domingo, 18 de agosto de 2024

"MI SENTIMIENTO PARA ELLOS QUE HONRARON EL EVANGELIO" 216-219

"MI SENTIMIENTO PARA ELLOS QUE HONRARON EL EVANGELIO"  216-218    HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA

SIGLO XVI.

 THOMAS McCRIE,

D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842

216-218

Una parte de las solemnidades del primer auto de Valladolid, aunque no tan chocantes para los sentimientos como algunas otras que se han referido, fue sin embargo una flagrante violación tanto de la justicia como de la humanidad.

Doña Leanor de Vibero, madre del doctor Cazalla y de otros cuatro niños que figuraban como criminales en este auto de fe, había muerto algunos años antes y estaba enterrada en una capilla sepulcral de la que era propietaria

No había sospecha de herejía sobre ella en el momento de su muerte; pero, al ser encarcelados sus hijos, el fiscal de la Inquisición en Valladolid comenzó un proceso contra ella; y ciertos testigos bajo tortura declararon que su casa era utilizada como templo para los luteranos, se dictó sentencia, declarando que había muerto en estado de herejía, que su memoria fuera infame y que sus bienes fueran confiscados; que sus huesos fueran desenterrados y, junto con su efigie, entregados públicamente a las llamas; que su casa fuera arrasada, que el terreno en el que estaba sembrada de sal y que en el lugar se erigiera un pilar con una inscripción que indicara la causa de su demolición. Todo esto se hizo, y el último monumento mencionado al fanatismo y la ferocidad contra los muertos estuvo visible hasta el año 1809, cuando fue removido durante la ocupación de España por los franceses.*

Había todavía un gran número de presos protestantes en Valladolid; pero aunque los procesos de la mayoría de ellos habían terminado, se los mantuvo en confinamiento, para ofrecer un espectáculo gratificante al monarca a su llegada de los Países Bajos.

 El segundo auto de fe en esta ciudad se celebró el 8 de octubre de 1559. Felipe II se presentó en él, acompañado por su hijo, su hermana, el príncipe de Parma, tres embajadores de Francia, con una numerosa asamblea de prelados y nobles de ambos sexos. El inquisidor general Valdés tomó juramento al rey; en cuya ocasión, Felipe, levantándose de su asiento y desenvainando su espada en señal de su disposición a usarla en apoyo del Santo Oficio, juró y firmó el juramento, que luego fue leído en voz alta al pueblo por uno de los oficiales de la Inquisición.

En el cadalso aparecieron veintinueve prisioneros, de los cuales dieciséis vestían el hábito de penitentes, mientras que las llamas pintadas en los sambenitos y corozas del resto los señalaban para la hoguera.

 Entre los primeros estaban doña Isabel de Castilla, esposa de don Carlos de Seso, su sobrina doña Catalina y tres monjas de Santa Belén. Las dos primeras fueron condenadas a

**** Cipriano de Valera, Dos Tratados, pág. 251. Llorente, ii. 221-2. ^t Otra monja de esa orden, doña Catalina de Reynoza, hija del barón de Auzillo y hermana del obispo de Córdoba, fue 15 ***

 a perder todos sus bienes, a llevar el sambenito y a ser encarcelada de por vida.

A los luteranos sometidos a penitencias se añadieron dos hombres, uno de los cuales fue convicto de haber jurado falsamente que un niño había sido circuncidado, con el fin de llevar al padre a la hoguera; el otro de haberse hecho pasar por alguacil del Santo Oficio. El primero fue sentenciado a recibir doscientos azotes, a perder la mitad de sus bienes y a trabajar en las galeras durante cinco años; el segundo a recibir cuatrocientos azotes, a perder la totalidad de sus bienes y a trabajar en las galeras de por vida; un ejemplo sorprendente de la estimación comparativa que la Inquisición hace del asesinato premeditado y un insulto a sus propias prerrogativas.

 A la cabeza de los devotos de la muerte estaba don Carlos de Seso, cuyo nombre el lector ya conoce. Arrestado en Logroño, fue arrojado a las cárceles secretas de la Inquisición en Valladolid; y, el 28 de junio de 1558, respondió a los interrogatorios del fiscal.

Su conducta durante todo su encarcelamiento, y en la formidable escena con la que terminó, fue digna de su noble carácter y de la parte activa que había tomado en la causa de la reforma religiosa.

 En los exámenes a los que se sometió, nunca varió, ni trató de excusarse culpando a quienes sabía que sus jueces estaban ansiosos de condenar. T

 Cuando se le informó de su sentencia la noche antes de su ejecución, pidió pluma, tinta y papel, y habiendo escrito una confesión de su fe, se la dio al oficial, diciendo: "

Esta es la verdadera fe del evangelio, en oposición a la de la iglesia de Roma que ha sido corrompida por siglos: en esta fe deseo morir, y en el recuerdo y creencia viva de la pasión de Jesucristo, ofrecer a Dios mi cuerpo ahora reducido a tal punto.

" Sería difícil (dice alguien que leyó este documento en los archivos de la Inquisición) transmitir una idea del vigor poco común de sentimiento con el que llenó dos hojas de papel, aunque entonces estaba en presencia de la muerte.&quot

Toda esa noche y la mañana siguiente la pasaron los frailes en intentos infructuosos de inducirlo a retractarse.

 Apareció en la procesión con una mordaza en la boca, que permaneció mientras estaba en el auto de fe y en camino al lugar de ejecución.

 Se la quitaron después de que lo ataron a la hoguera, y los frailes comenzaron de nuevo a exhortarlo a confesar. Él respondió, en voz alta y con gran firmeza, "Puedo demostrarles que se arruinan al no imitar mi ejemplo; pero no hay tiempo. Los verdugos encienden la hoguera que me consumirá". Obedecieron, y De Seso expiró en las llamas sin luchar ni gemir. Murió a los cuarenta y tres años de edad.

****Cipriano de Valera, Dos Tratados, p. 251. Llorente, ii. 221-2. Otra monja de esa orden, doña Catalina de Reynoza, hija del barón de Auzillo y hermana del obispo de Córdoba, fue entregada al brazo secular. Tenía sólo veintiún años de edad, y fue acusada de haber dicho a las hermanas, cuando se dedicaban a sus devociones monacales, "Gritad a voz en cuello, para que Baal os oiga; romped vuestras cabezas, y ved si las cura." (Registro adjunto a la traducción de Montano, sig. E. ij. b. Llorente, ii. 241.) * Véase antes, p. 175. t Esto se desprende de sus respuestas en el proceso del arzobispo Carranza. (Llorente, iii. 204.)

 

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