. HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
123-126
Se acordó entre ellos que cada uno redactaría un documento con sus opiniones sobre el punto en disputa expresado en sus propias palabras, y que estos documentos serían leídos en presencia de los inquisidores.
Como la causa había despertado gran interés por su relación con un obispo electo y un predicador tan popular en Sevilla, se creyó apropiado que se discutiera en una reunión pública celebrada en la catedral. El día señalado para el juicio, se asignaron púlpitos para Egidio y su árbitro Soto; pero, ya sea por designio o por accidente, fueron colocados a gran distancia uno del otro.
Después de terminar el sermón, Soto leyó la declaración de sus opiniones. Egidio, debido en parte a la distancia a la que estaba sentado, y en parte al bullicio que prevalecía en una asamblea abarrotada y ansiosa, no pudo seguir al orador; Pero, dando por sentado que lo leído concordaba con lo que habían conversado, asintió con la cabeza, mientras Soto alzaba la voz y lo miraba al final de cada proposición.
Luego procedió a leer su propia declaración, que, a juicio de todos los presentes, ya fueran amigos o enemigos, contradecía la anterior en todos los puntos principales. Los inquisidores se aprovecharon de esta discrepancia entre sus gestos y su lenguaje para levantar un clamor contra él. Las dos declaraciones fueron inmediatamente unidas en el proceso, y se dictó sentencia, de clarándolo violentamente sospechoso de la herejía luterana, y condenándolo a abjurar de las proposiciones que se le imputaban, a ser encarcelado por tres años, a abstenerse de escribir o enseñar por diez años, y a no abandonar el reino durante ese período, bajo pena de ser castigado como hereje formal y reincidente, o, en otras palabras, a ser quemado vivo.
Confundido por el resultado inesperado del proceso, avergonzado por la exaltación de sus enemigos, y medio convencido por la mortificación que leyó en los rostros adjuntos a su Comentario sobre los romanos, impreso en Amberes en 1550. 124 de sus amigos, de que debía haber dicho algo muy incorrecto, Egidio perdió el coraje y silenciosamente aceptó la sentencia pronunciada contra él.
No fue hasta algún tiempo después de haber regresado a su prisión que supo por uno de sus compañeros la vil traición del amigo en quien había confiado.* Tal es el relato del proceso dado por de Montes. El difunto historiador de la Inquisición está dispuesto a poner en duda la verdad de su declaración en lo que respecta al artificio imputado al profesor de Salamanca; sobre la base de que Carranza, arzobispo de Toledo, durante su proceso, tomó represalias contra Soto acusándolo de "haber sido demasiado indulgente con respecto al doctor Egidio de Sevilla Pero esta objeción no es en absoluto concluyente. Porque, en primer lugar, Llorente da testimonio de la exactitud general de De Montes, quien afirma expresamente que recibió su información de Egidio en prisión. En segundo lugar, la acusación de Carranza no es irreconciliable con la narración que se ha dado; porque De Montes afirma que Soto reivindicó el mérito de haber obtenido una sentencia indulgente para Egidio.
En fin, Llorente ha demostrado, en referencia a otro caso, que Soto era perfectamente capaz de la conducta vergonzosa que se le imputa en esta ocasión. Apenas se supo que Egidio había sido condenado, se reunió una huida de solicitantes hambrientos * Montanus, p. 266-272. t Llorente, ii. 144-147. t Montanus, p. 271. Hablando de sus cartas presentadas en el proceso de Carranza, Llorente dice: " Todos estos documentos prueban que F. Domingo Soto era culpable de colusión en relación con dos partidos, a los que engañó, primero a uno después del otro, y luego a ambos al mismo tiempo." (ii. 146.) El ex secretario de la Inquisición podría haberse ahorrado las críticas que añade sobre los prejuicios protestantes de su compatriota De Montes, y sobre su fanatismo al considerar como una marca de justicia divina el que tres de los perseguidores capitales de Egidio murieran durante su prisión
. El celo del amigo de Egidio puede haberlo llevado demasiado lejos en la interpretación de los caminos de la Providencia; pero ¿qué significa la siguiente frase? "No se puede dejar de regocijarse por la desgracia que la Providencia había reservado a F. Domingo Soto, para que sirviera de lección a hombres de su carácter." (Llorente, ut supra.) alrededor del rico beneficio de Tortosa como los cuervos alrededor de la carroña. Los santos padres reunidos en Trento no estaban tan intensamente ocupados en velar por los intereses de la iglesia católica como para no tener un ojo puesto en España y listos para discernir lo que pudiera suceder allí para su beneficio. Mientras el proceso del obispo electo estaba pendiente, el cardenal Granville, entonces obispo de Arras y primer ministro de España, tenía su mesa cubierta de solicitudes, en las que el incienso de la adulación estaba espolvoreado espesamente sobre la rancia avaricia. En una carta, fechada desde Trento el 19 de noviembre de 1551, el obispo titular Jubin, in partibus Infidelium, escribe: "Hemos recibido noticias aquí de que el obispo electo de Tortosa ha sido condenado a prisión perpetua. Le estaré infinitamente agradecido si me considera el menor de sus servidores, siempre que su señorío de Elna sea trasladado al obispado de Tortosa, ahora vacante por este medio".*
El día anterior, el obispo de Elna había dirigido una carta al mismo lugar, en la que, sin dar la menor pista del objetivo que tenía en mente, ruega al primer ministro que le ordene "como el más humilde doméstico de su casa", se llama a sí mismo "su esclavo". y le asegura que las raras cualidades de su eminencia, su bondad innata y los favores que había conferido, estaban tan profundamente asentados en el corazón de su siervo, que lo recordaba sin cesar, especialmente "en sus pobres sacrificios el momento más apropiado para hacer mención de sus amos." Dos días después, el modesto obispo había adquirido tanto valor como para formular su petición: reconocía que el obispado de Tortosa era "una carga demasiado pesada para sus débiles hombros", pero insistía en que podía desempeñar mejor sus funciones episcopales en un lugar tan tranquilo que en la provincia fronteriza del Rosellón, donde sus ejercicios piadosos eran interrumpidos por el ruido de instrumentos bélicos, y que "sentía un * Léctrès ct Mémoires de Francois de Vargas, traduits par Mich, le Vassor, p. 194, 195. t "Esclavo." \ "Mis pobres sacrificios. " 126 L fuerte deseo de terminar sus días cuidando a sus ovejas enfermas en la paz de Dios."
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