martes, 27 de agosto de 2024

CARTAS V-VII- CORNELIA

 CORNELIA BORORQUIA

PARÍS

 EDICIÓN-1819

CARTA V

Meneses al Gobernador

Sevilla, 7 de Marzo.

DESPUES de mil vanas pesquisas que hice para descubrir al presupuesto raptor de vuestra hija, le encontré en fin sin buscarle en casa de un caballero de esta ciudad. En virtud de la pintura que de él me hacíais en vuestra carta, su solo aspecto me causó tal indignación, que montado en cólera iba ya a clavarle el puñal en el pecho, cuando un impulso interior detuvo por fortuna mi brazo. Sin embargo no pude contener mi lengua; y lleno todo de indignación e ira, le dije con imprudencia delante de todos los que se hallaban presentes:

«Caballero, aunque sois hijo de buenos padres, degradáis su honor y el vuestro con vuestra negra conducta. Un villano, un pechero no hubiera procedido tan bajamente como vos con el Gobernador de Valencia. Vuestra perfidia merecía ciertamente otra perfidia; pero tengo a menos ensuciar cobardemente mi mano en la sangre de un hombre sin honor.

 ¿Dónde está pues Cornelia Bororquia?».

Así como un torrente impetuoso que acrecentado por las lluvias del invierno baja precipitada y rápidamente desde una pendiente y elevada montaña, y arrebata con su furor todo cuanto encuentra por delante, de esta misma manera enfurecido e irritado el joven Vargas al oír estas provocativas palabras, se levanta furioso del asiento, me arremete, y agarrándome con intrepidez de los cabezones de la camisa, me maltrata notablemente.

Yo, considerándome ofendido, echo mano de mi espada, le embisto y le hiero mortalmente.

Dejo a vuestra consideración la consternación que causaría en la casa este inesperado acontecimiento. El espanto y el dolor se apodera de todos los corazones: el llanto y los lamentos llenan toda la casa de desorden,confusión y terror: a sus ojos turbados y lagrimosos

sólo se presentaba el luto y la desolación. El dueño de la casa, su esposa, dos señoritas que allí estaban, otros dos caballeros, los criados que acudieron a los gritos, lloran, gimen, suspiran, enmudecen y se asombran de ver aquel sangriento espectáculo, y por un largo espacio de tiempo todo fue en aquella casa angustia y tribulación.

Entretanto el mal herido Vargas se quejaba amargamente. Se dispuso llamar a los facultativos, quienes viendo la profundidad de la herida, desesperaron enteramente de su cura. Sin embargo le aplicaron algunos remedios para mitigar los agudos dolores. ¡Desventurado caballero! ¡Que no me hubiera a mí tocado su suerte! ¡Ay mísero de mí! Vuestra ceguedad, y no sé si diga vuestra inexcusable ligereza me han hecho cometer un crimen que atormentará mi conciencia para mientras viva.

El honrado don Bartolomé está bien ajeno de haber hecho lo que se le imputa, y yo no sé cómo pudisteis hacer recaer sobre él la menor sospecha, siendo así que cuando salió de ésa para ésta se despidió cortésmente .de vuestra casa, que vos mismo le disteis cartas de recomendación para el Conde*** y otras personas de esta ciudad, y que en fin vino aquí con vuestro agradecimiento a evacuar cuanto antes sus negocios con el fin de volverse a ésa a celebrar al instante el pactado matrimonio con vuestra hija.

Mas yo estaba ignorante de todo esto, y así, habiéndome salido atónito y confuso luego que pasaron aquellos primeros impulsos del dolor, para recoger si era posible a vuestra hija, después de mil pasos y diligencias que hice, saqué en limpio, ya por los criados de Vargas, ya por los dueños de la casa en que posaba, y ya en fin por otras varias personas dignas de crédito que le habían acompañado casualmente en su viaje, que no había traído consigo alguna joven.

Este fatal desengaño me obligó a presentarme al instante en la casa donde se había pasado la tragedia, y confesar’ delante de todo el mundo mi imprudencia y barbaridad, manifestando al mismo tiempo mis vivos deseos de echarme a los pies de Vargas y pedirle perdón de mi grosero error.

