HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
179-182
CAPÍTULO VII.
SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA.
No podemos condenar, ni por los principios de la naturaleza ni por los de la revelación, a aquellos individuos que, encontrándose en el mayor peligro de sus vidas, decidieron abandonar su país natal y buscar en el extranjero un lugar en el que estuvieran en libertad de adorar a Dios según sus conciencias. Sin embargo, fue este paso por parte de algunos de los protestantes españoles lo que
**** * Illescas, Hist. Pontifical, tor. ii. f. 451, a. Burgos, 1578. La edición de Illescas citada en la primera parte de esta obra se imprimió en Barcelona, en 1606. t Gcddes, Misccll. Tracts, vol. i. p. 556.
condujo al descubrimiento de sus hermanos que se quedaron atrás.
Su repentina desaparición condujo a investigaciones sobre la causa, y el conocimiento de esto despertó sospechas de que no eran las únicas personas que estaban descontentas con la religión de su país.
Los teólogos adscritos a la corte de Felipe II en Bruselas mantuvieron una estricta vigilancia sobre los refugiados de España que se habían establecido en Ginebra y en diferentes lugares de Alemania; y, habiendo obtenido sus secretos por medio de espías, transmitieron información a los inquisidores de que una gran cantidad de libros heréticos habían sido enviados a España, y que la doctrina protestante se estaba difundiendo rápidamente en el reino. Esta información fue recibida a fines del año 1557.* Despertados de su seguridad, los inquisidores pusieron en movimiento de inmediato a su extensa policía, y no tardaron en descubrir al individuo que había estado activo en la introducción de los libros heréticos. Julián Hernández, a consecuencia de la información recibida de un herrero, a quien había mostrado una copia del Nuevo Testamento, fue aprehendido y arrojado a prisión.
o trató de ocultar sus sentimientos y se glorificó en el hecho de haber contribuido a la iluminación de sus compatriotas al proporcionarles las Escrituras en su lengua nativa. Pero los inquisidores se sintieron defraudados en las expectativas que habían formado con su aprehensión. Su vida estaba en sus manos, y podían disponer de ella a su gusto; pero la sangre de un individuo oscuro parecía, a sus ojos, totalmente inadecuada para lavar la desgracia en la que habían incurrido por su falla en materia de vigilancia, o para expiar el enorme crimen que había negado a la tierra. Lo que querían era obtener del prisionero información sobre sus asociados que les permitiera "aplastar de inmediato el nido de víboras/ (para usar sus propias palabras) y tranquilizarlos para el futuro. Pero se encontraron mortificamente frustrados en todos sus intentos por lograr este objetivo. En vano recurrieron a esas artes del engaño en las que estaban tan profundamente entrenados, para sacarle a Hernández su secreto. En vano emplearon promesas y amenazas, interrogatorios y contrainterrogatorios, unas veces en la sala de audiencias, y otras veces en su celda, a la que enviaban alternativamente a sus agentes declarados y a personas que "se hacían pasar por hombres justos" y amigos de la doctrina reformada. Cuando se le preguntaba sobre su propia fe, respondía con franqueza; y aunque carecía de las ventajas de una educación liberal, se defendía con valentía, acallando, sólo por su conocimiento de las Escrituras, a sus jueces, junto con los hombres eruditos que llevaron para refutarlo.
Pero cuando se le pidió que declarara quiénes eran sus instructores y compañeros religiosos, se negó a pronunciar una palabra. Tampoco tuvieron más éxito cuando recurrieron a esa horrible máquina que a menudo había arrancado secretos de los corazones más valientes y les había hecho traicionar a sus amigos más cercanos y más queridos. Hernández mostró una firmeza y heroísmo que estaban por encima de su fuerza física y de su posición en la vida. Durante los tres años completos que estuvo en prisión, fue sometido con frecuencia a torturas, en todas las formas y con todas las agravaciones de crueldad que sus perseguidores, indignados por su obstinación, podían infligirle o idear; pero, en cada nueva ocasión, se presentaba ante ellos con una fortaleza indomable; y cuando lo llevaban, o más bien lo arrastraban, del lugar de tormento a su celda, regresaba con un aire de triunfo, cantando este estribillo en su lengua materna:
Vencidos van los frayles, vencidos van
: Corridos van los lobos, corridos van.*
Vencedos, regresan los frailes, vencidos, regresan :
Dispersos, regresan los lobos, dispersados, regresan
. Al fin, los inquisidores se apoderaron del secreto que tanto ansiaban saber.
Esto se obtuvo en Sevilla, por medio de los supersticiosos ****** Histoire des Martyrs, f. 497, b. Llorente, ii. 282. ******temores de un miembro de la iglesia protestante, y la traición de otro, que había actuado durante algún tiempo como emisario oculto de la Inquisición.*
En Valladolid, se obtuvo por una de esas artes infernales, que ese tribunal, siempre que sirvió a sus propósitos, nunca tuvo escrúpulos en emplear.
Juan García, un orfebre, tenía la costumbre de convocar a los protestantes para que predicaran; y consciente de la influencia que ejercía la superstición sobre la mente de su esposa, le ocultó el lugar y las horas de su reunión.
Habiendo sido conquistada por su confesor,
esta demonio con forma de mujer
persiguió a su marido una noche, y habiendo averiguado el lugar de la reunión, comunicó el hecho a la Inquisición.
La traidora recibió su recompensa terrenal
en una renta vitalicia, pagada con fondos públicos!!
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