domingo, 9 de junio de 2024

CONDESA JULIA DE GONZAGA - ITALIA- 61-65

ALFABETO CRISTIANO

JUAN DE VALDES

QUE ENSEÑA EL VERDADERO CAMINO DE ADQUIRIR

LA LUZ DEL ESPÍRITU SANTO

61-65

 Hallaréis otras personas que quieren y tienen voluntad de saber y conocer el camino de Dios, pero estando ligadas al amor de las cosas de esta presente vida y tomando con ellas demasiado deleite, no las quieren dejar, y así no se disponen de modo que Dios las haya de enseñar y mostrar su camino. A las tales pone luego el demonio delante ciertos caminos simulados o encubiertos, y dalas a entender que aquéllos son los verdaderos caminos; y ellas, ciegas con el propio amor de sí mismas, de buena gana se dejan engañar y danse a entender que Dios las lleva, y es el demonio quien las guía. De aquí nacen las demasiadas ceremonias, nacen las perniciosas supersticiones, y nacen las falsas devociones. De estas tales personas dice Dios por Isaías: "Cada día me van buscando, y quieren saber y conocer mis caminos, como gente que haya vivido justamente y que no haya abandonado el juicio y justicia del Señor Dios suyo."

Hallaréis otras personas, que quieren conocer este camino de Dios y se disponen a ello.

Estas tales, sintiendo en el alma la voz de Cristo que dice: "Volved en vosotros que andáis perdidos; no es bueno el camino por el cual camináis, porque no se va por él al Reino de los Cielos"; vuelven en sí, y conociendo que van perdidas, abandonan el camino que seguían y antes de tomar alguno, ruegan a Dios que les muestre el verdadero camino; y ésta es la disposición.

Estas tales sienten al punto a Cristo, que les dice: "Quien quisiere caminar por el verdadero y cierto camino, niéguese a sí mismo, y tome su cruz a cuestas, y sígame, imitándome en lo que puede imitarme": y sienten que en otro lugar les declara esto, diciendo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" y así, al instante, entran por el camino de la negación de la propia voluntad, y de la paciencia y verdadera humildad.

Hallaréis otras personas que conocen el camino de Dios y caminan por él, algunas con más y mayor fervor que otras; no obstante, con tal que ni unas ni otras se aparten del camino ni le abandonen, van bien: y estas, en verdad, son pocas, como vos, Señora, decís; aunque no son tan pocas como pensáis, porque por ser el camino de ellas espiritual, no pudiendo ser vistas sino con ojos espirituales, no es posible que sean conocidas sino por las mismas personas que caminan por el mismo camino. Estas viven con ansia continua de no ofender a Dios; y si a veces, por fragilidad, vencidas de la tentación, caen en algún pecado mortal, luego se vuelven a Dios y confiesan su pecado, y no tienen necesidad de muchos aparejos para la confesión porque, como dice David hablando de sí, tienen siempre su pecado delante de sus ojos. Estas mismas personas tiene algunos defectos y algunos descuidos, que son señales de que sus ánimos están del todo mortificados.

Al fin, sus defectos y sus descuidos muchas veces les son a ellas causa de provecho, porque se reconocen y se humillan, y aprenden así a desconfiar de sí propias y a confiarse en Dios. Y por eso dice San Pablo, que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien : y por esto dice en otro lugar, que ninguna cosa hay capaz para condenar a aquellas personas que, habiendo entrado por este camino, están unidas con Cristo Jesús por fe y amor.

 Las primeras personas son impías, las segundas ciegas, las terceras desvariadas, las cuartas prudentes y las quintas santas. De modo que si caminan pocas personas por el camino cristiano, podéis ver pues es más por la impiedad, ceguedad y veleidad que por la dificultad: y visto esto, no tendréis miedo de encontrarlo. Y pues que (como pienso) sois vos, Señora, de las cuartas personas,

haced de modo que escuchéis la voz de Cristo, porque Él os pondrá en el verdadero camino; y tened por cierto que luego que hayáis entrado, no sentiréis más confusión, ni inquietud, ni trabajo, ni perplejidad, y finalmente, no sentiréis contradicción alguna: antes, por el contrario, sentiréis mucha paz, mucha alegría, mucha satisfacción y gran contentamiento.

JULIA. — Todo cuanto decís me satisface. Y pues que yo determinadamente quiero entrar en este camino, resta que vos me llevéis de la mano, enseñándome aquellos pasos por los cuales creo, que vos hayáis caminado.

VALDÉS. — No sé que más queréis aprender de mí, de lo que cada día os dice el predicador.

JULIA. — Yo soy débil, y no puedo hacer tanta resistencia a mi ánimo cuanta sería menester para hacer todo lo que dice el predicador.

VALDÉS. — Ya, Señora, ha buen rato que yo os entiendo. ¿Qué necesidad hay de andar por las ramas? Bien sé yo lo que vos querríais.

JULIA. — ¡Qué enfado! Pues que lo sabéis, ¿por qué no lo decís?

VALDÉS. — Porque aguardaba a que vos, con vuestra boca, lo dijeseis.

JULIA. — Hacedme el placer de decirlo, puesto que lo entendéis, y yo y yo os diré la verdad de si acertáis en todo y por todo.

 

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