HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
126-128
El obispo de Argel estaba tan desinteresado como sus hermanos en buscar promoción. "No fue la avaricia lo que lo indujo a pedir el favor" de ser trasladado desde la isla de Cerdeña; él sólo deseaba "tener su residencia en tierra firme" para que su espíritu, aliviado de la continua agitación en la que lo mantenían las olas inquietas que lo rodeaban, pudiera estar "con más libertad para servir a Dios y orar por la vida del rey y su ministro". El obispo de Elna, habiendo no tenido éxito en su solicitud, la renovó en el curso del año siguiente, cuando recurrió a una nueva línea de argumento en apoyo de su solicitud. Después de decirle al primer ministro "que sus manos lo habían hecho", le pide que recuerde, "si le place", que su majestad tenía ciertos derechos en Valencia llamados les bayles de Morella, de los cuales se debían grandes sumas al tesoro, como se desprende de las listas que había procurado y se había tomado la libertad de transmitir a su eminencia; que por fortuna la diócesis de Tortosa incluía ese distrito, aunque la sede episcopal estaba en su país natal de Cataluña; y que, si a su majestad le agradara complacerlo con ese obispado, podría encargarse del pago de estos derechos sin salir de su diócesis, y "así tendría en su poder servir a Dios y al rey al mismo tiempo la duplicidad, el egoísmo, el servilismo del clero! ¿Qué buena causa sino una no habrían arruinado? ¡Y cuán profundamente la han estropeado!
Boccaccio cuenta (es un cuento, pero merece ser repetido por la moraleja que enseña) que dos personas, un laico cristiano y un judío, vivían juntos en un lugar apartado en la frontera norte de Italia.
El cristiano había trabajado piadosamente durante mucho tiempo para convertir a su vecino, y había tenido éxito hasta el punto de esperar diariamente que se sometiera al bautismo, cuando de repente se le ocurrió a este último que visitaría previamente la capital de la cristiandad. Temiendo los efectos de su viaje, el cristiano intentó disuadirlo, pero en vano. Después de una ausencia de algunas semanas, el judío regresó y, al acudir a la casa del cristiano que había dado por perdido a su converso, lo sorprendió con la insinuación de que ya estaba listo para ser bautizado; "porque (añadió) he estado en Roma y he visto al papa y a su clero, y estoy convencido de que si el cristianismo no hubiera sido divino, se habría arruinado hace mucho tiempo bajo el cuidado de tales guardianes."
Todos los aspirantes al obispado de Tortosa se ocuparon de destacar los servicios que habían prestado al emperador en el concilio de Trento. Varios autores han hablado en términos elogiosos de las opiniones liberales y el espíritu independiente que mostraron los teólogos españoles que participaron en ese concilio; y el padre Simón, en particular, afirma que estaban dispuestos, al rechazar la reforma eclesiástica que buscaban, a unirse a la iglesia francesa para derrocar la autoridad de la corte de Roma, si Carlos V no los hubiera desanimado, por motivos políticos, retirándoles su apoyo.* Una lectura de la correspondencia y de la embajada imperial sirve para disminuir, en no poca medida, la alta opinión que estos elogios están destinados a producir. Si los obispos italianos eran herramientas pasivas en manos de los legados papales, sus hermanos de España no estaban menos bajo la influencia de los embajadores imperiales; y es tan claro que su celo por la reforma de los abusos fue excitado al principio, como que fue luego refrenado, por la política del emperador. Varias de las reformas que exigían eran a favor de su propio orden, y habrían aumentado su propia riqueza en proporción a la disminución de las de la sede papal; una circunstancia que no escapó a la observación de la corte de España.t Al mismo tiempo ellos * Simon, Lettres Choisies, torcido. i. p. 252-254. t Ver sus Postulata al Concilio en Schelhorn, Amoenit. Eccles. torcido. ii. p. 584-590. Conf. Vargas, Lettres et Memoires, p. 210. Los **
se contentaron con murmurar en privado sobre las vergonzosas artes con que se manejaba el concilio, y no tuvieron el coraje de resentirse por los ataques hechos a su libertad, o los insultos abiertamente lanzados a sus colegas. El obispo de Verdún aplicó el término pretendida reforma a algunos de los planes propuestos en el concilio, y el legado papal, el cardenal Crescentio, lo atacó públicamente con invectivas, llamándolo joven irreflexivo y tonto, y ordenándole que se callara. "
¿Es este un concilio libre?" dijo el elector de Colonia al obispo español de Orense, que estaba sentado a su lado. "Debería ser libre", replicó el obispo, con una advertencia que no habría deshonrado a un italiano. "Pero dígame su opinión con franqueza. ¿Es libre el sínodo? " "No me presiones ahora, mi señor", re contestó el prudente obispo; "esa es una pregunta difícil; la responderé en casa".*
Se ha alegado que la influencia papal sobre el concilio se limitaba a cuestiones de disciplina y política eclesiástica, y no se extendía a puntos de fe, en cuya decisión todos los miembros estaban de acuerdo. Pero esto es contradicho por documentos incuestionables.
Algunos de los teólogos más eruditos que estaban en Trento estaban insatisfechos con ciertas partes de la doctrina del concilio, y con la manera confusa y apresurada en que se tramitó esta importante parte del asunto.: Después de que el artículo sobre los sacramentos de la penitencia y la extremaunción había recibido la sanción formal, el Consejo Real de Castilla dirigió un memorial al Concilio de Trento, instando a una variedad de reformas eclesiásticas.
Pero por deseables que fueran muchas de ellas, no podemos dejar de sentirnos complacidos por el rechazo de la totalidad, cuando encontramos entre ellas el siguiente artículo: "Que el papa sostendrá a la Inquisición, y no intentará nada en perjuicio de una institución tan necesaria para el bienestar de estos reinos porque el oficio de la santa Inquisición es muy necesario en estos reynos, conviene ser muy favorecido." (Vargas, ut supra, pág. 162, 167.) * Vargas, pág. 235, 254. El nombre de este obispo era Francisco Blanco. En 1558 dio una recomendación al catecismo de Carranza, pero se retractó durante el proceso contra el autor por herejía, y fue recompensado con el arzobispado de Santiago. (Llorente, iii. 301, 302.) t Simon, Lettres Choisies, torcido. i. pág. 254, t Vargas, pág. 43, 57, 224, 233.
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