martes, 4 de junio de 2024

LOS MANUSCRITOS DE MI PADRE: - 10-11

LOS MANUSCRITOS DE MI PADRE:

RAMÓN DE CAMPOAMOR

Publicado: 1842

EL BAUTISMO DE SANGRE

10-11 Cerca del distrito de Líenes existe un palacio que desde hace algunos años pertenece á una de las mas ilustres familias del principado de Asturias.

Era una noche de invierno del año de mil ochocientos trece, en que solo la débil respiracion de alguno que al parecer dormia, contrastaba con el hondo silencio que reinaba en una de las mas ocultas habitaciones de aquel monstruo arquitectónico. Un misterioso susurro que por veces se atenuaba, segun lo desigual y entrecortado, mas parecia signo de espiacion que de reposo. Ni un fugaz destello de la luna templaba el horror de las espesas sombras, ni una ráfaga imprevista sacudia la languidez de los dormidos ecos á poco tiempo se oyó el ruido de una puerta que se abria, y el hondo silencio fue interrumpido por el desacorde compás de unos pies que se arrastraban con cautela.

—¿Eres tú? dijo una voz con la lánguida ternura que solo puede ser emanacion del sentimiento mas puro.

Los contenidos pies cesaron de rozar la alfombra, y el cariñoso acento quedó sofocado entre la inercia del aire que ahogaba aquel recinto. Volvió á reinar por un instante el primitivo silencio, hasta que le turbó de nuevo el estertor de uno de esos ayes que sobrecojen de espanto, y que parece lanzar un cuerpo á quien le arrancan el alma.

Despues de algunos momentos se oyeron los mismos pasos, y por segunda vez sonó la misma puerta.

Quedó la estancia sumergida en el mas profundo caos.

Era un pedazo de naturaleza muerta, á quien solo faltaba un rayo de luz ó un eco para animarse.

Pasaron otros instantes, y un segundo personage hizo resonar sus pasos tan cautelosos como los del primero.

—¿Margarita?

Un ligero hervor producido por la agitacion del aire, fue la única respuesta dada á tan misteriosa pregunta.

—¿Margarita? volvió á prorrumpir de nuevo, y encaminándose hácia el sitio en que debiera estar el objeto á quien buscaba, sintió deslizarse su mano á lo largo de unos cabellos tan suaves como la seda.

Está dormida, dijo despues acariciando su frente; y sellando en ella un imperceptible beso, creyó tocar con sus labios la superficie de un mármol. Impelido por una idea súbita, estrechó entre las suyas una de sus manos, y soltándola de pronto, como si fuese un témpano de hielo, cayó á sepultarse entre los pliegues de una falda.

De pronto llevó la mano á su pecho por ver si percibia los latidos de su corazon, y tropezando con un cuerpo duro, asió de él con fuerza sintiendo al punto su rostro humedecido, como si de aquel seno que tanto amaba saltase la sangre á borbotones.

—¡Asesinos! asesinos!! empezó á gritar, destrozando los muebles con el puñal que acababa de desenterrar del pecho de Margarita.

Se abalanzó espantado hácia la puerta, creyéndose perseguido por una cuadrilla de malhechores.

Una fuerza superior le sujetaba por fuera.

Tornó la cara al peligro en un acceso de rabia, y blandiendo el puñal por todas partes, dió consigo en tierra en una de sus ajitaciones violentas, y chocando con la frente en el enorme sitial en que yacía Margarita, se dejó caer sin sentido, espirando en sus labios el grito de ¡asesinos!

Cuando volvió en sí, se encontró en una cárcel pública acusado de un horroroso homicidio.

 

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