lunes, 24 de junio de 2024

JULIA GONZAGA -161-165

ALFABETO CRISTIANO

JUAN DE VALDES

QUE ENSEÑA EL VERDADERO CAMINO DE ADQUIRIR

LA LUZ DEL ESPÍRITU SANTO

161-165

Y así digo, Señora, que a la comunión os ha de llevar el ardiente deseo de uniros con Cristo, con fe, con esperanza y con caridad, cuyas tres virtudes quiero que avivéis en vuestra alma cuando vais a comulgar; y quiero que vayáis fundada en humildad, la cual, como muchas veces os he dicho, adquiriréis por el conocimiento de vos misma; quiero que vayáis llena de fe, de tal manera que creáis firmemente que bajo aquellas especies está el verdadero cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo. El cual, habéis de pensar que nos dejó aquí en el mundo, para que siempre que aquellas especies se representasen a nuestros ojos corporales, refrescasen en nuestros corazones la memoria de su pasión, en la cual, mediante su preciosísima sangre estableció un nuevo pacto entre Dios y los hombres, derogando y anulando el viejo. Y el nuevo pacto es que nosotros los hombres creamos ser justificados por la sangre de Jesucristo y que Cristo, perdonándonos nuestros pecados, nos justifica. Quiero más, que vayáis llena de confianza en la promesa de Cristo, muy segura de que aquel manjar celestial os ha de dar mucho poder y fortaleza, para caminar animosamente por el camino cristiano, y os ha de asegurar y defender de los combates y asaltos de vuestros afectos y apetitos sensuales; y ayudar así a la mortificación del hombre viejo y a la vivificación del nuevo; porque habéis de tener por cierto que todos estos efectos y muchos otros más, hacen en el ánimo la santísima comunión del preciosísimo cuerpo y sangre de Jesucristo nuestro Señor. Y por esto tengo yo por cosa loable y útil, la frecuentación de la comunión. (Mucho más) todavía, en las personas, que habiéndose puesto delante de los ojos la idea de la perfección cristiana, han empezado a caminar hacia ella. Y así quiero que vos, Señora, luego que comencéis a caminar por este camino, comencéis también a frecuentar la comunión, yendo siempre a ella con el aparejo que os he dicho. Vuestra limosna será tanta cuanta fuere vuestra caridad; pero mejor diré que en tanto será buena

vuestra limosna, en cuanto procediere de pura caridad y verdadero amor de Dios.

JULIA. ¿Y no me daréis alguna regla que yo tenga en compartir mis limosnas?

ValdÉs. — No os daré otra regla sino la de la caridad. Amad vos a Dios, y con eso sabréis cómo habéis de compartir vuestra limosna.

JULIA. — Dígolo porque el predicador dijo un día que, según el orden de la caridad, estábamos más obligados a nuestros prójimos que a nosotros mismos.

Orden de la caridad

ValdÉS. — Lo que dijo el predicador es: que la caridad bien ordenada comienza de Dios; y que allí la aprenden las personas, cómo han de amar a sí, y cómo han de amar al prójimo. Y dijo más; que aquel que está en caridad perfecta, muchas veces pospone su interés particular por el bien del prójimo. Lo que vemos en muchos lugares en San Pablo, el cual dice que la caridad

no busca sus cosas propias; y en cuanto al compartir la limosna, el mismo San Pablo, sin diferencia alguna dice: "Facite bonum ad omnes" y queriendo algún tanto venir al particular, dice: "pero mayormente a los buenos cristianos", ateniéndose a lo que dice Cristo que a aquél, el cual recibe al Profeta sólo porque es Profeta, da Dios don de profecía; y que aquel que recibe al justo sólo porque es justo, da Dios don de justicia. ¿Pareceos que sean dones estos de abandonarse?

Julia. — Antes, me he alegrado tanto de oír esto, que me muero de gana de conocer alguna persona justa, para hacerla mil caricias y mil bienes, para ser yo también justa.

ValdÉS. — Gentil contradicción es esa. ¿No véis vos, que en este caso os moveréis por vuestro interés y no, como Cristo quiere, puramente por amor suyo? En fin, yo veo, Señora, que os contentaríais de hacer cualquiera cosa que Dios os mandase y quisiese de vos, con tal que os guardáis vuestro amor para vos misma; y no me maravillo porque en el mundo no hay cosa más dificultosa que es el hacerse la persona fuerza a sí propia, cuanto más en las cosas que tocan al ánimo, donde no bastan fuerzas exteriores ni industrias humanas. Mas, al fin, queráis o no queráis, yo os prometo que habéis de dar vuestro amor a Dios.

JULIA. — ¡Qué enfado!

VALDÉS. — ¿Por enfado tenéis vos, Señora, que habiéndoos criado Dios para que le améis, y habiéndoos Él, por tantas vías y maneras, mostrado su amor os pida que le améis?

JULIA. — Dejadme estar con vuestra réplicas, que si yo tan prestamente lo pudiese hacer, yo os prometo que no sería tarda; pero es menester venir por tantos rodeos a este efecto que, para deciros la verdad, yo no sé cómo vos entendéis esto. Pues que Dios me mandaba que yo le diese todo mi amor, ¿por qué no me hizo Él de suerte que lo pudiese hacer, siempre que yo lo quisiera, así como le podría dar esta ropa?

Pecado original

VALDÉS. — La imposibilidad, o por decir mejor la dificultad, nos viene del pecado original.

JULIA. — No puedo acabar conmigo, de querer bien a ese Adán, cuando recuerdo los males y dificultades en que, por aquel su pecado nos puso.

VALDÉS. — Volved la hoja, Señora, y cada vez que, pensando en esas dificultades y males quisiereis mal a Adán, quered bien a Cristo que por su obediencia os habilitó para que pudieseis salir de los males y de las dificultades, en que la desobediencia de Adán os puso.

SERVIR A DIOS POR AMOR 165

JULIA. — Vos decís bien: mas como experimento el mal de la desobediencia de Adán y no el bien de la obediencia de Cristo, no puedo tan bien volverme a amar a Cristo como me voy a querer mal a Adán.

VALDÉS. — También hallaréis otra cosa más bastante, si la consideráis bien; que a Adán le podéis querer mal haciendo vuestra voluntad, y a Cristo no podéis querer bien sin contradecir a vuestra voluntad; y que a Adán le podéis querer mal amándoos a vos misma, y a Cristo no podéis querer bien si no dejáis el amor propio con que amáis a vos misma. De manera que si queréis no querer mal a Adán y querer bien a Cristo, poneos a experimentar el bien de Cristo, como experimentáis el mal de Adán, y poneos a contradecir a vuestra voluntad y a dejar vuestro amor propio, y experimentaréis tan presto más eficazmente el bien de la obediencia de Cristo que ahora experimentáis el mal de la desobediencia de Adán

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