domingo, 16 de junio de 2024

“MADRE”, YO TE ACUSO- 1-11

MADRE”,

YO TE ACUSO

Herman J. Hegger

Título original: MOEDER, K KLAAG U AAN

(Quinta edición neerlandesa. Traducido al alemán e inglés).

MADRE, yo te acuso

Primera edición castellana: mayo 1981

Herman J. Hegger

Edita:

Traductor: Juan T. Sanz

STICHTING IN DE RECHTE STRAAT FUNDACION EN LA CALLE RECTA (ELCR) Boulevard 11, 6881 HN, VELP (G.), Países Bajos

en colaboración con

STICHTING UITGAVE, REFORMATORISCHE BOEKEN FUNDACION EDITORIAL DE LITERATURA REFORMADA (FELiRE) Apartado 1053, Rijswijk (Z.H.), Países Bajos.

1981

Imprime: INEDIC, S.L. C/. Parador del Sol, 27 - Madrid-19 Dep. Legal. M/2158111981.

I.S.B.N. 85.504.07-0

Printed in Spain.

Besteladres (distribuye):

Adm. IN DE RECHTE STRAAT

Postbus 131, 6880 AC VELP (Gld.), Holland

Ex-Sacerdote Católico- Luego Pastor Evangélico



 

MADRE,

YO TE ACUSO

porque manejas con falsedad la balanza de la justicia;' porque blandes la espada contra aquellos que, aunque temblorosos por tu poder, no se quieren arrojar a tus pies.

YO TE ACUSO

Porque el santo de Israel me da el encargo de hacerlo: "Contended con vuestra madre, contended; porque ella no es mi mujer, ni yo su marido".

Y, en consecuencia, yo te conmino con la amenaza del SEÑOR: "Aparte, pues, sus fornicaciones de su rostro, y sus adulterios de entre sus pechos; no sea que yo la despoje y desnude...".

(Oreas 2: 1-3)

PROLOGO A LA EDICION EN CASTELLANO

Fué en 1949 y en Brasil, donde enseñaba filosofía e historia de la filosofía en el seminario mayor de la ciudad de Teté, que llegué a la fe en Jesucristo como mi único y perfecto Salvador. Esto ocurría mediante el testimonio de hermanos y hermanas evangélicos en la ciudad de Río de Janeiro.

Por eso conservo siempre un recuerdo agradecido a Brasil, mi patria espiritual, y en general a toda América Latina.

Posteriormente he visitado diversos países de ese continente: Méxi­co, Nicaragua, Guatemala, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argenti­na y el mismo Brasil. En todos me ha entusiasmado el calor de los hermanos y hermanas, y he gozado del ardor del Espíritu con que anuncian el Evangelio. También he visitado España en múltiples ocasiones.

Por todo ello, es para mi un gran gozo que ahora aparezca esta edición en castellano de mi libro "Moeder, ¡k kiaag u aan" (: Madre, yo te acuso). Lo escribí con gran emoción, pero también con gran amor. El fuego del Espíritu ardía en mi cuando escribí todo esto; y espero que los lectores lo noten en cada una de sus páginas.

Mientras escribo este prólogo me siento ligado en actitud orante con cada uno de ustedes cuando se disponen a leer este libro. ¡Ojalá que el celo por la casa de Dios también les abrase a todos ustedes!

No olviden que cada creyente en Cristo tiene una vocación profética. Todos nosotros debemos testificar de la grandeza del Nombre de Dios y de Su inconmensurable amor misericordioso en Cristo; y que desde el día de Pentecostés, el Espíritu Santo, en toda Su plenitud, está a disposición de cada creyente, para llevarles a profetizar (cf. Hch. 2:17).

"Gracia, misericordia y paz, de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor" (I Tim. 1:2).

VELP, G_Países Bajos             24 de abril de 1981

PRIMERA PARTE

ESCALOFRIANTE APETENCIA POR EL PODER

"El poder es sublime;

el poder absoluto es absolutamente sublime". (Ngo Dinh Noe, survietnamita).

"El Papado tiene... el poder doctrinal absoluto y el poder absoluto de dirigir y gobernar".

(Ultima versión católica-romana del Nuevo Testamento, en la nota a M t. 16:18).

Ahora bien:

"Ninguno de los males que el totalitarismo dice poder remediar es tan grave como el mismo totalitarismo"

(Albert Camus).

Por consiguiente:

Ninguno de los males que el totalitarismo católico-romano dice po­der remediar (por ejemplo: la división de los cristianos) es tan grave como el mismo totalitarismo católico-romano.

Capítulo 1

¡AY DE MI, SI CALLO!

1 . ¡Acusa a tu madre!

Es duro, cuando un hijo tiene que levantar el dedo acusador contra su propia madre. Es amargo, cuando debe acusar a aquella que le dio la vida. Así pues, si en las siguientes páginas también yo debo dirigir mi ¡Yo te acuso! a la iglesia de que procedo, no es para vengarme del sufrimiento que a mi personalmente me ha causado. Al menos en oración, he procurado purificarme de estos sentimien­tos de odio. Antes de comenzar a escribir he mirado a Jesús a los ojos y he suplicado al Espíritu Santo que me ayude para que fustigue a mi madre únicamente con las palabras de los profetas y evangelis­tas.

Dios me impele a esta dura acusación. Las palabras del profeta Oseas me constriñen: "Contended con vuestra madre, contended; porque ella no es mi mujer, ni yo su marido" (Os. 2:2). Así incitó Dios una vez a los israelitas, uno por uno, a acusar a su madre (el reino de las diez tribus) a causa de la prostitución religiosa que ella come­tió. El profeta quiere despertar las conciencias individuales. Los hi­jos de Israel que aún han permanecido fieles y no se han dejado arrastrar por la masa, deben oponerse a la infidelidad de los demás. Oseas era uno de los pocos de Israel que se enfrentó a su madre terrenal, porque quiso permanecer fiel a su Padre celestial, al Dios viviente.

