HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE
129-134
La primera introducción de la doctrina reformada en Valladolid estuvo acompañada de circunstancias casi tan extraordinarias como las que habían llevado a su recepción en Sevilla.
Francisco San-Román, natural de Burgos, e hijo del alcaide mayor de Bribiesca, habiéndose dedicado a actividades mercantiles, fue a los Países Bajos. En el año 1540 sus empleadores lo enviaron de Amberes a Bremen, para saldar algunas cuentas que se les debían en esa ciudad.
La religión reformada se había introducido en Bremen; y el joven español, curioso por conocer esa doctrina que tanto era condenada en su país natal, fue a una de las iglesias, donde escuchó a James Spreng, ex prior del monasterio agustino de Amberes, y una de las primeras personas de notoriedad que abrazó las opiniones de Lutero en los Países Bajos.
El sermón causó una impresión tan profunda en la mente de San-Román, que no pudo abstenerse de visitar al predicador, quien, complacido con su franqueza y sed de conocimiento, lo presentó a la relación de algunos de sus piadosos y eruditos amigos. Entre ellos estaba nuestro compatriota el Doctor Macabeo, entonces en Bremen, de cuya conversación se benefició mucho.
* **Montanus, p. 273. Histoire des Martyrs, p. 500, 501. De Monies alaba sus comentarios sobre el Génesis, sobre algunos de los Salmos, el Cantar de los Cantares y la Epístola a los Colosenses; pero especialmente un tratado sobre llevar la cruz, que compuso en prisión. t Montanus, pág. 274. Llorente, ii. 139, 144, 273. t Erasmi Epistolae, ep. 427. Luther s Samtlichc Schriften, vol. xv. Anhang, pág. 192; vol. xxi. pág. 790, 806. Gerdesii Hist. Reform, vol. ii. pág. 131; vol. iii. pág. 25. Life of John Knox, vol. i. Nota I.***
Como algunos jóvenes conversos, se lisonjeaba de que Podía persuadir fácilmente a otros a que abrazaran aquellas verdades que a su propia mente le parecían tan claras como la luz del día; y ardía en deseos de regresar a casa y transmitir a sus parientes y compatriotas el conocimiento que había recibido.
En vano se esforzó Spreng por contener un entusiasmo que él mismo había padecido en un período anterior de su vida. En las cartas que escribió a sus empleadores en Amberes, San-Roman no pudo evitar aludir al cambio que habían experimentado sus sentimientos religiosos y lamentarse por la ceguera de sus compatriotas.
La consecuencia fue que, al regresar a esa ciudad, fue inmediatamente apresado por ciertos frailes, a quienes se les había comunicado el contenido de sus cartas; y, al encontrarse en su poder una serie de libros luteranos y grabados satíricos contra la iglesia de Roma, fue arrojado a prisión.
Después de un riguroso encierro de ocho meses, fue liberado a petición de sus amigos, quienes afirmaron que su celo ya se había enfriado y que sería debidamente vigilado en su país natal.
Al ir a Lovaina, se encontró con Francisco Enzinas, uno de sus conciudadanos, de quien hablaremos más adelante, quien lo instó a no precipitarse a un peligro seguro con una confesión indiscreta o innecesaria de sus sentimientos, y a limitarse a la esfera de su propia vocación, dentro de la cual podría hacer mucho bien, en lugar de asumir el cargo de maestro público o hablar sobre temas religiosos con toda persona que se cruzara en su camino.
San-Román prometió regular su conducta con este consejo prudencial, pero habiendo ido a Ratisbona, donde se estaba reuniendo una dieta del imperio, y estando eufórico al oír el favor que el emperador mostraba a los protestantes, con vistas a asegurar su ayuda contra los turcos, olvidó sus prudentes resoluciones. Consiguiendo una presentación ante Carlos, deploró el estado de la religión en su país natal, y le rogó que usara su poder real para restringir a los inquisidores y sacerdotes, que buscaban, por toda especie de violencia y crueldad, impedir la entrada de la única doctrina verdadera y salvadora de Jesucristo en España.
La suave respuesta que recibió del emperador le animó a renovar su solicitud, ante lo cual algunos de los asistentes españoles se indignaron tanto que lo habrían arrojado inmediatamente al Danubio si su amo no hubiera intervenido, ordenando que lo reservaran para ser juzgado ante los jueces competentes. En consecuencia, fue encadenado y transportado, en la comitiva del emperador, de Alemania a Italia, y de Italia a África. Después del fracaso de la expedición contra Argel, fue desembarcado en España y entregado a la Inquisición en Valladolid.
Su proceso fue breve. Cuando fue llevado ante los inquisidores, francamente profesó su creencia en la doctrina cardinal de la Reforma, de que la salvación no llega a nadie por sus propias obras, méritos o fuerza, sino únicamente por la misericordia de Dios a través del sacrificio del único Mediador; y declaró que la misa, la confesión auricular, el purgatorio, la invocación de los santos y la adoración de las imágenes eran blasfemias contra el Dios vivo. Si su celo fue impetuoso, lo sostuvo hasta el final.
Soportó los horrores de un encarcelamiento prolongado con la mayor fortaleza y paciencia. Resistió todas las importunidades utilizadas por los frailes para inducirlo a retractarse. Se negó, en el lugar de ejecución, a comprar una mitigación del castigo haciendo confesión a un sacerdote o inclinándose ante un crucifijo que se colocó ante él.
Cuando las llamas lo alcanzaron al ser atado a la estaca, hizo un movimiento involuntario con la cabeza, ante lo cual los frailes que lo asistían exclamaron que se había convertido en penitente y ordenaron que lo sacaran del fuego. Al recobrar el aliento, los miró tranquilamente a la cara y dijo: "¿Envidiaban mi felicidad?".
Ante estas palabras, fue arrojado de nuevo a las llamas y casi instantáneamente se asfixió. Entre un gran número de prisioneros sacados a la luz en este espectáculo público, él fue el único individuo que sufrió la muerte.
La novedad de los crímenes de los que se le acusaba, unida a la resolución que mostró en el cadalso y en la hoguera, produjo una sensible impresión en los espectadores. Los inquisidores emitieron una proclama prohibiendo a cualquiera rezar por su alma o expresar una opinión favorable de un hereje tan obstinado.
No obstante, algunos de los guardaespaldas del emperador recogieron sus cenizas como las de un mártir; y el embajador inglés, que se encontraba en Valladolid en ese momento, utilizó medios para conseguir una parte de sus huesos como reliquia.
Los guardias fueron encarcelados y al embajador se le prohibió presentarse en la corte durante algún tiempo.
No es indigno de mención que el sermón de este auto-de-fe fue predicado por el conocido Carranza, quien luego fue juzgado por la Inquisición y murió en prisión después de un confinamiento de diecisiete años.*
Este acontecimiento tuvo lugar en el año 1544.1 La doctrina reformada ya había sido introducida en Valladolid, pero sus discípulos se contentaron con guardarla en su propio corazón o hablar de ella con la mayor cautela a sus amigos de confianza.
La especulación suscitada por el martirio de San Román eliminó esta restricción. Las expresiones de simpatía por su suerte o de asombro por sus opiniones dieron lugar a conversaciones en cuyo curso los partidarios de la nueva fe, como se la llamaba, pudieron reconocerse fácilmente.
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