HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
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APÉNDICE.
No. I.
.. DEDICACIÓN DE FRANCISCO DE ENZINAS DE SU TRADUCCIÓN ESPAÑOLA DEL NUEVO TESTAMENTO.* * Traducido del original, impreso en Amberes en 1543.
Al Poderoso Monarca Carlos V, siempre Augusto Emperador, Rey de España, etc. Francisco de Enzinas desea Gracia, Salud y Paz
***Traducido del original español, según lo aporta Riederer, Nachrichten zur Kirchen-Gelehrten und Bücher-Geschichtc, vol. ii. pag. 147-149.Altdorf, 1765.***
La segunda razón, Majestad Sagrada, que ha tenido peso para mí, es el honor de nuestra nación española, que ha sido calumniada y ridiculizada por otras naciones sobre este punto.
Aunque sus opiniones difieren en muchos puntos, sin embargo, todos ellos coinciden en esto, en que somos o indolentes, o escrupulosos, o supersticiosos; y de esta acusación ninguno de los extranjeros con quienes he conversado nos exculpará. Aunque el beneficio espiritual de nuestro prójimo y el servicio de Dios son sin duda las consideraciones que deben influir en el cristiano, sin embargo, mientras vivamos en la carne y caminemos a la luz de la razón, encontraremos que el honor nos llevará a menudo a hacer de inmediato lo que ningún argumento podría inducirnos a hacer.
Ahora bien, sin hablar de los griegos y de las demás naciones que conocieron la salvación de Jesucristo leyendo las Sagradas Escrituras en su propia lengua, no hay pueblo, que yo sepa, excepto los españoles, a quienes no se les permita leer la Biblia en su lengua materna. En Italia hay muchas versiones, la mayor parte de las cuales han salido de Nápoles, patrimonio de Vuestra Majestad.
En Francia ellas son innumerables. En Flandes y en todos los territorios de Vuestra Majestad en esa región, yo mismo he visto muchas, mientras que nuevas se publican diariamente en sus principales ciudades. En Alemania son tan abundantes como el agua, no sólo en los estados protestantes, sino también en los católicos. Lo mismo puede decirse de todos los reinos del ilustre rey Don Fernando, hermano de Vuestra Majestad; como también de Inglaterra, Escocia e Irlanda. España se encuentra sola como si fuera el oscuro extremo de Europa.
Por qué razón se le ha negado ese privilegio que se ha concedido a todos los demás países, no lo sé.
Ya que en todo nos jactamos, y no injustamente, de ser los primeros, no puedo ver por qué en este asunto, que es de la mayor importancia, deberíamos ser los últimos.
No tenemos ninguna deficiencia de genio, juicio o conocimiento; y nuestro lenguaje es, en mi opinión, el mejor de los vulgares; al menos no es inferior a ninguno de ellos.
La tercera razón que me ha inducido a emprender esta obra es que, si fuera perjudicial en sí misma o tuviera malas consecuencias, estoy convencido de que entre todas las leyes que se han promulgado desde la aparición de estas sectas, una habría salido de Vuestra Majestad o del Papa prohibiendo, bajo graves penas, la composición e impresión de tales libros. Como esto no se ha hecho, que yo sepa, a pesar de las muchas leyes aprobadas y la gran diligencia (gracias a Dios) empleada desde entonces, estoy persuadido de que no puede atribuirse ningún mal a la empresa, y que está en perfecta coherencia con las leyes de Vuestra Majestad y del Sumo Pontífice. Tampoco me faltan ejemplos que me apoyen, ya que se han publicado obras similares en todas las lenguas y naciones. Es una señal de poca prudencia, dice el poeta cómico, cuando no considero bien hecho nada, excepto lo que yo mismo hago, y supongo que solo yo doy en el blanco, y todos los demás se equivocan. Así sucede en el presente caso.
Porque, sin hablar de las naciones europeas, cuyos sentimientos sobre este tema ya he mostrado, si consultamos la historia de los antiguos, encontraremos que todos ellos sostenían la misma opinión. Los judíos, aunque eran una raza analfabeta y endurecida, como señala Cristo, recibieron su ley en su propia lengua, por difícil que fuera de entender a causa de los tipos del Mesías que contenía. Después de su regreso de Babilonia, como conocían mejor el siríaco que el hebreo, hicieron uso de las paráfrasis caldeas, que llamaron los Tárgumes
. Los cristianos, que los sucedieron, poseían las Escrituras en griego, que, en ese período, era el idioma común de Oriente. Las otras naciones las tradujeron a sus propias lenguas, a saber, egipcio, árabe, persa, etíope y latín; y en estas lenguas también tenían su Salmodia, como afirma San Jerónimo en su epitafio sobre Paula. Este padre asimismo tradujo la Biblia al húngaro, para beneficio de sus propios compatriotas. Los latinos a partir de entonces emplearon la versión latina, una costumbre que permaneció en su iglesia durante más de seiscientos años, hasta la época de los emperadores Focas y Heraclio, y el Papa Gregorio el Grande.