Con efecto, el humano joven accedió a mi súplica, y en fin llegó el momento de comparecer a su presencia: momento en el que cubierto todo de confusión y vergüenza, apenas yo era dueño de mover el pie para acercarme a la puerta de su habitación. Perplejo, temeroso e inmutado, variaba allí mis pasos, ideas y pensamientos, al modo que el tímido piloto de un navio cuando al verse ya próximo al embocadero de un río, o a la vista de un cabo en donde el viento es siempre inconstante, bordea y muda a cada paso de velas. Mas ya en fin me resuelvo... entro... ¡Qué pesares y remordimientos me causó esta entrevista!

¡Con cuánta cortesía, con qué afabilidad, con qué aire de bondad escuchó mis disculpas!

Comencé a leerle vuestra carta; pero ya desde los primeros renglones un terrible temblor se

apoderó de sus miembros, un sudor frío aumentó la palidez de su semblante, y no pudiendo soportar la lectura, me abraza, se rinde a la opresión de su alma y cae sin aliento en mis brazos. ¡

Con cuántas lágrimas bañé yo entonces su rostro pálido y triste! ¡Cuántos suspiros exhalé mirando sus ojos opacos y turbados! El tropel de imaginaciones, de penas y aflicciones que a la sazón me asaltaron es imponderable. Vuelto en sí, lanza un tierno suspiro de lo íntimo del corazón, saca un retrato de Cornelia que tenía debajo de la almohada, le mira como un hombre que ofuscado de la obscuridad no distingue apenas lo que se le presenta a la vista, le colma de besos, vierte una y mil veces sobre su exánime y fría imagen el más abundante y lastimoso llanto, le quiere hablar y no puede, y en fin después de algunos minutos

prorrumpe como espantado y aturdido en estas voces:

 «¡Dios mío!, ¿qué es lo que me pasa? ¡Cornelia robada, y yo creído su raptor! Soy el más miserable de los hombres. Sin esperanza... sin honor... sin consuelo... ¡Oh suerte! ¡Oh dura pena! Mi dolor, mi desesperación... ¡Oh suceso inesperado! No, no me será tan sensible la muerte como la deshonra.

¡Cornelia, amable y virtuosa Cornelia! ¿Tú en manos de otro? ¡Ay infeliz de mí! ¡Pobre inocente! No, tú no eres culpable...

Algún pérfido te ha fascinado... ¡Ah! Ni aun eso tampoco... una mano violenta... ¡Mas tu padre, tu padre, ay cielos! Este golpe me faltaba: me horrorizo sólo al pensar que el padre de Cornelia es mi enemigo, mi más encarnizado enemigo...».

Rodeado yo hasta entonces de las más negras memorias, acometido de las más serias consideraciones, luchando con la ligereza de mi conducta y con mis remordimientos, no había osado proferir ni una sola palabra; pero meditando el mal efecto que podría causar al enfermo el dejarle abandonado a tan dolorosas reflexiones, procuré consolarle del mejor modo que pude, asegurándole vuestro arrepentimento y jurándole vuestra amistad.

Esta protesta pronunciada con un tono de seguridad infalible le tranquilizó algún tanto; pidió un alimento, y después de haberle tomado, exhalando un suspiro lastimoso del fondo de su angustiado pecho, dio fin a sus lastimeras exclamaciones y quedó rendido a un pesado y confuso sueño. Yo me retiré sin despedirme, pero le he vuelto a ver varias veces. ¡Qué dolor! Los médicos desesperan enteramente de su vida, y en su rostro pálido y macilento se asoma ya la imagen de la muerte. Antes que ésta suceda, creo que tendréis lugar para cumplir con la obligación que os imponen la religión, el honor y la humanidad.

CORNELIA BORORQUIA

PARÍS

 EDICIÓN-1819

CARTA VI

El Gobernador a su hija

Valencia, 14 de Marzo.

HIJA querida de mi corazón, he recibido tu carta, y ¡oh cuánto, cuánto ha traspasado tu relación mi dolorido pecho! Tú gimes y padeces por haber sido fiel a tu deber. Persiste pues, hija mía, en tu primera deliberación, porque ese lobo rapaz, ese tigre cruel no te dejará en paz: imaginará, inventará todos los medios posibles para burlarse de ti y deshonrarte. Está siempre sobre ti misma, no te dejes deslumbrar por ningún título; ponte en manos de la Providencia, ofrécela todos tus trabajos y cuenta ahora más que nunca con el amor de tu padre. Sí, haré todo lo posible para mejorar tu suerte, daré mil y mil pasos por tu libertad y no te perderé de vista un solo instante. En este mismo correo escribo al conde de N *** para que empeñe a la benéfica Lucía a suministrarte todo cuanto necesites.

