LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE
FELIPE MELANCHTHON
Año de 1530
9-11
Al referirse las Sagradas Escrituras a Dios y a la fe del hombre, usan con preferencia la palabra "misericordia". También los Padres de la Iglesia afirman en sus escritos que somos salvos por la gracia, la bondad y el perdón divinos, o sea, por la misericordia de Dios. Tantas veces como hallemos en la Biblia o en los Padres la palabra "misericordia" hemos de saber que se refiere a la fe, la fe que recibe la promesa de la gracia misericordiosa divina. Además, tantas veces como las Sagradas Escrituras mencionan la fe, se refieren, únicamente, a la fe que sólo se confía en la gracia divina. Pero, bien mirado, la fe no nos justifica y salva por ser nuestra, sino sólo porque acepta la gracia que Dios ha prometido y ofrecido gratuitamente.
Los Profetas y el Salmista ensalzan la fe y confianza en la misericordia divina como el culto más excelso y santo. Si bien es cierto que la Ley no trata especialmente de la gracia y el perdón de los pecados como el Evangelio, las promesas relativas a Cristo fueron, sin embargo, legadas de un patriarca al otro. Y los patriarcas supieron y, asimismo, creyeron que Dios había de conceder el perdón de los pecados por Cristo. De aquí, que al entender los patriarcas que Cristo habría de ser el tesoro con que se pagaría nuestro pecado, reconocieran también la imposibilidad de satisfacer con obras propias el precio de nuestra gran culpa12. Los patriarcas recibieron gratuitamente la gracia y el perdón de los pecados por la fe, lo mismo que los santos del Nuevo Testamento. De aquí se explica que el Salmista y los Profetas nombren repetidas veces la misericordia y la fe. Por ejemplo: Salmo 130, v.3 sgs.: "Si tienes en cuenta la iniquidad, ¿quién podrá salvarse, oh Señor?". Con estas palabras confiesa el Salmista sus pecados, pero no alega sus propios méritos, sino añade: "Pues tú otorgas el perdón para que se tenga temor de ti". Luego, el Salmista se confía en la misericordia divina y menciona la promesa, diciendo: "Mi alma vive de la palabra del Señor, mi alma espera en el Señor".13 Dicho con otras palabras, el Salmista expresa: Porque tú, Señor, prometiste el perdón de los pecados me atengo a tu promesa y me entrego a ella confiadamente. ( Nota:“En Dios solamente está acallada mi alma; de Él viene mi salvación.” Salmo 62.1)
De manera que los santos patriarcas no fueron justificados por la Ley, sino por la promesa y por la fe. Es realmente extraño que nuestros adversarios no enseñan nada o casi nada sobre la fe, a pesar de saber que en todos los lugares de la Biblia la fe es ensalzada como el más excelso y santo culto. Por ejemplo, en el Salmo 50, se lee: "Invócame en la tribulación y yo te salvaré...". Así es como Dios quiere dársenos a conocer y así es, también, cómo desea le honremos y seamos hechos partícipes de sus beneficios, sólo por su misericordia infinita, mas no en pago a nuestros méritos. Saber esto es poseer una inagotable fuente de consuelo en toda clase de aflicciones; trátese de tentaciones puramente espirituales o de tentaciones carnales, siendo indiferente que ellas tengan lugar en vida o en trance de muerte. Los adversarios privan a las conciencias de dicho consuelo cuando fría y despectivamente hablan de la fe, mientras, por otra parte, enseñan a los hombres a negociar con Dios mediante obras y méritos.
Sólo la fe en Cristo justifica
A fin de que se nos entienda rectamente cuando afirmamos que la fe no consiste en un mero conocimiento de la vida y hechos de Jesucristo, empezaremos por exponer de qué modo llega la fe al corazón del hombre. Luego explicaremos cómo somos justificados por la fe y,
12 Texto orig. lat.: "pretium rei tantae".
13 Salmo 130, v.5.
finalmente, refutaremos los argumentos de los adversarios. En el último capítulo del Evangelio de San Lucas, ordena Cristo se predique en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados14. Es decir, el Evangelio en general, señala terminantemente que todos los hombres están bajo pecado, siendo, también, todos reos de la ira divina eterna y de la muerte. Pero, al mismo tiempo, el Evangelio ofrece a todos los hombres el perdón de los pecados y la justificación por Cristo; perdón y justificación que se reciben sólo por la fe. La predicación del arrepentimiento a nosotros dirigida, sobrecoge nuestra conciencia en gran manera, nos aterroriza, nos hace sentir la realidad de nuestro pecado y la realidad de la ira divina. Mas la conciencia atemorizada y el corazón atribulado buscarán consuelo y auxilio si creen en la promesa referente a Cristo, según la cual por Él tenemos el perdón de los pecados.
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