viernes, 16 de agosto de 2024

" MÁS GRANDE TEÓLOGO... ESPAÑA MUCHOS SIGLOS" - 196-200

HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA

SIGLO XVI.

 THOMAS McCRIE,

D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842

196-200

Entre los de la última clase estaba Constantino Ponce de la Fuente.

 Expuesto como estaba al odio de quienes envidiaban su popularidad y a los celos de quienes lo consideraban el más capaz defensor de las nuevas opiniones,* no se puede suponer que este hombre erudito pudiera escapar de la tormenta que abrumó a la iglesia reformada en España. Fue uno de los primeros que fueron detenidos, cuando los familiares fueron soltados contra los protestantes de Sevilla.!

 Cuando se le comunicó a Carlos V en el monasterio de San Justo que su capellán favorito había sido arrojado a prisión, exclamó: "¡Si Constantino es un hereje, es un gran hereje!" y cuando, en un período posterior, uno de los inquisidores le aseguró que había sido declarado culpable, replicó con un suspiro: "No se puede condenar a un hombre más grande".

 La alegría que sintieron los inquisidores al obtener posesión de la persona de un hombre al que habían observado con celos durante mucho tiempo, se vio en gran medida disminuida por las dificultades que encontraron en el camino de conseguir su condena.

Conociendo las circunstancias peligrosas en las que se encontraba, hacía tiempo que había ejercido la máxima circunspección sobre sus palabras y acciones.

 Sus amigos confidenciales, como ya hemos dicho, siempre fueron pocos y selectos. Su penetración le permitía con una sola mirada detectar al traidor bajo su máscara; y su conocimiento de la naturaleza humana le impedía comprometerse con los partidarios débiles aunque honestos de la fe reformada. La veneración y estima en que lo tenían sus amigos era tan grande, que hubieran muerto antes que comprometer su seguridad con sus confesiones. Cuando fue llevado ante sus jueces, mantuvo su inocencia, desafió al fiscal público a

**** Véase antes p. 159-163. t Montanus, p. 287. \ Sandoval, Historia del Emperador Carlos V. tor. ii. p. 829. Cuando se le informó del encarcelamiento de Domingo de Guzmán, el emperador dijo: " ¡Deberían haberlo encerrado por tonto!" (Ibíd******

 mostrar que había hecho algo criminal, y repelió los cargos presentados contra él con tal habilidad y éxito que sumió a sus adversarios en la mayor perplejidad. Había muchas probabilidades de que finalmente frustrara sus esfuerzos por condenarlo por herejía, cuando un acontecimiento imprevisto lo obligó a abandonar la línea de defensa que había seguido hasta entonces.

 Doña Isabel Martinia, una viuda de respetabilidad y opulencia, había sido encarcelada como sospechosa de herejía, y sus bienes habían sido confiscados.

Los inquisidores, informados, por la traición de un sirviente de la familia, de que su hijo, Francisco Bertrán, había logrado, antes de que se hiciera el inventario, esconder ciertos cofres que contenían efectos valiosos, enviaron a su alguacil, Luis Sotelo, a reclamarlos.

Tan pronto como el alguacil entró en la casa, Bertrán, con gran temor, le dijo que conocía su misión y que le entregaría lo que quería, con la condición de que lo protegiera de la venganza de la Inquisición. Conduciendo al alguacil a una parte retirada del edificio, y derribando un delgado tabique divisorio, descubrió una cantidad de libros que Constantino Ponce había depositado con su madre con el propósito de garantía, algún tiempo antes de su encarcelamiento. Así Sotelo indicó que no eran exactamente eso lo que buscaba, pero que se haría cargo de ellos, junto con los cofres que tenía instrucciones de llevar al Santo Oficio.

Por deslumbrantes que fueran las joyas de Isabel Martinia, los ojos de los inquisidores brillaron aún más al ver los libros de Constantino.

Al examinarlos, encontraron, junto a varias obras heréticas, un volumen de su propia escritura, en el que se discutían con considerable extensión los puntos de controversia entre la iglesia de Roma y los protestantes.

 En él, el autor trata de la verdadera iglesia según los principios de Lutero y Calvino, y mediante una aplicación de las diferentes marcas ( señales)  que las Escrituras dan para distinguirla, muestra que la iglesia papal no tiene derecho a ese título.

De manera similar, resolvió las cuestiones relativas a la justificación, el mérito de las buenas obras, los sacramentos, indulgencias y el purgatorio; llamando a este último la cabeza del lobo y una invención de los monjes para alimentar estómagos ociosos. Cuando le mostraron el volumen a Constantino, él reconoció de inmediato que estaba escrito a mano por él y que contenía sus sentimientos.

 "No es necesario que usted (añadió) presente más pruebas: tiene ahí una confesión sincera y completa de mi creencia. Estoy en sus manos; haga conmigo lo que le parezca mejor."*

 Ninguna artimaña o amenaza pudo persuadirlo para que diera información alguna respecto de sus asociados.

Con la visión de inducir a los otros prisioneros a declararse culpables, los agentes del Santo Oficio hicieron circular el informe que él había presentado contra ellos cuando fueron interrogados; e incluso sobornaron a testigos para que declararan que habían oído sus gritos en el potro, aunque él nunca soportó ese modo inhumano de interrogatorio. No se sabe con certeza por qué motivos los jueces se abstuvieron de someterlo a ese interrogatorio.

