viernes, 16 de agosto de 2024

Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA 182-185

HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA

SIGLO XVI.

 THOMAS McCRIE,

D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842

182-185

Habiendo hecho estos importantes descubrimientos, el consejo del Supremo envió mensajeros a los diversos tribunales de la Inquisición en todo el reino, ordenándoles que hicieran averiguaciones con todo secreto dentro de sus respectivas jurisdicciones y que estuvieran preparados, al recibir más instrucciones, para actuar en coordinación. . Los familiares se emplearon en rastrear las ramificaciones más remotas de la herejía; y se colocaron guardias en lugares convenientes, para interceptar y apresar a las personas que intentaran escapar. Habiendo tomado estas precauciones, se dieron órdenes a los agentes apropiados; y por un movimiento simultáneo, los protestantes fueron apresados ​​al mismo tiempo en Sevilla, en Valladolid y en todo el país circundante.

 En Sevilla y sus alrededores doscientas personas fueron detenidas en un día; y, como consecuencia de la información resultante de sus interrogatorios, el número pronto aumentó a ochocientas.

El castillo de Triana, las cárceles comunes, los conventos y hasta las casas particulares, se llenaron de víctimas. Ochenta personas fueron encarceladas en Valladolid, y el número de individuos apresados ​​por los otros **** Montanus, p. 2 18. t Registro adjunto a la traducción de Montanus por Skinner, sig. b. i. a. Llorente, ii. 227. ***

tribunales fue proporcional.*

 Cuando se dio la alarma por primera vez, muchos estaban tan atónitos y horrorizados que no pudieron dar el menor paso para asegurar su seguridad.

Algunos corrieron a la casa de la Inquisición y se denunciaron a sí mismos, sin saber lo que estaban haciendo; como personas que, al salir corriendo de una casa que se ha incendiado durante la noche, se precipitan en una inundación devoradora. Otros, al intentar escapar, fueron perseguidos y alcanzados; y algunos, que habían llegado a un país protestante, y se sintieron seguros, cayeron en las trampas que les tendían los espías del Santo Oficio, fueron llevados a la fuerza y ​​llevados de vuelta a España.

Entre los que lograron retirarse, estaba el licenciado Zafra, antes mencionado, que era particularmente odioso para los inquisidores. Fue aprehendido entre los primeros, pero, durante la confusión causada por la falta de espacio para contener a los prisioneros, se las arregló para escapar y ocultarse, hasta que encontró una oportunidad favorable de retirarse a Alemania.!

 El lector recordará la reforma que los monjes de San Isidro habían introducido en su convento.;}: Por deseable que fuera este cambio en sí mismo, y por loable que fuera su conducta al adoptarlo, los puso en una situación delicada y dolorosa.

No podían deshacerse de las formas monásticas por completo sin exponerse a la furia de sus enemigos; ni tampoco podían conservarlas sin ser conscientes de actuar hasta cierto punto de manera hipócrita y de dar apoyo a un pernicioso sistema de superstición, por el cual su país era a la vez engañado y oprimido. En este dilema, celebraron una consulta sobre la conveniencia de abandonar el convento y retirarse a alguna tierra extranjera, en la que, a costa de sacrificar sus emolumentos mundanos y pasar sus vidas en la pobreza, pudieran disfrutar de paz mental y de la libertad de culto religioso. El intento fue de lo más arriesgado- * Montanus, 218, 219. Puigblanch s Inquisition Unmasked, vol. ii. p. 183. Llorente, ii. 250, 258. t Montanus, p. 52. t Véase antes, pág. 168.

 diversa índole, y se presentaron dificultades a cualquier plan que pudiera sugerirse para llevarlo a cabo.

