HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
214-216
Los dos individuos que en esta ocasión tuvieron el honor de soportar las llamas fueron Francisco de Vibero Cazalla, párroco de Hormigos, y Antonio Herezuelo, abogado de Toro.
Algunos escritores dicen que el primero pidió, bajo tortura, que se le admitiera a la reconciliación; pero es cierto que no dio ninguna señal de debilidad o deseo de retractarse el día del auto de fe.
Al ver a su hermano Agustín Cazalla, no en la hoguera, sino en el cadalso contiguo entre los penitentes, y al no poder hablar por la mordaza, manifestó su dolor con un expresivo movimiento de sus manos; después de lo cual soportó el fuego sin acobardarse.
Herezuelo se comportó con una intrepidez superable.
Desde el momento de su aprehensión hasta el de su muerte, nunca mostró el menor síntoma de deseo de salvar su vida o de mitigar sus sufrimientos comprometiendo sus principios.
Su valor permaneció inquebrantable en medio de los horrores de la tortura, la ignominia del espectáculo público y los terrores de la hoguera.
Lo único que lo conmovió, el día del auto de fe, fue ver a su esposa con el hábito de penitente; y la mirada que le dirigió, (porque no podía hablar) al pasar junto a ella para ir al lugar de la ejecución, parecía decir: "¡Esto es duro de soportar!". Escuchó sin emoción a los frailes que lo molestaban con sus insistentes exhortaciones al arrepentimiento, mientras lo conducían a la hoguera; pero cuando, por instigación de ellos, su antiguo asociado e instructor, el doctor Cazalla, comenzó a hablarle en el mismo tono, le lanzó una mirada de desdén, que congeló las palabras en sus labios revoltosos.
***** Ibid. Llorente, ii. 222-228. t Llorente, ii. 225-6. " Francisco de Vibero, sacerdote, hermano del mismo D. Cazalla, con la lengua apretada entre un palo hendido, porque se mantuvo muy constante en la profesión abierta de su fe." (Registro, ut supra.) ***
" El bachiller Herezuelo (dice el autor papista de la Historia Pontificia) se dejó quemar vivo con una valentía sin igual. Yo estaba tan cerca de él que tuve una visión completa de su persona, y observé todos sus movimientos y gestos. No podía hablar, porque tenía la boca amordazada a causa de las blasfemias que había pronunciado; Pero toda su conducta demostró ser una persona resuelta y endurecida, que, antes que ceder a la fe con sus compañeros, estaba decidido a morir en las llamas.
Aunque lo observé de cerca, no pude observar el menor síntoma de miedo ni expresión de dolor; sólo había una tristeza en su rostro más allá de cualquier cosa(= por ver a su esposa retractada de su fe) que hubiera visto jamás. Era espantoso mirarlo a la cara, cuando uno pensaba que en un momento estaría en el infierno con su compañero y maestro, Lutero.* ***
Enfurecido al ver tal coraje en un hereje, uno de los guardias hundió su lanza en el cuerpo de Herezuelo, cuya sangre fue lamida por las llamas que ya lo envolvían.
Herezuelo y su esposa, Leanor de Cisneros, estaban divididos en su muerte, pero fue sólo en el momento de la misma, no en el tipo o la forma; y su memoria no debe estar dividida en nuestras páginas.
Leanor tenía sólo veintidós años cuando fue arrojada a la Inquisición; y si tenemos en cuenta que, durante su encarcelamiento, se le prohibió toda relación con su marido, se la mantuvo en la ignorancia de sus resoluciones, y tal vez se la engañó haciéndole creer que lo encontraría entre la clase de penitentes en el auto, no debemos sorprendernos de que una mujer de su tierno sexo y edad se desmayara en el día del juicio, se dejara vencer por las persuasiones de los monjes o, cediendo a los sentimientos de la naturaleza, consintiera en renunciar con la mano a esa verdad en la que seguía creyendo con el corazón.
Tales ataques han sacudido y amenazado con derribar columnas de la iglesia. Pero Leanor no tardó mucho en recuperarse del shock
***** Illescas, Hist. Pontif. torn. ii. f. 450, b. t Registro adjunto a la traducción de Montanus por Skinner, sig. E. i. b. Llorente, ii. 227, 231. t Llorente ha adoptado la calumnia monacal de que Herezuelo, al descender del cadalso, al ver a su esposa con el hábito de penitente, expresó su indignación por su conducta dándole patadas con el pie. (Tom. ii. p. 231.)
Illescas, ( Cronista católico que observó personalmente lo sucedido) ha hecho un relato minucioso de la conducta de ambas partes, no toma nota de nada de esta naturaleza, que es irreconciliable con todas las circunstancias del caso. ******
La mirada de despedida de su marido nunca se apartó de sus ojos.
La reflexión de que ella misma había causado una gran pena de dolor en el corazón de su marido, durante el arduo conflicto que él tenía que mantener, avivó la llama del apego a la religión reformada que secretamente ardía en su pecho; y habiéndose resuelto, en dependencia de esa fuerza que se perfecciona en la debilidad, emular el ejemplo de constancia dado por uno en todos los aspectos tan querido para ella, rompió resueltamente el curso de penitencia en el que había entrado.
En consecuencia de esto fue nuevamente arrojada a las cárceles secretas.
Durante los ocho años que estuvo recluida, se hizo todo esfuerzo en vano para inducirla a renovar su retractación.
Al final fue sacada en un auto de fe público celebrado en Valladolid; y tenemos el relato de su conducta de la misma pluma que tan gráficamente describió la de su esposo.
"( =cito) ;En el año 1568, el 26 de septiembre, se ejecutó justicia sobre Leaner de Cisneros, viuda del bachiller Herezuelo.
Ella se dejó quemar viva, a pesar de los grandes y repetidos esfuerzos hechos para hacerla convicta de sus errores. Finalmente, resistió, lo que era suficiente para derretir una piedra, un admirable sermón predicado, en el auto de ese día, por su excelencia don Juan Manuel, obispo de Zamora, hombre no menos sabio y elocuente en el púlpito que ilustre en la sangre. Pero nada pudo conmover el impenetrable corazón de aquella obstinada mujer. *** Illescas, Hist. Pontif. tomo. ii. f. 451, a * *
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