ALFABETO CRISTIANO
JUAN DE VALDES
QUE ENSEÑA EL VERDADERO CAMINO DE ADQUIRIR
LA LUZ DEL ESPÍRITU SANTO
146-151
VALDÉs. — Tomad esta devoción interior que yo os ofrezco, y ella os gobernará en toda otra; mas declaradme de qué devociones exteriores entendéis.
JULIA. — La misa, el sermón, la lección, la oración, el ayuno, la confesión, la comunión y la limosna. De cada una de estas cosas querría que de todos modos me dijeseis, así brevemente, vuestro parecer en torno al modo que he tener para ejercitarme en ellas. Y no os excuséis, porque no os admitiré excusa ninguna.
La misa
VALDÉS. — En fin, vos, Señora, queréis ser siempre obedecida, y tenéis razón. Por tanto, digo que debéis oír la misa con mucha atención. Y porque en ella hay tres cosas principales: la adoración del santísimo sacramento, la doctrina de la epístola y del evangelio, y las oraciones; podréis sacar fruto de todas tres. De la adoración, sacaréis un nuevo y ferviente deseo de incorporaros, por fe y amor, en la pasión de Cristo, y de matar vuestro viejo hombre por Cristo, y de resucitar vuestro nuevo hombre con Cristo. De la doctrina, tomaréis siempre alguna cosa en qué pensar aquel día. De este modo, si oís que el clérigo dice el Evangelio, que comienza: In principio erat vetbum, cuando llega a aquello: dedit eis potestatem filios Dei íieri, his, qui credunt in nomine eius, que quiere decir: "Dios dió facultad y potestad para que fuesen hijos de Dios todos los que creen en su nombre", os podréis detener, pensando en la suma bondad y misericordia de Dios, con la cual llama a una tan vil criatura, a una tan alta y excelente dignidad como es el ser hija de Dios, y esto solamente por creer
en Cristo. Asimismo, si oís leer aquella epístola de San Pablo, que comienza: Hoc sentite in vobis, quod in Christo Jesu, qui cum in forme Dei esset, etc., que quiere decir, "Haced, hermanos, que vuestros ánimos tengan el mismo desprecio del mundo y de su propia estimación que conocéis que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo hijo de Dios, se humilló a tomar hábito de siervo, con el que conversó aquí en el mundo"; procurad deteneros, pensando
en la profunda humildad de Cristo, de tal manera que este pensamiento confunda vuestra soberbia y os haga toda humilde, deseosa de imitar la humildad y la
mansedumbre de Cristo. De este modo podréis recoger siempre de la Epístola o del Evangelio alguna consideración con que entreteneros.
Julia. — Ya lo entiendo. Seguid más adelante.
ValdÉS. — De las oraciones tomaréis ocasión para elevar vuestra alma a Dios, rogándole interiormente que acepte lo que el sacerdote, en nombre de toda la Iglesia, le pide.
JULIA. — ¿Y os parece que yo deba oír misa cada día?
ValdÉS. — De los de fiesta, si es posible, no dejéis ninguno; de los otros, dejaréis solamente aquellos en que, ocupada en alguna obra de caridad, no la pudiereis oír sin separaros de ella. A oír el sermón iréis con el ánimo humilde y obediente, como si fueseis a oír a Cristo. Y cuando oyereis decir al predicador alguna cosa
EL SERMON Y LA LECTURA 149
que os parezca buena, con una secreta oración rogad a Dios que la imprima en vuestra memoria, y os dé su gracia y fervor, con que la podáis poner por obra.
El sermón y la lectura
JULIA — Y si el predicador es de aquellos que se usan por el mundo, que no predican a Cristo, sino cosas vanas y curiosas, o de filosofía y de no sé qué teologías, o de sus sueños y fábulas; ¿queréis que yo vaya a oírlo?
ValdÉS. — En cuanto a esto, vos haréis como mejor os pareciere; de mí os sé decir que en todo el año no tengo peores ratos que los que pierdo en oír a algunos! de aquellos predicadores que vos sabiamente habéis pintado; y así los oigo pocas veces.
JULIA. — Eso es no quereros ejercitar en la virtud de la paciencia.
ValdÉS. — Sea lo que se quiera; lo que en el pulpito querría yo, es oír predicar a Cristo, si fuese posible. Bien es verdad que todavía, por malo que sea el predicador,
es bueno oírlo, aunque no sea sino porque, vista la necesidad que tienen las almas cristianas de oír la doctrina de Cristo, os inflaméis para pedir ardentísimamente a Cristo que envíe en su Iglesia predicadores que prediquen y enseñen pura y sinceramente su santísima doctrina. La lección, ya os he dicho, que por ahora querría que fuese de cosas sencillísimas, que os inflamasen la voluntad y no os ocupasen el entendimiento.
Y cuando leyereis en cosas de la Sagrada Escritura, habéis de pensar que habla Dios con vos, y por eso habéis de dirigiros a ella con ánimo humilde y obediente y pensar que leéis, no para saber razonar, sino para entender cómo habéis de vivir. En la Sagrada Escritura habéis de buscar medicina contra las tentaciones a ejemplo de Cristo, que siendo tentado del Demonio en el desierto, a cada una de sus tentaciones le respondió con un dicho de la Sagrada Escritura. En la misma habéis de buscar remedio contra las adversidades, contra las persecuciones y trabajos del mundo; porque, como dice San Pablo: Todo lo que allí está escrito, está escrito para nuestra doctrina.
JULIA. — ¿Cuáles son los libros que vos llamáis sencillísimos?
Libros para leer. La oración
VALDÉS. — De los que yo usé un tiempo son: un librillo, que llaman De imitatione Christi; y el otro, de Cassiano; y el de San Jerónimo, de las Vidas de los Eremitas; y pienso que todos estos están en vulgar. Esto es en cuanto a la lectura. La oración es un levantamiento del ánimo a Dios, con deseo de alcanzar de él lo que se pide. El modo de orar, y lo que se ha de pedir en la oración, es como nos lo enseña Cristo por San Mateo, diciendo: "Cuando quisiéreis hacer oración, no haréis
LA ORACION 151
como los hipócritas, los cuales acostumbran orar en las reuniones de las gentes y en los cantones de las plazas, para ser vistos de los hombres; y dígoos la verdad, que ya los tales recibieron su galardón. Tú, pues, cuando quisieres orar, éntrate en tu cámara y cerrada tu puerta, haz tu oración a tu Padre, el que está en secreto y tu Padre, el que (mira) en secreto, te remunerará en público."
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