¿Cómo podían tantas personas, muy conocidas en Sevilla y sus alrededores, después de haber dejado abandonado uno de los más célebres monasterios de España, esperar realizar un viaje tan largo sin ser descubiertos? Si, ​​por otra parte, algunos de ellos lo intentaran y tuvieran éxito, ¿no pondría este paso en el mayor peligro la vida de los restantes; especialmente cuando las sospechas de los inquisidores, que habían estado dormidas durante mucho tiempo, se habían despertado recientemente?

Esta última consideración pareció tan fuerte que resolvieron unánimemente permanecer donde estaban y encomendarse a la disposición de una Providencia todopoderosa y misericordiosa. Pero como el panorama se volvía cada vez más oscuro y alarmante, se celebró otro capítulo, en el que se acordó que sería tentador, en lugar de confiar en la Providencia, adherirse a su resolución anterior, y que, por lo tanto, cada uno debería tener libertad de adoptar el curso que en la emergencia le pareciera mejor y más aconsejable.

 En consecuencia, doce de ellos abandonaron el monasterio y, tomando rutas diferentes, salieron sanos y salvos de España, y al cabo de doce meses se reunieron en Ginebra, que habían acordado previamente como lugar de su cita.

Se habían ido sólo unos pocos días cuando la tormenta de la persecución estalló sobre las cabezas no sólo de sus hermanos que permanecieron en San Isidro, sino de todas sus conexiones religiosas en España.*

 Fue a principios del año 1558 cuando este calamitoso acontecimiento azotó a España.

 Anteriormente a ese período, Carlos V, habiendo renunciado a sus planes de ambición mundana y entregado el imperio en favor de su hermano Fernando, y sus dominios hereditarios a su hijo Felipe, se había retirado al convento de San Justo, situado en la provincia de Extremadura, donde pasó el resto de sus días en la sociedad y

**** Cipriano de Valera, Dos Tratados, pág. 178. Montano, pág. 249, 250***.

ejercicios devocionales de los monjes.

 Varios historiadores de no despreciable reputación han afirmado que Carlos, durante su retiro, se volvió favorable a los sentimientos de los protestantes de Alemania, que murió en su fe, que Felipe encargó al Santo Oficio que investigara la verdad de este informe y que en un momento tuvo serios pensamientos de desenterrar los huesos de su padre como los de un hereje.*

 Se pueden atribuir varias causas a la circulación de estos rumores. Carlos había estado involucrado tres años antes en una disputa con Pablo IV, quien lo había amenazado con la excomunión;

 Constantino Ponce y Agustín Cazalla, dos de sus capellanes, habían abrazado las opiniones protestantes; su confesor De Regla se había visto obligado a abjurar de ellas; y Carranza y Villalba, quienes lo exhortaron en su lecho de muerte, fueron poco después denunciados a la Inquisición.

 A estas presunciones se puede añadir que la manera en que Felipe trató a su hijo Don Carlos, y el hecho conocido de que nunca tuvo escrúpulos en emplear la Inquisición como una máquina para lograr propósitos puramente políticos, si no también domésticos, han inducido a los historiadores, de suponerlo capaz de cualquier crimen, a imputarle aquellos de los que nunca fue culpable. Hay la mejor razón para creer que Carlos, en lugar de estar más dispuesto, se volvió más adverso a los protestantes en sus últimos días, y que, lejos de arrepentirse de la conducta que había seguido hacia ellos, su único pesar fue no haberlos tratado con mayor severidad. Cuando se le informó que el luteranismo se estaba extendiendo en España y que se había detenido a varias personas bajo sospecha de estar infectadas por él, escribió cartas, desde el monasterio de San Justo, a su hija Juana, institutriz de España, a Juan de Vega, presidente del consejo de Castilla, y al inquisidor general, encargándoles que ejercieran sus respectivos poderes con todo el vigor posible "
para apoderarse de todo el grupo y hacer que todos fueran quemados, * Véanse las autoridades citadas por Burnet, en su Historia de la Reforma, vol. iii. p. 253. t Llorente, tor. ii. cap., xviii. art. 2

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