La práctica de leer las Sagradas Escrituras en un idioma que todos pudieran entender fue abandonada, no por la convicción de que era erróneo, sino porque con la irrupción de naciones extranjeras en Europa, la lengua latina dejó de hablarse entre la gente común, mientras que la Iglesia siguió utilizándola como antes, y ha seguido haciéndolo hasta el día de hoy.
Sin embargo, esto es así sólo en estas partes de Europa. En Grecia, los cristianos modernos conservan la antigua práctica; como también en África, Egipto, Etiopía, Siria, Palestina, Persia, las Indias Orientales y en todo el mundo. Parecería, entonces, que no soy único en mis sentimientos sobre este tema; que esta empresa no es nueva; y que no puede ser un mal lo que ha existido durante tanto tiempo en la Iglesia de Dios, que tantas naciones lo han aprobado, y que la Iglesia Católica estima como bueno.
Si alguien se inclina a pensar que es perjudicial debido al peligro que existe actualmente de herejía, que sepa que las herejías no surgen de la lectura de las Escrituras en las lenguas vulgares, sino de que son mal
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Entendidas y explicadas contrariamente a la interpretación y doctrina de la Iglesia, que es columna y fundamento de la verdad, y de ser tratadas por hombres mal dispuestos, que las pervierten para adecuarse a sus propias opiniones malvadas.
Lo mismo fue observado por San Pedro acerca de las Epístolas de San Pablo, que los herejes en esa época, así como en esta, estaban en la práctica de abusar para confirmar sus falsas tiendas. Estas razones, Sagrada Majestad, me han inducido a emprender esta obra. No quiero decir que sea una causa muy justa y santa, ciertamente es digna de la dignidad real de Vuestra Majestad, digna de su conocimiento, digna de su juicio, digna de su aprobación y digna de su protección.
Y como estoy bien seguro, con Salomón, de que los corazones de los buenos príncipes están gobernados por Dios, confío en el Cielo que Vuestra Majestad tomará esta obra mía con buena parte; que lo alentaréis y defenderéis con vuestra autoridad; y que emplearéis todos los medios para procurarle una acogida favorable por parte de los demás.
Esto debe hacerse tanto más porque el bien que puede esperarse que resulte de ello en todo el reino no es ni riquezas, ni honor, ni ventajas mundanas, sino bendiciones espirituales y la gloria de Cristo Jesús. Que él prospere a Vuestra Majestad en el viaje y empresa que ha emprendido, y en todos los demás de naturaleza similar; y que después de que haya reinado mucho tiempo sobre la tierra, él os reciba para reinar con él en el cielo. Amén. Desde Amberes, 1 de octubre de 1543.
N.º II. EXTRACTOS DE UN PREFACIO DE JUAN PÉREZ A SU TRADUCCIÓN AL ESPAÑOL DEL NUEVO TESTAMENTO.
Dos razones me han inducido a emprender la importante tarea de traducir el Nuevo Testamento, desde el idioma en que fue compuesto originalmente, a nuestra lengua romance común y nativa.
La primera es que cuando me encontré con grandes obligaciones para con mis compatriotas a causa de la vocación que el Señor me había dado de predicar el evangelio, no pude descubrir ningún método por el cual pudiera cumplir mejor, si no totalmente, al menos en parte, mi deseo y obligación, que otorgándoles una versión fiel del Nuevo Testamento en su propia lengua. En este respecto he obedecido la voluntad del Señor y he seguido el ejemplo de sus santos Apóstoles. * * * Los santos Apóstoles, instruidos en la voluntad e intención de su maestro, con vistas a desempeñar su ministerio y publicar más extensamente lo que se les había encomendado, no escribieron en hebreo, que entonces era entendido sólo por unas pocas personas ya versadas en las Sagradas Escrituras, ni tampoco en las lenguas siríaca y latina. Casi todos ellos escribieron el evangelio en griego, tal como se empleaba y entendía no sólo en Grecia, sino también entre los judíos y romanos, y en general por todos los que habitaban Asia y las partes de Europa que estaban sujetas al imperio romano; porque ni el latín ni ninguna otra lengua era en ese tiempo tan conocida o tan común como el griego. * * *
La otra razón a la que me referí como impulso a la presente empresa, es el avance de la gloria de mi nación, famosa como siempre ha sido en todos los ámbitos por su valentía y victorias, y propensa a jactarse de que es más libre que todas las demás naciones de esos errores que han surgido en el mundo contra la religión cristiana.
Vencer a los demás es algo que se estima glorioso y deseable entre los hombres; pero vencerse a uno mismo es mucho más glorioso y honorable a la vista de Dios; porque someter a nuestros enemigos internos es la manera de someternos por completo a su gobierno, y la victoria obtenida sobre ellos es la más ilustre y la más deseable, ya que una guerra interna es de todas las demás la más peligrosa, y como la recompensa que aquí se ofrece a los conquistadores es la más preciosa y la más duradera.
