miércoles, 21 de agosto de 2024

DOÑA JUANA DE BOHORQUES 234-237

HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA

SIGLO XVI.

 THOMAS McCRIE,

D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842

234-237

Tres extranjeros, dos de ellos ingleses, perecieron en este auto.

 Nicolás Burton, un comerciante de Londres, que había visitado España con un barco cargado de mercancías, cayó en manos de la Inquisición y, negándose a abjurar de la fe protestante, fue quemado vivo.*

 Las observaciones de Llorente sobre esta transacción son extremadamente justas. " Concedamos, si así lo queréis, que Burton fue culpable de una imprudencia, al exhibir sus sentimientos religiosos en San Lucar de Barrameda y en Sevilla, en desprecio de la fe de los españoles; no es menos cierto que tanto la caridad como la justicia exigían que, en el caso de un extranjero que no tenía su residencia fija en España, se hubieran contenido con advertirle que se abstuviera de toda muestra de falta de respeto a la religión y las leyes del país, y amenazarlo con un castigo si reincidía en la ofensa.

El Santo Oficio no tenía nada que ver con sus sentimientos privados, pues había sido establecido, no para extranjeros, sino únicamente para el pueblo de España."t Que la acusación contra Burton era un mero pretexto, si no una invención, es evidente por el hecho de que William Burke, un marinero de Southampton, y un francés de Bayona, llamado Fabianne, que habían llegado a España en el curso del comercio, fueron quemados en la misma hoguera que él, aunque no acusados ​​de ningún insulto a la religión del país.

 Parte de los bienes del barco de Burton, que fue confiscado por los inquisidores, pertenecía a un comerciante de Londres, que envió a John Frampton de Bristol a Sevilla, con un poder notarial, para reclamar su propiedad.

 El Santo Oficio recurrió a todos los obstáculos para oponerse a su reclamación, y después de un trabajo infructuoso durante cuatro meses, consideró necesario acudir a Inglaterra para obtener poderes más amplios.

 Al desembarcar por segunda vez en España, fue apresado por dos fa miliares y conducido encadenado a Sevilla, donde fue arrojado a las prisiones secretas de Triana. E

El único pretexto para su aprehensión fue que en su portaequipaje se encontró un libro de Catón en inglés. Al no poder fundamentar una acusación sobre esta base, los inquisidores lo interrogaron sobre sus opiniones religiosas e insistieron en que debía librarse de la sospecha de herejía repitiendo las cinco Marías.

Al hacer esto, omitió las palabras: “Madre de Dios, ruega por nosotros”, por lo que fue sometido a tortura. Después de soportar tres golpes de la polea, y mientras yacía “en el suelo, medio muerto y medio vivo”, aceptó confesar lo que sus torturadores quisieran dictarle. Como consecuencia de esto, se lo encontró violentamente sospechoso de luteranismo, y la propiedad que había venido a recuperar fue confiscada. Apareció entre los penitentes en el auto en el que Burton sufrió, y después de estar en prisión durante más de dos años fue puesto en libertad.* Entre los que aparecieron como penitentes había varias damas de familia y monjes de diferentes órdenes. Otros fueron severamente castigados por las razones más triviales.

 Diego de Virves, miembro del municipio de Sevilla, fue multado con cien ducados por haber dicho, con ocasión de los preparativos del Jueves Santo: «¿No sería más agradable a Dios gastar el dinero prodigado en esta ceremonia en socorrer a las familias pobres?».

Bartolomé Fuentes, habiendo recibido una injuria de un sacerdote, exclamó: «No puedo creer que Dios descienda del cielo a manos de una persona tan despreciable»; por lo que se presentó en el cadalso con una mordaza en la boca.

 Dos jóvenes estudiantes fueron castigados por «actos luteranos», al haber copiado en su álbum algunos versos anónimos, que contenían un elogio o una sátira sobre Lutero, según la manera en que se leyeron.

