sábado, 10 de agosto de 2024

REFORMA EN ESPAÑA SIGLO XVI. 108-112

HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA

 THOMAS McCRIE,

D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842

108-112

Hasta ahora no hemos encontrado a un solo español que haya profesado los principios reformados, o que haya sido convicto por buenas razones de mantenerlos Sin embargo, tenemos todas las razones para pensar que hubo personas de esta descripción en España, aunque sus nombres no han llegado hasta nosotros. Si no hubiera sido así, los inquisidores habrían sido culpables de la más grave indiscreción, al exponer los oídos del pueblo al riesgo de infección al publicar, con tanta particularidad, las opiniones del hereje alemán en todas las iglesias parroquiales del reino.

Sin embargo, hay que reconocer que, en su afán por descubrir lo que no existía y por agravar la más mínima desviación de la fe recibida hasta convertirla en un error peligroso, a veces contribuyeron a propagar lo que buscaban extirpar.

 Un simple campesino fue llevado ante los inquisidores de Sevilla, acusado de haber dicho entre sus amigos que no creía que hubiera otro purgatorio que la sangre de Cristo. Confesó que así lo había pensado, pero, comprendiendo que ofendía a los santos padres, se declaró dispuesto a retractarse. Esto no satisfizo en absoluto a los inquisidores, quienes le dijeron que al adoptar ese único error se había involucrado en una multitud; porque, si no había purgatorio, * Llorente, i. 457-459; ii. 1, 2. entonces el Papa, que había decretado lo contrario, no era infalible, entonces los concilios generales habían errado, entonces la justificación era por la fe, y así sucesivamente.

 En vano el pobre hombre protestó que tales ideas nunca habían entrado en su mente; fue enviado a prisión hasta que estuviera preparado para retractarse.

 La consecuencia fue que se vio obligado a pensar seriamente sobre estos temas y salió de la Inquisición como un luterano confirmado.*

 El estudio de las letras corteses se había comunicado de España a Portugal, y el conocimiento de las opiniones reformadas siguió el mismo curso. Ya en 1521, Emanuel, el monarca portugués, dirigió una carta al elector de Sajonia, instándolo a castigar a Lutero y extirpar sus perniciosos dogmas, antes de que se extendieran más en Alemania y penetraran en otros países cristianos..-j:

En 1534, el papa Clemente VII, informado de que las opiniones reformadas avanzaban día a día en Portugal, nombró a Diego de Silva como inquisidor de ese reino; y, al año siguiente, encontramos al rey manifestando a la corte de Roma que varios de los judíos convertidos se habían hecho protestantes.

Se ha conjeturado que los primeros conversos a la doctrina reformada en España pertenecían a la fraternidad religiosa de los franciscanos, porque el Papa, en 1526, otorgó poder al general y provinciales de esa orden para absolver a aquellos de sus hermanos que habían absorbido las nuevas opiniones y estaban dispuestos a abjurar de ellas. || Pero esto debe verse más bien a la luz de

* Reginaldus Gonsalvius Montanus, Inquisitionis Hispanicae Artes Detect, pág. 31-33. Heydelbergse, 1567, 8vo. t El Dr. Irving da un relato preciso del estado del saber en Portugal durante la primera parte del siglo XVI en sus Memorias de Buchanan, págs. 75-88. Vassceus, en su Crónica de España, dice que Diego Sigea fue el primero o uno de los primeros restauradores de las letras educadas en Portugal. Fue padre de dos mujeres doctas, Luisa y Ángela, la primera de las cuales era experta en hebreo, siríaco y árabe, así como en latín y griego. (Colomesii Italia et Hispania Orientalis, pág. 236, 237. Antonii Eibl. Hisp. Nov. torn. ii. pág. 71, 72.) t Fabricii Centifol. Luth. torn. i. pág. 85-88. Llorente, ii. 100. || Ibid. pág. 4. un privilegio que los franciscanos anhelaban para eximirse de la jurisdicción de los inquisidores, que al principio fueron elegidos de la orden rival de los dominicos. Pocos de los que luego se hicieron protestantes pertenecían a la hermandad de San Francisco.

 Juan Valdés, con quien nos hemos encontrado en otro lugar,* fue la primera persona, hasta donde pude averiguar, que abrazó y fue activo en la difusión de las opiniones reformadas en España.

Era de buena familia y había recibido una educación liberal. Si podemos juzgar por aquellos con quienes tenía una relación íntima, había estudiado en la universidad de Alcalá. Habiéndose unido a la corte, abandonó España alrededor del año 1535 en compañía de Carlos V, quien lo envió a Nápoles para actuar como secretario del virrey.

 La opinión común ha sido que se convirtió al credo luterano en Alemania, pero el hecho es que su mente estaba imbuida de sus principios principales antes de dejar su país natal.

 Esto se desprende de un tratado redactado por él bajo el título de Consejos sobre los intérpretes de la Sagrada Escritura, que circuló privadamente entre sus conocidos.