Sólo puedo conjeturar que procedió del respeto a los sentimientos del emperador; pues, poco después de su muerte, (del Emperador Carlos V) Constantino fue sacado del apartamento que había ocupado hasta entonces y arrojado a una bóveda baja, húmeda y maloliente, donde soportó más que sus hermanos la aplicación de los instrumentos de tortura. Oprimido y agotado por un modo de vida tan diferente al que estaba acostumbrado, se le oyó exclamar: &quot

;Dios mío, ¿no había escitas, o caníbales, o paganos aún más salvajes, para que me hayas permitido caer en manos de estos demonios bautizados?

" No pudo permanecer mucho tiempo en tal situación. El aire pútrido y la dieta malsana, junto con el dolor por la ruina de la causa reformada en su país natal, le provocaron una disentería que acabó con sus días, después de haber estado casi dos años en prisión.

 No satisfechos con vengarse de él cuando estaba vivo, sus adversarios hicieron circular la noticia de que se había quitado la vida abriéndose una vena

***** Histoire des Martyrs, f. 502, a. Montanus, p. 289, 290. t Montanus, p. 287-292. Llorente, ii. 275-277. ****

con un trozo de cristal roto; y basadas en esta historia inventada, y que contenían otras calumnias, se vendían indecentemente por las calles de Sevilla.

Si hubiera habido el más mínimo fundamento para esta noticia, podemos estar seguros de que los inquisidores se hubieran encargado de comprobarla, ordenando que se hiciera una investigación sobre el cadáver.

 Pero la calumnia fue refutada por el testimonio de un joven monje de San Isidro, llamado Fernando, quien, estando providencialmente confinado en la misma celda que Constantino, lo atendió durante su enfermedad y cerró sus ojos en paz.

 Las calumnias que en ese momento se propagaron tan industriosamente contra él, sólo sirven para mostrar la ansiedad de los inquisidores por arruinar su fama, y ​​el temor que sentían de que las opiniones reformadas ganaran crédito por la circunstancia de haber sido abrazadas por una persona de tan gran eminencia y popularidad.! En este objetivo, sin embargo, no tuvieron éxito del todo en su deseo.

 Esto se hizo evidente cuando su efigie y sus huesos fueron sacados a la luz en el auto de fe público celebrado en Sevilla el 22 de diciembre de 1560.

Las efigies de los herejes que habían escapado de la justicia, por huida o por muerte, generalmente consistían en un trozo informe de retazos coronado por una cabeza; La de Constantino Ponce consistía en una figura humana regular, completa en todas sus partes, vestida a la manera en que aparecía en público, y representandolo en su actitud más común de predicación, con un brazo apoyado en el púlpito y el otro elevado.

 La aparición de esta figura en el espectáculo, cuando estaba a punto de ser leída su sentencia, excitó un vivo recuerdo de un predicador tan popular, y arrancó de los espectadores una expresión ***** Cipriano de Valera, Dos Tratados, pág. 251, 252. Montanus, pág. 291, 292. Páramo menciona la calumnia vacilantemente. (Hist. Inquis. lib. ii. tit. iii. cap. 5; apud Puighlanch, vol. ii. pág. 210.) Illescas la presenta como un mero informe. (Hist. Pontif. torn. ii. f. 451, a.) Las calumnias a las que se hace referencia están contenidas en la obra de Illescas. (Historia Pontifical, ut supra.) Pero esto no es prueba de que fueran creídas por ese autor; porque, como veremos después, su historia original fue suprimida, y se vio obligado a escribir otra, conforme a las instrucciones de los inquisidores, e insertar en ella declaraciones exactamente opuestas a las que había publicado anteriormente. ***

de sentimiento que no agradaba en absoluto a los inquisidores.

 En consecuencia de esto hicieron que se retirara -de la posición prominente que ocupaba, y que se llevara cerca de su propia plataforma, donde comenzaron la lectura de los artículos del libelo por el que Constantino había sido condenado.

 El pueblo, descontento con este paso, y al no escuchar lo que se leía, comenzó a murmurar; Calderón, que como alcalde de la ciudad presidía la ocasión, deSeó que el secretario interino fuera al púlpito previsto para esa parte de la ceremonia.

Al no hacerse caso de esta insinuación, se renovaron los murmullos y el alcalde, alzando la voz, ordenó que se suspendiera el servicio

. Los inquisidores se vieron obligados a devolver la efigie a su antiguo lugar y a reiniciar la lectura de la sentencia en la audiencia del pueblo; pero se le ordenó al secretario que, después de nombrar algunos de los errores en los que había caído el difunto, concluyera diciendo que había dicho otros tan horribles e impíos que no podían ser oídos sin contaminarse por los oídos vulgares.

 Después de esto, la efigie fue enviada a la casa de la Inquisición y otra de construcción ordinaria fue trasladada a la hoguera para ser quemada junto con los huesos de Constantino.

 Los inquisidores no estaban poco perplejos sobre cómo actuar con respecto a sus obras, que ya habían sido impresas con su aprobación;( de la inquisición)  pero al final acordaron prohibirlas, no porque hubieran encontrado algo en ellas digno de condenación", como dice su sentencia, "sino porque no era apropiado que ningún honorable memorial de un hombre condenado a la infamia fuera transmitido a la posteridad".*

 Pero tenían una tarea aún más delicada que realizar. La historia de un viaje a Flandes de Felipe II, cuando príncipe de Asturias, había sido impresa en Madrid por autoridad real, en la que se describía a su capellán Constantino como el más grande filósofo, el teólogo más profundo y el predicador más elocuente que ha estado en España durante muchos siglos". No sabemos si el propio Felipe dio información de esta obra; pero no puede haber ninguna duda * Montanus, p. 293, 294, 297. Llorente, ii. 278, 279

 

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