Lo que logra la mayor de todas las victorias es la lectura y comprensión del contenido de este volumen sagrado.
Para que pueda ser comprendido y mejorado, lo he traducido al Romance. Es ciertamente honorable y glorioso que estemos exentos de errores y de todas sus consecuencias. Cada uno en la nación debe trabajar tanto como esté en sus posibilidades para que esta gloria pueda ser para nosotros.
Por mi parte, he procurado proporcionar una defensa por la cual nuestra patria pueda siempre estar protegida del mal y de la entrada del error, proporcionándole el Nuevo Testamento, en el que se encuentra un resumen de todas las leyes y consejos que hemos recibido del cielo; de modo que no sólo seamos capaces de detectar infaliblemente todo error, sino también de evitarlo con certeza.
Es imposible que nuestra gloria pueda ser duradera y permanente, a menos que invoquemos la ayuda de este volumen, leyendo habitualmente sus estatutos y meditando en sus consejos.
N.º III. EXTRACTOS DE LA CONFESIÓN DE UN PECADOR, POR CONSTANTINO PONCE DE LA FUENTE, CAPELLÁN DEL EMPERADOR CARLOS V.
* Traducido de una versión francesa en Histoire des Martyrs, p. 503-506. Anno 1597.
* Tú, Hijo de Dios, a quien el Padre eterno ha enviado para ser el Salvador de los hombres, para que pudieras ofrecerte a ti mismo en sacrificio como satisfacción por el pecado, quisiera presentarme ante el trono de tu misericordia, para pedirte que me escuches mientras hablo, no de mi propia justicia y méritos, sino de las transgresiones y graves errores que he cometido contra los hombres, y más especialmente contra la majestad, la bondad y la compasión de tu Padre. Atráeme con fuerza mediante el descubrimiento de ese castigo eterno con el que mis pecados me amenazan interiormente. Pero tu compasión me atrae por una cuerda muy diferente; haciéndome * Traducido de una versión francesa en Histoire des Martyrs, p. 503-506. Anno 1597.
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para que yo sepa, aunque no tan pronto como debiera, todo lo que tú has sido para mí y todo lo que yo he sido para ti.
Me presento ante tu sagrada majestad, acusado y condenado por mi propia conciencia, y obligado por su tortura a hablar y confesar, en presencia de la tierra y del cielo, ante los hombres y los ángeles, y en la audiencia de tu soberana y divina justicia, que merezco ser desterrado para siempre del reino de los cielos y vivir en perpetua miseria bajo las cadenas y la tiranía de Satanás.
Señor y Salvador mío, mi causa estaría perdida, yo estaría completamente perdido, si no fueras juez para librar de la condenación a aquellos cuyos pecados han entregado a la muerte eterna.
* * * * Bendito y alabado sea por siempre tu nombre por todos los que te conocen, porque viniste a este mundo no para condenar sino para salvar a los pecadores; porque siendo justo, te has convertido en abogado de los culpables, incluso de tus enemigos y acusadores, y has sido afligido y tentado en todo, para darnos una prueba más segura de tu compasión.
Tú eres santidad para los contaminados, satisfacción para los culpables, pago para los insolventes, conocimiento para los que yerran y fiador para el que no tiene ayuda. Lo que sé de ti, mi Salvador, me atrae hacia ti, y he comenzado a conocerte de una manera que me hace ver que soy un miserable indigno de acercarme a tu presencia.
¿Cómo comenzaré, Señor, a dar cuenta de mis transgresiones? ¿Qué camino debo tomar para descubrir mejor el error de mis caminos?
Señor, dame ojos para mirarme a mí mismo y fortaléceme para soportar esa mirada; porque mis pecados son tan grandes que me avergüenzo de reconocerlos como míos y tratar de remediarlos con otros pecados que me desmientan y me repudian, si de algún modo encuentro en mí algo que no sea tan extremadamente culpable.
En todo esto, Señor, noto la grandeza de tu compasión; porque cuando cierro mis propios ojos para no ser confundido a la vista de mis pecados, tú abres los tuyos para que puedas observarme y velar por mí.
Tú has puesto fuera de duda, Redentor del mundo, que examinas las llagas con la intención de curarlas, y que por repugnantes que sean, no son una monstruosidad para ti, ni te avergüenzas de limpiarlas con tu propia mano.
Guíame, Señor, y condúceme contigo, pues si camino solo, me desviaré del camino recto.
Tu compañía me fortalecerá para soportar la presencia de mí mismo. Sostenme, para que no desfallezca. Sujétame con fuerza, para que no huya de mí mismo.
Ordena al demonio que calle cuando hablas conmigo.
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