domingo, 18 de agosto de 2024

AUTENTICARON SU FE CON SU VIDA -219-223

AUTENTICARON SU FE CON SU VIDA 

Ofrendaron sus vidas para el cordero de dios-

HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA

SIGLO XVI.

 THOMAS McCRIE,

D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842

219-223

Pedro de Cazalla, párroco de Pedrosa, cuando fue arrestado el 25 de abril de 1558, confesó que había abrazado las doctrinas protestantes. Después de haber suplicado la reconciliación, pudo obtener sólo dos votos en el tribunal de la Inquisición para un castigo más suave que la muerte, y la decisión de la mayoría fue confirmada por el consejo del Supremo.

 Se negó a confesarse con el sacerdote enviado para comunicar su sentencia, y compareció en el auto con la mordaza; pero después de ser atado a la hoguera, después de haber pedido, o de que los monjes que lo acompañaban le hicieran creer que pedía un confesor, fue estrangulado y luego arrojado al fuego. Tenía sólo treinta y cuatro años de edad. Domingo de Roxas, hijo del marqués de Poza, dos de cuyos hijos aparecen en el auto anterior, fue apresado, con ropa de laico, en Calahorra, donde había parado, en su huida a los Países Bajos, para tener una entrevista con su amigo De Seso. Posteriormente, el 13 de mayo de 1558, cuando hizo su primera comparecencia ante la Inquisición,

*** * Llorente, ii. 236. f Llorente, ii. 237. ***

sufrió frecuentes interrogatorios. Los inquisidores habiendo ordenado que se le administrara la tortura con el fin de extorsionarle ciertos hechos que estaban ansiosos de conocer, prometió decir todo que sabía, siempre que le ahorraran los horrores de la pregunta, que temía más que la muerte.

Engañado por la perspectiva de una sentencia misericordiosa que se le ofrecía, se vio inducido a hacer ciertas profesiones de pesar y a lanzar insinuaciones desfavorables a la causa del arzobispo Carranza; pero tan pronto como se desengañaron, solicitó una audiencia de los inquisidores, en la que hizo justicia amplia a ese prelado, sin pedir ninguna mitigación de su propio castigo.

 La noche antes de su ejecución rehusó los servicios del sacerdote designado para atenderlo. Cuando las ceremonias del auto terminaron y el juez secular hubo pronunciado sentencia sobre los prisioneros que le habían sido entregados,

 De Roxas, al pasar por el palco real, hizo un llamamiento a la merced del rey. "

—¿Puedes, Señor, presenciar así los tormentos de tus súbditos inocentes? Sálvanos de una muerte tan cruel.—" "

 No;,— replicó Philip con severidad,; yo mismo llevaría leña para quemar a mi propio hijo, si fuera tan miserable como tú.

* De Roxas estaba a punto de decir algo en defensa de sí mismo y de sus compañeros de sufrimiento, cuando, mientras el implacable déspota agitaba su mano, los oficiales instantáneamente le pusieron la mordaza en la boca al mártir. Permaneció, contrariamente a la costumbre habitual, después de que lo ataron a la hoguera; tanto que sus jueces estaban irritados por su audacia, o temerosos de las libertades que usaría. Sin embargo, se nos dice que cuando el fuego estaba a punto de ser aplicado a la hoguera, su valor falló, pidió un confesor y, habiendo recibido la absolución, fue estrangulado. ¡Éste parece ser el relato de sus últimos momentos insertado en los registros de la Inquisición

***** Colmenares, en su Historia de Segovia, citado por Puigblanch, (ii. 142.) representa a Don Carlos de Seso haciendo un discurso similar a Felipe, y recibiendo una respuesta similar; pero, según el relato de Llorente, ese noble llevó la mordaza durante todo el auto de- fe. t Llorente, ii. 239.***

 pero cartas privadas, escritas desde España en ese momento,  describen una representación diferente: &quo

;Lo sacaron del cadalso acompañado de un número de monjes, alrededor de cien, a su alrededor, despotricando y haciendo exclamaciones contra él, y algunos de ellos instándolo a retractarse; pero él, no obstante, les respondió con un espíritu atrevido, que nunca renunciaría a la doctrina de Cristo."*

Juan Sánchez, al comienzo de la persecución de los protestantes en Valladolid, había escapado a los Países Bajos, bajo el nombre falso de Juan de Vibar. Creyéndose a salvo, escribió cartas, fechadas en Castrourdiales en el mes de mayo de 1558, y dirigidas a doña Catalina Hortega, en cuya familia había residido anteriormente. Esa dama habiendo sido detenida como sospechosa de ser luterana, las cartas cayeron en manos de los inquisidores, quienes enviaron información a Felipe, entonces en Bruselas. Sánchez fue aprehendido en Turlingen, trasladado a Valladolid y entregado al magistrado secular como hereje dogmático e impenitente.

