HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
223-225
Los autos de fe celebrados en Sevilla fueron aún más memorables que los de Valladolid, si no por el rango de los espectadores, al menos por el número de prisioneros exhibidos en el cadalso. El primero de ellos se solemnizó el 24 de septiembre de 1559, en la plaza de San Francisco. Asistieron cuatro obispos, los miembros de la corte real de justicia, el capítulo de la catedral y una gran asamblea de la nobleza y la alta burguesía. Veintiún personas fueron entregadas al brazo secular y ochenta fueron condenadas a penas menores.
El individuo más distinguido, en cuanto a rango, que sufrió la muerte en esta ocasión, fue don Juan Ponce de León, hijo del conde de Baylen, y pariente cercano de la duquesa de Béjar, que estuvo presente en el espectáculo.
Nadie había dado pruebas más decididas de apego a la causa reformada, y nadie se había preparado más diligentemente para sufrir el martirio por ella que este noble. Durante años había evitado dar apoyo a las supersticiones de su país, y había adoptado la costumbre de visitar el lugar donde los confesores de la verdad sufrieron, con el fin de habituar su mente a sus horrores y aplacar el terror que se calculaba que inspiraría.
Pero el corazón más valiente a veces desmaya en la hora de la prueba.
El rango de Don Juan inspiró a los inquisidores un fuerte deseo de triunfar sobre su constancia.
Después de extorsionarlo, por medio del potro, una confesión de algunos de los artículos que se le imputaban, emplearon a sus emisarios secretos para persuadirlo de que velaría por su propia seguridad y la de sus hermanos confesándolo todo. Apenas había dado su consentimiento a esto cuando se arrepintió. La noche antes de su ejecución se quejó amargamente del engaño que se había practicado contra él y, habiendo hecho una profesión abierta de su fe, rechazó los servicios del sacerdote designado para atenderlo.
De Montes as escribe que preservó su constancia hasta el final y, en apoyo de esta afirmación, apela al relato oficial del auto y a su sambenito que fue colgado en una de las iglesias, con la inscripción "
“Juan Ponce de León, quemado como un hereje obstinado de Lutero.”
Pero Llorente dice que este epíteto se aplicaba a todos los que eran sentenciados a la pena capital, y que Don Juan, después de ser atado a la hoguera y ver que el fuego estaba a punto de encenderse, se confesó con uno de los sacerdotes que lo acompañaban y fue estrangulado. Su destino acarreó infamia y la pérdida de todos los derechos civiles para su posteridad; (=descendencia)pero al fracasar la descendencia de su hermano mayor, Don Pedro, su hijo, después de gran oposición, obtuvo una decisión de la cancillería real de Granada a favor de sus reclamaciones y fue restituido por cartas de Felipe III al condado de Baylen.
No existe tal duda(retractación) sobre la constancia (seguridad de fe) de las personas que han de ser nombradas
El doctor Juan González descendía de antepasados moros y a los doce años había sido encarcelado por sospecha de mahometismo.
Más tarde se convirtió en uno de los predicadores más célebres de Andalucía y en protestante.
En medio de la tortura, que soportó con inquebrantable fortaleza, dijo a los inquisidores que sus sentimientos, aunque opuestos a los de la iglesia de Roma, se basaban en declaraciones claras y expresas de la palabra de Dios, y que nada lo induciría a informar contra sus hermanos.
Cuando lo sacaron en la mañana del auto, apareció con un aire alegre y no amedrentado, a pesar de haber dejado a su madre y dos hermanos en prisión, y lo acompañaban dos hermanas que, como él, estaban condenadas a las llamas.
En la puerta de Triana comenzó a cantar el salmo ciento nueve; y en el cadalso dirigió unas palabras de consuelo a una de sus hermanas, que le pareció tener una mirada abatida; ante lo cual inmediatamente le pusieron la mordaza en la boca.
Con semblante inalterado escuchó la sentencia que lo condenaba a las llamas, y se sometió a las humillantes ceremonias por las que fue degradado del sacerdocio.
Cuando fueron llevados al lugar de la ejecución, los frailes instaron a las mujeres, al repetir el credo, a insertar la palabra romano en la cláusula relativa a la iglesia católica. Deseando obtenerle libertad para que diera su testimonio moribundo, dijeron que harían lo mismo que su hermano. Habiéndose quitado la mordaza, Juan González las exhortó a que no añadieran nada a la buena confesión que ya habían hecho. Inmediatamente se ordenó a los verdugos que los estrangularan, y uno de los frailes, volviéndose hacia la multitud, exclamó que habían muerto en la fe romana; una falsedad que los inquisidores no quisieron repetir en su relato de los procedimientos. La misma constancia fue evidenciada por cuatro monjes del convento de San Isidro. Entre ellos estaba el célebre García de Arias,* cuyo carácter había sufrido una revolución completa. Desde el momento de su encarcelamiento renunció a ese sistema de cautela y tergiversación según el cual había actuado anteriormente.
Hizo una profesión explícita de su fe, concordando, en todo punto, con los sentimientos de los reformadores; expresó su pesar por haberlo ocultado durante tanto tiempo y se ofreció a demostrar que las opiniones opuestas eran groseramente erróneas y supersticiosas.
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