 Originalmente fue enviado en forma de carta a su amigo Bartolomé Carranza, quien más tarde se convirtió en arzobispo de Toledo, pero que pronto había incurrido en las sospechas del Santo Oficio por la libertad de sus opiniones. :{:

Este tratado fue encontrado entre los papeles del primado cuando posteriormente fue capturado por orden de la Inquisición, y constituyó uno de los artículos de acusación más graves contra ese distinguido y largamente perseguido prelado.

 El Consejo contenía, entre otras, las siguientes proposiciones: primero, que para entender las Sagradas Escrituras no debemos confiar en las interpretaciones de los Padres; segundo, que estamos justificados por una fe viva en la pasión y muerte de nuestro Salvador. Historia de la Reforma en Italia, pág. 16, 121, 122. t Llorente está dispuesto a identificarlo con Alfonso Valdés, a quien ya hemos mencionado, y a llamarlo Juan Alfonso Valdés. (ii. 478; iii. 221.) Pero eran evidentemente personas diferentes. El último era sacerdote; (véase Burscheri Spicil. v. p. 17.) el primero era caballero; el último es llamado secretario de Carlos V; el primero, secretario real en Nápoles. t Llorente, iii. 185-187. Ill identificado por una fe viva en la pasión y muerte de nuestro Salvador; y tercero, para que podamos alcanzar la certeza concerniente a nuestra justificación.

La concordancia entre estos y los principales sentimientos mantenidos por Lutero, hace altamente probable que Valdés hubiera leído los escritos de ese reformador o de algunos de sus adherentes. Al mismo tiempo se nos dice que los principales temas de este tratado fueron tomados de los Institutos Cristianos de Tauler.* Este hecho arroja luz sobre los sentimientos de Valdés y el tono peculiar de sus escritos. Juan Tauler fue un distinguido predicador alemán del siglo XIV, y uno de esos escritores de la iglesia de Roma que han obtenido el nombre de místicos. Estaban disgustados con la intrincada y hueca teología de los teólogos escolásticos, y con la rutina de los servicios exteriores que constituían toda la práctica de la piedad en los conventos; pero, al estar imperfectamente instruidos en la doctrina del evangelio, al huir del vicio de su época cayeron en el extremo opuesto. Resolvieron la religión casi por completo en la contemplación y la meditación; sus discursos, consistentes en soliloquios sobre el amor de Dios y los sufrimientos de Cristo, estaban principalmente calculados para estimular las pasiones; y ocasionalmente hicieron uso de expresiones extravagantes e hiperbólicas, que implicaban que el alma del devoto estaba absorbida en la esencia divina y, cuando era favorecida con visitas sobrenaturales, se volvía independiente y superior a los medios y ordenanzas externas. Los Ejercicios, o meditaciones, sobre la vida de Cristo de Tauler tienen un gran parecido con la obra más conocida de Tomás de Kempis sobre la Imitación de Cristo. Tienen las mismas excelencias y los mismos defectos; respiran el mismo rico olor de devoción espiritual y sufren la misma deficiencia de visiones claras y distintas de la verdad divina. Los que están bien fundamentados * Los que se interesan por las doctrinas del cristianismo pueden obtener grandes ventajas al leerlas; los candidatos al ministerio encontrarán en ellas un excelente complemento a un curso de teología sistemática; pero en mentes cálidas y desinformadas tienden a fomentar una disposición moralista y servil, y a dar lugar a nociones entusiastas.* * Llorente, ii. 478; iii. 221, 244, 245. Marco Antonio Flaminio, en una carta a Carlo Gualteruccio, ha dádole una justa caracterización a la obra de Tomás de Kempis. Después de recomendarlo muy encarecidamente, dice: "Encuentro un defecto en este libro: no apruebo el camino de la lágrima que recomienda. No es que descarte todo tipo de temor, sino sólo el temor penal, que procede de la incredulidad o de la fe débil". Toda la carta es excelente. El cardenal Quirini la produjo con el propósito de demostrar que el escritor no era protestante, mientras que no puede haber una prueba más fuerte de lo contrario, en lo que respecta a la doctrina. (Quirini Prefat. p. 69, 70. ad Collect. Epist. Poli, vol. iii.). * Los más distinguidos autores místicos de la Edad Media, además de Kempis y Tauler, fueron Ruysbrok y Harph. Quienes desean información sobre esta clase de escritores, la encontrarán en Gottf. Arnoldi Historia Theologiee Mysticse Veteris et Novae; en Andr. de Saussay de Mysticis Galliae Scriptoribus; y en el Prefacio a la edición de las obras de Tauler por Philip James Spener. t Pellicer, Ensayo, pág. 124-134. t Llorente, iii. 103-107, 123.

 Los illuminati de España en el siglo XVI, si podemos juzgar por los relatos de los inquisidores, se parecían a los cuáqueros bastante más que a los quietistas de Francia. (Ib. ii. 3.) Ibid. iii. pág. 106, 123.

 

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