HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
166-170
Pero el día de su comparecencia, y después de haber defendido su causa, ¡cuál no fue su sorpresa al encontrar al hombre en quien había confiado levantarse, a petición de los inquisidores, y en un elaborado discurso refutar todos los argumentos que había presentado!
Cuando sus amigos reconvinieron a Arias sobre la impropiedad de su conducta, él se reivindicó alegando que había adoptado el curso que era más seguro para Ruiz y para ellos; pero, irritado por las censuras que pronunciaron sobre la duplicidad y bajeza con que había actuado, comenzó a amenazar con informar contra ellos al Santo Oficio. "Y si nos obligan a descender a la arena", le dijo Constantino, "¿esperas que se te permita sentarte entre los espectadores?" Sin embargo, este fue el hombre que se convirtió en el instrumento para transmitir la luz de la verdad divina al convento de San Isidro, cuando estaba inmerso en la más profunda ignorancia y superstición.
Sin dejar de lado su característica cautela, enseñó a sus hermanos que la verdadera religión era algo muy diferente de lo que vulgarmente se suponía que era; que no consistía en cantar maitines y vísperas, ni en realizar ninguno de esos actos de servicio corporal en los que se consumía el tiempo; y que si esperaban obtener la aprobación de Dios, les convenía recurrir a las Escrituras para conocer su mente.
Al inculcar estas cosas en sus sermones y en la conversación privada, produjo en el pecho de los monjes un sentimiento de insatisfacción con las devociones circulares y monótonas del claustro, y un espíritu de búsqueda de una piedad más pura y edificante. Pero por versatilidad, o con la intención de proveer para su futura seguridad, de repente alteró sus planes y comenzó a recomendar, por doctrina y ejemplo, austeridades y mortificaciones corporales más rígidas que las que prescribían las reglas monásticas de su orden.
Durante la Cuaresma instó a sus hermanos a quitar todos los muebles de sus celdas, a tumbarse en el suelo desnudo o dormir de pie y a vestir camisas de cilicio, con cinturones de hierro, cerca de sus cuerpos. El monasterio estuvo durante un tiempo sumido en la confusión, y algunos individuos se vieron reducidos a un estado mental que lindaba con la distracción.
Pero este intento de revivir superstición produjo una reacción que condujo a las más felices consecuencias. Sospechando del juicio o de la honestidad del individuo al que hasta entonces habían considerado un oráculo, algunos de los más inteligentes resolvieron seguir el consejo de Egidio y sus amigos en Sevilla; y, habiendo recibido instrucciones de ellos, comenzaron a enseñar las doctrinas del evangelio a sus hermanos de una manera sencilla y sin disimulo; de modo que, en pocos años, todo el convento estaba leudado con las nuevas opiniones.* La persona que tuvo mayor influencia en efectuar este cambio fue Cassiodoro de Reyna, más tarde célebre como el traductor de la Biblia a la lengua de su país.
Un cambio más decidido en el estado interno de este monasterio tuvo lugar en el curso del año 1557.
Habiéndose recibido un amplio suministro de copias de las Escrituras y libros protestantes, en lengua española, los monjes los leyeron con avidez, y contribuyeron inmediatamente a confirmar a los que habían sido ilustrados y a liberar a otros de los prejuicios que los esclavizaban. En consecuencia de esto, el prior y otras personas oficiales, en concurrencia con la fraternidad, acordaron reformar su instituto religioso.
Sus horas de oración, como se las llamaba, que se habían pasado en solemnes ceremonias se destinaron a escuchar lecturas sobre las Escrituras; las oraciones por los muertos se omitieron o se convirtieron en lecciones para los vivos; las indulgencias papales y los indultos, que habían formado un lucrativo y absorbente tráfico, fueron completamente abolidos; Se permitió que las imágenes permanecieran( para no despertar sospechas) sin recibir homenaje; la temporeza habitual fue sustituida en el lugar del ayuno supersticioso; y los novicios fueron instruidos en los principios de la verdadera piedad, en lugar de ser iniciados en los hábitos ociosos y degradantes del monacato.
*** * Montanus, p. 237-247. t Llorente (ii. 262.) simplemente lo llama "Fr. Casiodoro", pero no tengo duda de que él era el individuo mencionado en el texto. ***
No quedó nada del antiguo sistema excepto la vestimenta monástica y la ceremonia externa de la misa, que no podían dejar de lado sin exponerse a un peligro inminente e inevitable.* Los buenos efectos de este cambio se sintieron fuera del monasterio de San Isidro del Campo. Por su conversación y por la circulación de libros, estos fervientes monjes difundieron el conocimiento de la verdad por el país adyacente y lo impartieron a muchas personas que residían en pueblos a una distancia considerable de Sevilla.
En particular, sus esfuerzos tuvieron éxito en las casas religiosas de la orden jerónima; y el prior y muchos de la hermandad del Valle de Ecija, situada en las orillas del Xenil, estaban entre los conversos a la fe reformada.
Los individuos de la más alta reputación que pertenecían a esa orden incurrieron en la sospecha de herejía. Juan de Regla, prior de Santa Fe y provincial de los jerónimos en España, era un teólogo muy célebre por sus talentos y conocimientos, y había asistido al concilio de Trento durante su segunda convocación.
Denunciado a la Inquisición de Zaragoza, fue condenado a penitencia y abjuración de dieciocho proposiciones que tenían sabor a luteranismo. Después de su retractación, verificó la máxima sobre los apóstatas, con su encarnizada persecución de aquellos que eran sospechosos de sostener las nuevas opiniones, y fue ascendido al cargo de confesor, primero ante Carlos V. y después ante Felipe II.
Francisco de Villalba, monje jerónimo de Montamarta, se sentó en el concilio de Trento junto con Regla, y fue predicador de Carlos y Felipe. Atendió al primero en sus últimos momentos, y pronunció su oración fúnebre con una elocuencia tan espantosa, que varios de sus oyentes afirmaron que les ponía los pelos de punta.
Después de la muerte del emperador, se inició un proceso contra Villalba ante la Inquisición de Toledo, en el que se le acusó de haber enseñado ciertos errores luteranos. Al mismo tiempo se intentó *** Montanus, p. 247, 248. f Ibíd. pag. 249. t Cipriano de Valera, Dos Tratados, p. 248. Llorente, ii. 160, 161; III. 84, 85.
En un capítulo de los monjes de San Jerónimo se hizo un intento de manchar su sangre, demostrando que era de origen judío. Esta acusación fue refutada. Pero no fue tan fácil poner fin a su juicio ante los inquisidores; todo lo que pudo conseguir, mediante la intervención del tribunal, fue que su encarcelamiento se retrasara hasta que se encontraran más testigos; y mientras las cosas seguían en este estado, fue liberado de la persecución, por la mano de la muerte.*
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