.  Romanos 10:9-13

LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE

FELIPE MELANCHTHON

Año de 1530

El Apóstol Pedro manifiesta, pues, claramente que obtenemos el perdón de los pecados por el nombre de Cristo. Esto significa: por el nombre de Cristo, mas no por nuestras obras, ni por nuestro arrepentimiento, ni por nuestro acto de atrición, ni por nuestro amor, nuestro culto propio o los preceptos humanos a los que nos sometamos.

El Apóstol Pedro añade: "... todos los que en Él crean...". O sea: el Apóstol Pedro exige, sobre todo y ante todo, una fe sincera; y, por eso precisamente, aduce que todos los profetas se muestran unánimes al referirse a Cristo como único Mediador y Salvador nuestro. A nuestro entender, el Apóstol Pedro ofrece con tales palabras, realmente, el testimonio autoritario de la Iglesia. Porque ¿podrá haber precepto y testimonio eclesiástico mayor, más atinado y verdadero que el de los Profetas?

En cuarto lugar, el perdón de los pecados nos ha sido prometido en virtud de Cristo. De donde se desprende, que dicho perdón sólo podrá lograrse por la fe; pues no sería posible acogerse a la promesa y ser partícipe de su cumplimiento sino únicamente por la fe. En la Epístola a los Romanos, 4, 16, leemos: "La justicia vendrá por la fe, a fin de que la gracia obre y para que la promesa permanezca en vigor...". Y esto es como si el Apóstol Pablo dijera: —Si de nuestros méritos dependieran nuestra salvación y justicia, la promesa divina carecería de certeza y no nos beneficiaría en modo alguno; toda vez que nosotros, por nuestra parte, jamás llegaremos a saber si nuestros méritos son suficientes. Claro está, los corazones creyentes, las conciencias cristianas, en fin, entienden muy bien que la salvación no depende de nuestros méritos. El Apóstol Pablo dice a los Gálatas: "Dios ha puesto a todos bajo pecado para que la promesa se cumpla en todos los creyentes por la fe en Cristo"26.

Al expresarse de tal manera, el Apóstol Pablo echa por tierra el valor de nuestros méritos; pues afirma estas tres cosas: Primera: Todos somos reos de muerte y estamos sometidos al poder del pecado. Segunda: Existe la promesa divina que nos ofrece el perdón de nuestros pecados. Tercera: Seremos partícipes del cumplimiento de esa promesa por la fe. A su vez, ofrece el Apóstol Pablo, asimismo, la base y el argumento esencial de la justificación por la fe al exponer el carácter de la promesa divina. Si ésta es cierta —dice el Apóstol— inconmovible e irrevocable, el perdón de los pecados no se basará en nuestros méritos, porque, si así fuera, no podríamos confiarnos ciegamente en la promesa divina, ni sabríamos hasta qué punto son nuestros méritos suficientes. Este argumento fundamental es, repetimos, una verdadera roca inconmovible, y hasta podría decirse que es casi la doctrina más excelsa de todo cuánto el Apóstol enseña. Además, en todas sus Epístolas hallamos dicha doctrina como una demostración de la justificación sólo por la fe en Cristo.

Suponiendo que fuera posible echar por tierra las doctrinas del Apóstol Pablo, no habrá jamás hombre alguno capaz de idear algo que sobrepuje al argumento fundamental y único que acabamos de indicar. Tampoco será posible seducir el corazón del justo, ni la conciencia cristiana, apartándoles del verdadero camino, o sea, que sólo por la fe y por los méritos de Cristo tenemos el perdón de los pecados. Esta certeza es para el cristiano firme consuelo y remedio eficaz y eterno contra el pecado, el demonio, la muerte y el infierno. Por el contrario, la base sobre la que se encuentran nuestros adversarios es de arena, en vez de roca, y no resistirá los ataques a que podría verse sometida.

* * *

26 Ep. Gálatas, 3, v.22.

15  Si sólo por la fe alcanzamos el perdón de los pecados y recibimos el Espíritu Santo, diremos: Sólo la fe justifica. Pues quienes son reconciliados con Dios, son, al mismo tiempo, declarados justos por Él y son, también, hijos suyos. Esto no sucede en virtud de su propia pureza, sino es únicamente obra de la gracia divina; toda vez que aceptan dicha gracia y se atienen a ella mediante la fe. Y por eso, precisamente, enseñan las Sagradas Escrituras que "la fe justifica"27.

Indiquemos ahora diversos pasajes bíblicos que, sin ningún género de duda, enseñan la justificación sólo por la fe. Pero, bien mirado, no se trata de que nuestra fe sea de por sí una obra pura y de inapreciable valor. Antes bien; enseñan las Sagradas Escrituras que sólo por la fe (¡sólo en virtud o mediante la fe!) somos aptos para aceptar y recibir la misericordia divina que nos es ofrecida.

El Apóstol Pablo se ocupa de la justificación, especialmente en su Epístola a los Romanos, y saca la siguiente conclusión: Todos los que creen alcanzar la misericordia de Dios por Cristo son justificados por su fe, sin necesidad de méritos propios. Esta trascendentalísima conclusión (objeto esencial de las demás epístolas paulinas) la formula el Apóstol con parcas y sencillas palabras en el capítulo III de la Epístola a los Romanos, diciendo: "Consideramos, pues, que el hombre es justificado sin las obras de la Ley, sino sólo por la fe"28.

Los adversarios suelen argüir, indicando que el Apóstol Pablo excluye únicamente las ceremonias cúlticas judaicas, pero no las demás obras virtuosas. Sin embargo, el Apóstol se refiere, en realidad, no sólo a los ritos y ceremonias, sino a todas las obras de la Ley o Decálogo. El Apóstol cita en otro lugar el Mandamiento que preceptúa: "No codiciarás..."29. Además, si aparte de las ceremonias judaicas fuera factible lograr el perdón de los pecados por medio de otras obras y si, por consiguiente, de este modo pudiésemos ser justificados, ¿qué necesidad tendríamos de Jesucristo y de las promesas divinas? Además, todo cuanto el Apóstol Pablo señala sobre la promesa divina en diversos lugares de sus escritos carecería, por tanto, de base. Por ejemplo: el Apóstol no tendría razón para decir: "Sois salvados gratuitamente, y esto es un don de Dios pero no de las obras vuestras"...30.

 

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