Espero que tu suerte te sea más llevadera en adelante.

Escríbeme pues, hija mía, a menudo; dime tus penas, refiéreme todos tus tormentos, cuéntame tus aflicciones, y recibe mi bendición y mis tiernos abrazos.

CARTA VII

El Gobernador a Meneses

Valencia, 14 de Marzo.

CUANDO las miserias y desgracias comienzan a perseguir a un desventurado, jamás le desamparan  un solo instante. Privado de mi hija, infamado, viudo, solo, triste, abandonado, sin socorro alguno, asesino del hombre más virtuoso que existe sobre la haz de la tierra, causador, amigo Meneses, de tus males, de tu afrenta y de tus continuos tormentos, yo soy un monstruo aun mucho más feroz que el raptor de mi hija. ¡Ay de mí! Así como un hombre agobiado de un peso superior a sus fuerzas marcha trémulamente, y desfallece más y más a medida que sigue caminando, del mismo modo no doy yo paso alguno sin que se aumente mi tribulación y sobresalto.

Mi hija gime oprimida en un calabozo del Santo Oficio por no haber querido condescender a los amores del Arzobispo de Sevilla, que ha sido el que me la ha robado. Tú sabes bien que este mal hombre se me vendía por amigo. ¡Qué protestas de amistad no he escuchado de su boca! ¿Cómo podía yo presumirme de él una perfidia tan horrible? ¡Ah! Aquel que decía que era menester vivir con su amigo como con quien había de venir a ser algún día su enemigo, era sin duda muy prudente; pero esta máxima, prescindiendo de que no se hermana con mis sentimientos, me hubiera también

privado de uno de los más dulces placeres de la vida.

La inocente Cornelia me escribe hoy mismo desde la prisión, y su carta y la vuestra han llegado a mis manos en el mismo instante. ¡Amargo de mí! ¿Qué consuelo podré ya hallar en mis aflicciones y calamidades? ¿En qué pecho podré ya verter mis lágrimas y desahogar mi insufrible dolor? ¿Quién tendrá compasión de mí? ¿Qué haré? ¿A dónde iré? Sumido en la mayor amargura, mi imaginación no me sugiere otro medio más que el dolor y la desesperación. ¡Desgraciada Cornelia, hija de mi alma, prenda de mi corazón y mis entrañas!, ¿cuál vendrá a ser tu suerte? Desprendida de mis brazos en la flor de tu edad, encarcelada casi en el mismo momento en que la risueña fortuna iba a hacerte dichosa en los del amable Vargas, infamada y perseguida en el instante mismo en que acababas de consentir abandonarte a las delicias del amor conyugal... ¡Inocente!

¡Cuán ajena estabas del golpe mortal que te esperaba! Sin pensarlo, sin poderlo siquiera imaginar, te viste de repente despeñada desde la cima de la dicha al abismo de la infelicidad, bien así como una cándida paloma que volando descuidada y libremente por la región del aire, cae de improviso mortalmente herida en un pozo profundo en donde se arrastra luchando con tinieblas y dolores, despavorida y aprisionada. ¡Triste criatura! ¿Cómo podrás sobrellevar tan dura mudanza? ¿Y yo?

¡Desgraciado de mí! Mi hija era mi tesoro, y yo era... ¡Ah! Yo era el padre más feliz y afortunado. Título brillante que me ocultaba el abismo de desdichas en que había de sumergirme.

Vargas tiene un hermano Inquisidor, ¿pero cómo podremos invocar su protección en tan tristes circunstancias?

¡Malhadado joven! Yo he cortado el hilo de sus preciosos días, yo he ocasionado su temprana muerte.

¡Oh tú, querido amigo! Tú que en todos tiempos me has dado muestras de tu sincera amistad y amor; tú que has sabido sacrificar tu reposo a mi bienestar; no, no me abandones en esta ocasión, reconcíliame con el inocente Vargas, póstrate a sus pies en mi nombre, ruégale vivamente que me perdone manifestándole mis pesares y mi sincero arrepentimiento; procura ilustrarme con tus saludables consejos y ven, ven si ser puede, a tomar parte en las penas de tu fogoso amigo.

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