En aquellos días, seguramente se le habrá reprochado a Oseas, que era un traidor a la patria. Los líderes del pueblo se habrán encoleri­zado, porque amenazaba con romper la unidad del pueblo, y se le habrán escupido al rostro frases como estas: -"¿Cómo te atreves a deprimirnos con tus violentas acusaciones en unos tiempos tan ten­sos? Tu rompes nuestro poder político. En tus afirmaciones quizá haya algo de verdad, ¡pero siléncialo, pues el enemigo también lo oye".

Pero Oseas no calla, ni Isaías enmudece, ni Jeremías guarda silen­cio. Pues el Espíritu del Señor había venido sobre ellos, y les puso en sus bocas estas cauterizadoras: palabras de Dios. Por eso, aque­llas palabras se les hicieron a estos profetas una carga insoportable de la que debían deshacerse, porque el peso de la eternidad sobre

sus conciencias les empujaba a realizar este encargo de Dios.

Los profetas del Viejo Pacto cumplieron su vocación en el poder de Dios. De otra suerte no hubieran sido capaces de ello. Pero lo que de alguna forma alivió su dura tarea fue la esperanza de que por medio de su predicación penitencial llevarían a su pueblo al arrepen­timiento. En los ojos de estos antiguos profetas había algo de sú­plica infantil: -"¡Madre, madre mía, arrepiéntete, pues yo te amo! ¡Madre, no quiero que tu y tus otros hijos, mis hermanos y herma­nas, se pierdan! ¡Madre, escucha mis palabras, porque es la Palabra de Dios!".

Quizá alguno dirá: -Pero la llamada o vocación para una acusación tan terrible fue dada por Dios únicamente a algunas personas espe­ciales, es decir, a los profetas. Pero es una arrogancia cuando al­guien, sin semejante vocación especial, lanza sus acusaciones al mundo. Sin embargo, esta objección queda rechazada con las palabras de Oseas 2: 1. Aquí se amonesta a cada israelita a que acuse a su madre, el pueblo de Israel: "Contended con vuestra madre!',' se dice. No se añade que primero deban esperar una señal divina. La palabra profética misma es la señal.

Ni aun hoy día ha perdido su poder esta palabra profética. También ahora nos impele y nos llama a acusar a la iglesia que, como el viejo Israel, ha dicho: "Iré tras mis amantes, que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida" (Os. 2:5).

¿Y acaso cada cristiano no es rey, sacerdote y profeta? Una vez un anciano dijo a un pastor que iba a ser confirmado en su cargo: -"Co­mo rey, Vd. será introducido con voces de júbilo. Pues la congrega­ción tiene necesidad de dirección. Se estaba cansado de que este cargo estuviera vacante. Como sacerdote, Vd. también será aprecia­do, pues todos encuentran interesante si hay alguien que se preocu­pa de sus almas. Pero si Vd. impone seriedad con su misión profé­tica, entonces pronto hallará oposición y enemistad".

Posibilidades y límites del ecumenismo

En nuestros días, hay mucho acercamiento entre protestantes y romanocatólicos. Por este medio se abren todo tipo de posibilidades y ocasiones al evangelio que debemos aprovechar.

Ahora un católico-romano ya no se sitúa en una postura de rechazo frente al protestantismo. Cuando nos ponemos a dialogar con él, ya no rechaza sin más ni más las opiniones reformadas como pura he­rejía.

Roma ha dicho "que en el protestantismo han permanecido conservando verdades bíblicas que en la iglesia católica romana han llegado a un desarrollo menor".

Estas ocasiones hemos de aprovecharlas en el diálogo con personas católico-romanas. Pero debemos estar vigilantes que estas conversa­ciones no degeneren en una amigable comunicación en la que se hable de religión. Siempre debe ser un diálogo de testimonio. El espíritu profético no debe ser apagado por el ambiente bondadoso que imprimen el fumar juntos un buen cigarro puro, o el degustar una taza de té o café.

Las dificultades surgen sobre todo cuando hay manifestaciones ex­ternas de unidad con los católico-romanos, como por ejemplo, du­rante la llamada "Semana por la unidad de los cristianos", en las reuniones navideñas y pascuales, en las comidas fraternales, etc.

Mediante estas masivas manifestaciones externas se quiere reforzar los contactos individuales. Una meta loable en sí misma. Pero en­tonces amenaza el peligro de que, de puertas afuera, se sugiera que ya no se toman tan seriamente los errores católico-romanos. Esto puede resultar fatal para los mismos protestantes. Pues en el mo­mento que nosotros aminoremos nuestra protesta, la cual debemos hacer oír desde la Palabra de Dios contra los errores de la iglesia de Roma, ésta se aproximará a nosotros de modo mucho más insi­nuante con su esplendor y brillo, su historia secular, su lógica sutil y su conocimiento de influencia de masas. Y entonces nos haremos causantes de que nuestras "gentes de iglesia" comiencen a dudar y se dejen absorber por la engañosa propaganda de la iglesia romana.

Además, esto también puede ser funesto para los mismos católico-romanos. Pues de esta forma apagamos la saludable inquietud que ciertamente habrá despertado en ellos por la nueva manera de leer la Biblia. Porque llegarían a pensar que también nosotros juzgamos u opinamos con más benevolencia acerca de la misa, el culto a María, la confesión auricular, etc.

 

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