LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE
FELIPE MELANCHTHON
Año de 1530
ARTICULO IV DE LA CONFESIÓN
DE AUSBURGO
9-
Además, esta fe que por gracia divina recibe el perdón de los pecados, no intenta aplacar la ira de Dios con buenas obras (lo cual sería como si una pluma se opusiera al vendaval), antes bien, se confía ciegamente en Cristo Mediador, con lo cual demuestra un verdadero conocimiento de Cristo Salvador. Todo hombre que tenga tal fe, conocerá los beneficios de Cristo y será regenerado. Pero antes de tener esta fe será imposible cumplir la Ley.
La doctrina de nuestros adversarios no menciona ni siquiera con una sílaba esta fe. En esto nos basamos para reprocharles que únicamente enseñan la justificación de la Ley, o sea la justificación del Evangelio. Éste enseña que el hombre es justificado por su fe en Cristo.
9 Ep. Rom. 3, v.21.
10 Ep. Rom. 4, v.14.
CAPITULO II
LA FE JUSTIFICADORA
Según nuestros adversarios, la fe consiste en conocer la vida y hechos de Cristo. Así se explica su doctrina, según la cual, el hombre puede tener fe aun hallándose en pecado mortal. Nuestros adversarios nada mencionan ni saben, por lo visto, de la verdadera fe que el Apóstol Pablo predica como única causa de nuestra justificación. Siendo así la fe, se comprende que quienes hayan sido ya justificados no pueden hallarse en pecado mortal. Pero esto mismo obliga a pensar que la fe justificante no puede consistir en un mero conocimiento de este o aquel suceso de la vida de Jesucristo: por ejemplo, su nacimiento o su pasión (cosas que, por otra parte, también el diablo conoce). Antes bien: la fe que justifica consiste en que el hombre ponga una ciega confianza en las promesas divinas que nos ofrecen gratuitamente —sin necesidad de mérito propio alguno— el perdón de los pecados y la justificación por Cristo. “ (…que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Romanos 10:9-13)
A fin de refutar rotundamente que la fe se reduce a un conocimiento más o menos profundo de la vida y los hechos de Cristo, añadiremos lo siguiente: La fe no consiste en nuestras propias obras, ni en aquello que nosotros podamos ofrecer u otorgar, ni en nuestros planes y su ejecución, sino que consiste en abandonarse confiadamente en que Dios nos ofrece, otorga y regala el tesoro entero de la gracia en Cristo, o sea, el perdón de los pecados y la justificación.
Sabiendo esto, se hace más fácil distinguir entre la fe verdadera y la justicia de la Ley. La fe es como un culto en el cual recibimos los beneficios divinos. La justicia de la Ley, por el contrario, es como un culto de "latría", en el cual se ofrecen a Dios las buenas obras realizadas. Sin embargo, Dios quiere se le honre por medio de la fe, o sea en tanto nos disponemos a recibir lo que Él nos ha ofrecido y prometido.
El Apóstol Pablo demuestra de manera palpable que la fe, más que un mero conocimiento de la vida de Cristo, es la confianza ciega puesta en las promesas divinas. Dice el Apóstol: "La justicia viene por la fe para que se cumpla la promesa"11. Es decir, la justicia y la fe van unidas en relación mutua. La promesa exige que exista la fe y ésta ha de existir para que pueda cumplirse la promesa.
Si examinamos el Credo, veremos, acaso más claramente, en lo que consiste la fe que justifica. En el Credo confesamos: "Creo en el perdón de los pecados." Al decir esto, afirmamos que no basta con saber o creer que Cristo nació, padeció, resucitó, etc., sino que también nos vemos obligados a confesar, diciendo: Creo que mis pecados son perdonados. Este artículo de la fe se basa, a su vez, en los artículos anteriores. Esto es, el perdón de los pecados se verifica en virtud de los méritos de Cristo, ¡pero no en virtud de nuestros propios méritos! En otro caso, ¿para qué entregó Dios a su Hijo Jesucristo por causa de nuestros pecados, si nuestros méritos son ya suficiente satisfacción?
Tantas veces como nos refiramos a la "fide iustificante", es decir, "la fe que justifica", se presentarán tres puntos esenciales que son: La promesa divina; su ofrecimiento gratuito y, en tercer lugar, los méritos de Jesucristo como pago de nuestros pecados.
Por la fe recibimos la promesa. El hecho de que ésta nos sea ofrecida sólo por gracia, echa por tierra todos nuestros méritos y ensalza la infinita misericordia divina. Los méritos de Cristo
11 Ep. Rom. 4, v.16.
son, a su vez, el tesoro del cual se pagan los pecados del mundo y, desde luego, los nuestros propios.
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