sábado, 31 de agosto de 2024

CORNELIA -92-93

CORNELIA BORORQUIA

PARÍS

 EDICIÓN-1819

92-93

CARTA Xl

Pedro Valiente a Pepe Nuñez

Sevilla, 7 de Abril.

YA sabes, querido amigo y compañero Pepe, que cuando me despedí de ti, te ofrecí escribirte a hurtadillas luego que llegase a mi destino, y ahora que tengo sobrado tiempo te cumplo la palabra.

Yo me hallo colocado de Portero mayor en el palacio del Arzobispo de esta ciudad, y mi única obligación es estarme desde por la mañana hasta la noche repantigado en una silla, mirando quien entra y quien sale, y mi salario además de la casa, ropa limpia, comida, etc. son tres reales vellón diarios cobrables cada mes o cada semana, según me parece conveniente. ¿Qué tal? ¿Es buena mi plaza? A lo menos ya he salido de las zarandajas ( cosas sin importancia, bagatelas…) que tenía que manejar cuando estábamos juntos24.

Apostaré que nuestro amo el Gobernador está sumamente desesperado después que ha visto que no puede volver a recobrar a doña Cornelia; pero no hayas miedo que se extravíe ni se pierda, pues a fe, a fe que me la tienen bien asegurada. ¡Qué alma de cántaro!

Ella tiene la culpa de lo que la ha sucedido, y lo cierto es que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no se debe quejar si se le pasa.

El Arzobispo estaba muerto por sus huesos, y aun sacó una bula del Papa para... ya tú me entiendes; más ella aferrada en que no, y al cabo ¿qué ha conseguido? Dar coces contra el aguijón 25.

 Su Ilustrísima me la ha metido en chirona, y me la tendrá allí hasta sabe Dios cuándo.

 Si me hubiera creído a mí, no se vería hoy de esa manera.

Cuando la entregaba las esquelas del Arzobispo, cuántas veces la dije:

—“ Señorita, mientras se gana algo, no se pierde nada;”—

mas ella fiera y soberbia, o rasgaba las esquelas sin leerlas, o rehusaba admitírmelas, dándome unas repasatas que me hundía. Ya la pobre cayó en el garlito.

El señor cura de la parroquia me había ofrecido todo cuanto yo quisiera, con tal que se la llevara una noche a su casa, enseñándome la dispensa que el señor Arzobispo había alcanzado de su Santidad para lo consabido; pero tú contemplas bien que pensar en esto era pensar en lo excusado, porque la señorita a las oraciones entraba en casa y no volvía a salir ya. ¿Cómo, pues, componer este chiquillo? Yo no veía ya otro remedio más que el de Dios, cuando el teniente de la parroquia, que ha sido un estudiante sobresaliente y hábil si los haya, me dijo un día que el mejor modo para lograr nuestro intento y ganar las indulgencias que me había concedido el Arzobispo, era avisarla una noche que su amiguita doña Eulalia, la hija del Ayudante de la plaza, estaba expirando, y que deseaba verla y abrazarla en los últimos momentos de su vida. Como yo sabía la amistad que reinaba entre las dos, le respondí que no era del todo mala la invención, y que puede ser que pegara, como así fue, pues habiendo venido una noche a las doce y media el cura, el teniente y dos capellanes para cazarla, yo me resolví con harto dolor de mi corazón a entrar en su cuarto con el señor cura de la parroquia, y aún la encontramos levantada, pues como tú no ignoras, siempre se estaba leyendo y haciendo calendarios hasta las mil y quinientas26.

 Nuestra vista la sorprendió al principio; pero habiéndola expuesto el señor cura el motivo de su venida, se levantó de la silla, y atónita y desolada nos dijo que iba a pedir permiso a su papá para salir de casa: el cura la replicó que era inútil molestarle, atendido que su Excelencia daría por bien empleada su salida yendo en su compañía. Esta

razón la satisfizo, y poniéndose un pañuelo en la cabeza salió con nosotros, y en vez de conducirla en casa de su amiga, nuestros galafates me la trajeron a Sevilla, donde en paz reposa.

Entretanto yo me quedé temblando en ésa, porque como era caso de conciencia, no podía decir nada de lo sucedido, so pena de ir en casa de tía27, y barruntaba que nuestro amo me quebraría la cabeza a preguntas en orden al paradero de su hija, y a fe mía que no

me engañé, pues a la mañana siguiente, luego que la echó de menos, cayeron sobre mí todas las cargas, y tú te estabas bien tranquilo haciéndote la coleta sin que nadie te hablase palabra, en tanto que el amo me amenazó a mí tres veces con el sable para que le dijera la verdad; pero ni por ésas, que si en otras casas cuecen habas, en la mía a calderadas, y en boca cerrada no entran moscas. Sin embargo, como me hiciera tantas cuestiones y preguntas, y yo me viera apurado y casi cogido, tomé la resolución de huir el cuerpo y de ponerme bajo la protección de su Ilustrísima, que es el hombre mejor que ha nacido de madres.

Por lo que respecta a la señorita yo no sé, amigo mío, dónde para a punto fijo, y aunque lo supiera no te lo diría, porque sabido es aquello de

Las cosas de Inquisicion

no las digas ni las cuentes,

que no saben todas gentes

como son.

Y por lo mismo soy de parecer que no digas a nadie  que te he escrito, porque peligra mucho tu seguridad, y te aconsejo, porque bien te quiero, que luego que te enteres bien de esta carta la quemes; y dime todo lo que pasa en ésa, sin olvidarte de darme noticias de nuestras compañeras las criadas de casa. Y con esto ceso, y no

de rogar a Dios que te guarde tu vida muchos años, como lo desea tu compañero y amigo.

 

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