*** * Narrativa de Frampton, en Anales de Strype, i. 239-245. Esta narra ción concuerda sustancialmente con los relatos dados por Montanus, p. 175-179, y por Llorente, ii. 287-289. t Montanus,jp. 192-196. Llorente, ii. 289-291***

Gaspar de Benavides, alcaide o carcelero jefe de la Inquisición en Sevilla, fue condenado por una serie de malversación en su cargo. No había ningún tipo de opresión que este malhechor no hubiera cometido en su trato a los prisioneros, antes de que un motín provocado por sus insufribles crueldades condujera al descubrimiento de su culpa. Simplemente se declaró que "había fallado en el celo y la atención a su cargo", y condenado a perder su puesto, a presentarse en el auto con una antorcha en la mano y a ser desterrado de Sevilla. Compárese esta sentencia con los castigos infligidos a aquellos que fueron el medio de sacar a la luz su picardía.

 Por conspirar contra él e infligir una herida a uno de sus ayudantes que resultó mortal, Melchior del Salto fue quemado vivo.

 Un mulato de catorce años de edad, llamado Luis, sospechoso de ser cómplice en el motín, recibió doscientos azotes y fue condenado a trabajos forzados en las galeras de por vida; mientras que María González y Pedro Herrera, sirvientes del alcaide, fueron sentenciados al mismo número de azotes(200) y a reclusión en galeras durante diez años, simplemente porque habían tratado a los prisioneros con bondad y habían permitido que los que eran parientes se vieran ocasionalmente durante unos minutos.*

 El tratamiento de un individuo, que fue declarado inocente en este auto de fe, proporciona más prueba condenatoria contra los inquisidores que la de cualquiera de los que entregaron rápidamente a las llamas. *** * Montanus, p. 108-114. Llorente, ii. 289, 291-293. Herrera, a petición ferviente de una madre y su hija, que estaban confinadas en celdas separadas, les había permitido humanamente conversar juntas durante media hora. Al ser citados poco después a la sala de torturas, se alarmó de que mencionaran esta indulgencia, y fue a ver a los inquisidores y confesó lo que había hecho. Inmediatamente se le ordenó un confinamiento estricto, lo que, junto con el dolor que sentía, le provocó un trastorno mental. Habiéndose recuperado, apareció en el auto con una soga al cuello. Al día siguiente, cuando lo llevaron para ser azotado públicamente, le sobrevino un ataque de locura y, arrojándose del asno en el que lo llevaban, le arrebató una espada al alguacil que lo atendía y lo hubiera matado de no haber sido por la intervención de la multitud. Por esta ofensa, se añadieron cuatro años a su confinamiento en las galeras. "Los santos padres (dice el historiador que relata estos hechos) no permitirán que la gente ni siquiera esté loca con impunidad". (Montano, p. 111.)****

. Doña Juana de Bohorques era hija de Don Pedro  García de Xeres y Bohorques, y esposa de Don Francisco de Vargas, barón de Higuera.

 Había sido detenida a consecuencia de una confesión arrancada en el potro a su hermana María de Bohorques, quien admitió que había conversado con ella sobre los principios luteranos sin despertar ninguna señal de desaprobación.

Estando embarazada de seis meses, a doña Juana se le permitió ocupar una de las cárceles públicas hasta el momento de su parto; pero ocho días después de ese evento le quitaron al niño y la metieron en una celda secreta. Una joven, que luego fue llevada a la hoguera por luterana, fue confinada junto con ella, e hizo todo lo que estuvo a su alcance para promover su recuperación. Doña Juana pronto tuvo la oportunidad de corresponder a las amables atenciones de su compañera de prisión, quien, habiendo sido llamada ante los inquisidores, fue devuelta a su calabozo débil y destrozada. Apenas ésta había adquirido fuerzas suficientes para levantarse de su lecho de losas, cuando doña Juana fue conducida a su vez al lugar del suplicio.

 

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