 En el lugar de la ejecución le quitaron la mordaza de la boca, pero como no pidió confesor, le prendieron fuego. Cuando el fuego consumió las cuerdas con las que estaba atado, se apartó de la hoguera y, sin darse cuenta, saltó al patíbulo utilizado para recibir las confesiones de los que se arrepentían en sus últimos momentos. Los frailes acudieron al lugar al instante y le instaron a que se retractara de sus errores.

 Recuperándose de su delirio momentáneo, miró a su alrededor y vio a un lado a algunos de sus compañeros de prisión de rodillas haciendo penitencia, y al otro a Don Carlos de Seso, inmóvil en medio de las llamas, sobre las que caminó deliberadamente de nuevo hacia la hoguera, y pidiendo más leña, dijo:

"Moriré como De Seso".

Indignados por lo que consideraban una prueba de audaz impiedad, los arqueros y verdugos * ****Registro adjunto a la traducción de Montanus de Skinner, sig. E. ij. b. Sepúlveda menciona a De Roxas entre aquellos que fueron "arrojados vivos a las llamas, porque perseveraron en el error". (De Rebus gestis Philippi II. lib. ii. cap. xxvii. p. 60: Opera, tomo, iii.***

se esforzaban por saber quién debía cumplir primero con su petición. Murió a los treinta y tres años de edad.

 El caso de doña Marina Guevara Una monja de Santa Belén, presenta algunos rasgos singulares que son dignos de observar. Cuando fue denunciada por primera vez a la Inquisición, admitió que había dado cabida a ciertas opiniones luteranas, pero con vacilación e ignorando su importancia y tendencia.

Su petición de reconciliación con la Iglesia fue rechazada, porque no quería reconocer algunas cosas que los testigos habían depuesto en su contra, y porque persistía en su afirmación de que no había dado un asentimiento cordial y completo a las herejías con que había sido contaminada su mente.

 Cuando las declaraciones le fueron comunicadas por orden de los inquisidores, respondió que parecía como si quisieran inculcar en su mente errores de los que era ignorante, en lugar de inducirla a abandonar aquellos a los que había prestado oído sin cautela; y que el juramento que había prestado no le permitía añadir a su confesión ni reconocer crímenes de los que no era consciente y hechos que no recordaba.

 El conjunto de las actuaciones, si bien muestra los sentimientos honorables de Marina y la firmeza de su carácter, describe con colores fuertes la severidad con la que el Santo Oficio se adhirió a sus principios tiránicos.

Estaba relacionada con personas de alto rango, incluido Valdés, el gran inquisidor, que utilizó todos los medios para liberarla. Pero los jueces ordinarios hicieron oídos sordos a las solicitudes hechas por su superior en su favor, a las que se resistieron como una interferencia con su jurisdicción y una prueba de parcialidad y debilidad, indigna de alguien cuyo cargo requería ser insensible a los llamados de la naturaleza y la amistad.

 Valdés se vio obligado a obtener una orden del consejo del Supremo, autorizando a don Téllez Girón de Montalbán, primo de la prisionera, a tener una última entrevista con ella, en presencia de los principales miembros del tribunal, con el fin de inducirla a ceder a sus demandas. Pero el intento fue infructuoso.

Doña Marina resistió todas las súplicas de su noble pariente y se negó a comprar su vida con una mentira.

Los inquisidores, inflexibles a su anterior propósito, procedieron a pronunciar sentencia contra ella; y el día del auto fue entregada al brazo secular, y, al ser estrangulada en el lugar de la ejecución, su cuerpo fue entregado a las llamas. Este acto proclamaba, más decididamente que la respuesta dada por Felipe al hijo del marqués de Poza, que no había seguridad en España para quien albergara un pensamiento contrario a la fe romana, o para quien no estuviera dispuesto a rendir la más implícita y absoluta obediencia a los dictados de la Inquisición.*

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