ALFABETO CRISTIANO
JUAN DE VALDES
QUE ENSEÑA EL VERDADERO CAMINO DE ADQUIRIR
LA LUZ DEL ESPÍRITU SANTO143-146
JULIA. — La vida me habéis dado con esto, porque os prometo que yo era fuertemente tentada de este temor.
ValdÉS. — Siempre, Señora, que os vinieren semejantes cosas a la fantasía, pensad que son por obra del Demonio, y resistidlas siempre con el escudo de la fe, y si con éste no pudiereis deshacer una tal imaginación, comunicadla libremente a alguna persona espiritual que veáis vos que la supiere entender, y entendida, supiere socorreros, en ella.
JULIA. — De tales personas hay hoy tanta carestía como de moscas blancas.
Leer cosas curiosas
VALDÉS. — Tanto más tenéis vos de qué dar gracias a Dios, pues que os ha puesto en estado que en aquesta carestía que decís, tendréis lo que os será suficiente.
También quiero otra cosa de vos. Guardaos de que por ahora no os ocupéis en leer ni en querer saber cosas curiosas, aunque sean santas, de manera que vuestro entendimiento curiosamente se ocupe en ellas. Porque para este principio, os servirá mucho más la lección de cosas sencillísimas, que os inflamen la voluntad; y creedme que no os digo esto sin mucha causa. Y porque en este ejercicio cristiano estoy cierto que conoceréis por experiencia la verdad de lo que aquí de mí habéis oído, y otras muchas verdades cristianísimas, y porque he visto por experiencia que muchas personas, luego que las conocen, las van hablando y comunicando sin consideración alguna, de donde nacen algunos inconvenientes, mirad, Señora, que en caso tal os sepáis gobernar sabiamente, y procurad de hacer como las buenas ovejas, que muestran al pastor la yerba que comen, en la lana y en la leche, que le dan; y no, como las malas, que se la muestran tornándola a arrojar por la boca. Y hágoos saber que la doctrina cocida y digerida, en el ánimo hace su fruto y que la que de repente sale por la boca, no alimenta al ánimo; y yo deseo que vos tengáis la doctrina en el ánimo y no encima de la lengua.
JULIA. — Bien está; ayúdeme Dios en todo, y asimismo ayudadme a componer el hombre exterior, pues que tan bien me habéis mostrado cómo he de adornar el interior.
Adornar el hombre interior
VALDÉS. — Adornad vos, Señora, primeramente el interior y yo os prometo que no tendréis necesidad de mi consejo ni del de persona del mundo, para componer el exterior. Y para que me creáis esto, quiero mostrároslo por una semejanza, y si ella tuviere algo de repugnante, disimuládmelo. Cuando un buen médico quiere sanar a un cuerpo sarnoso, no comienza a curarle rayéndole la sarna de fuera, porque conoce que si bien por entonces la quita, luego vuelve a salir otra de nuevo. Ni menos comienza a curarle con unciones, porque conoce que aun cuando la quite en la parte de fuera, se entra dentro del cuerpo y es causa de otra enfermedad mayor. Mas si el tal es médico bueno y experto, la primera cosa que hace es considerar la causa de donde procede la tal sarna y, entendida, hace que el paciente o sarnoso tome por la boca aquellas medicinas que conoce ser apropósito para sanar aquella indisposición del cuerpo de donde procede la sarna, porque conoce y sabe que, sanada la indisposición interior, sin dificultad alguna se cae la exterior. De la misma manera, un médico espiritual, cuando quiere sanar un cuerpo vicioso o licencioso, no ha de empezar quitando las superfluidades exteriores, porque como queda dentro la raíz del vicio luego vuelven a salir las otras, sino por la misma parte, por otra quizá más peligrosa. Ni menos ha de empezar con unciones de ceremonias supersticiosas y obras exteriores, las cuales aunque quiten los vicios exteriores, los meten en lo interior y así la enfermedad es más peligrosa y más perniciosa. Pero si es médico experimentado, vistos los vicios y consideradas las superfluidades exteriores, conoce la causa de dónde proceden, y conocida, aplica las medicinas que le parece ser necesarias para sanar la enfermedad interior, porque sabe de cierto que sanada, luego los vicios y superfluidades cesan. ¿Entendéis lo que quiero decir?
JULIA. — Sí, lo entiendo; y aunque hayáis hablado un poco de cosas sucias, porque lo habéis dicho bien, os lo sufro. Y pues que no me queréis decir nada de esto, decidme a lo menos cómo he de gobernarme en las cosas devotas exteriores.
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