martes, 27 de agosto de 2024

CORNELIA BORORQUIA *PARÍS EDICIÓN-1819 * CARTA Vlli

CORNELIA BORORQUIA

PARÍS

 EDICIÓN-1819

CARTA Vlli

CORNELIA BORORQUIA A SU  PADRE

PRISIÓN DEL SANTO OFICIO DE SEVILLA, 28 DE MARZO.

VUESTRA carta me ha consolado en extremo, querido padre mío:  ¡oh, cómo dejáis advertir en ella  a cada línea el lenguaje de un buen padre! Ya lo sé, ya lo sé, que mi relación ha traspasado vuestro tierno y sensible pecho. ¡Pobre padre mío! Verse privado de una hija a la que tanto amaba, mirar acaso malogradas ya sus esperanzas, saber su mísera situación, estar cerciorado de su inocencia, no poderla socorrer... ¡Ah!

Esto debe haber penetrado de dolor vuestra grande alma. Si estuviera en una prisión civil, entonces podríais a lo menos venir a verme, sollozar, suspirar a mi lado, llorar conmigo, enjugar mis lágrimas y yo las vuestras, desahogar en mi pecho vuestras penas y yo en el vuestro las mías; podríais salir a mi defensa, interponer en mi favor la mediación de vuestros fieles amigos; podrías oponeros con frente firme y resoluta a los injustos maltratamientos de la inhumana prisión que sin razón padezco, levantando vuestra voz hasta el trono mismo del Monarca si era necesario; podríais, ¡ay de mí!, restituirme a la vida y a la libertad; pero aquí no se permite entrar a alma nacida, como si nuestros crímenes verdaderos o supuestos fueran de mayor consecuencia que los de un ladrón, los de un asesino, los de un bandolero; aquí es menester sufrir en silencio y sin abrir

siquiera la boca para quejarse; aquí... ¡qué horror!

Dichosos, ¡oh vosotros presos de las cárceles públicas!, que si os halláis agobiados bajo el peso de la tribulación, depositáis libremente vuestros dolores en el seno de vuestros parientes, de vuestros amigos, de vuestros deudos, y suavizáis de este modo el duro destino que os han acarreado vuestros delitos. Felices, ¡oh vosotros perturbadores del orden social!, que sabéis quien os acusa, que se os permite la defensa, que tenéis por jueces a otros hombres, y no a... ¡Ay padre de mi alma! Permitirme, permitidme este pequeño desahogo que me dicta la razón y la justicia18.

La obscuridad, la humillación, el silencio, las angustias de una prisión en donde no se me deja otra señal de vida más que la respiración, me sugieren a pesar mío reflexiones tristes y sombrías. Sin correspondencia, sin compañía, sin la menor noticia de mi suerte, sin el más leve conocimiento de lo venidero... ¡qué existencia tan horrible! ¡Ah, cuánto más valiera morir de

una vez en un cadalso! ¡Si supierais las insidiosas preguntas que me han hecho en mi interrogatorio! El Inquisidor General, temiendo ver triunfar mi inocencia, tiraba con sus preguntas y repreguntas a tenderme lazos sutiles, semejantes a las finísimas telas que suele tejer la hambrienta y taimada araña para enredar entre ellas al miserable insecto que viene a ser su presa. Pero lo que más temo es que me apliquen al tormento, porque ¿cómo podré lisonjearme de tener bastante fuerza para aguantarle? 19

La Lucía cada vez se esmera más en mi cuidado, viene a verme mil veces al día, me da muchos alimentos y aun me quita también los grillos algunos ratos, especialmente cuando contempla que no ha de haber

registro20.

Por lo que respecta al Arzobispo, también viene frecuentemente a atormentarme. ¡Qué monstruo! No puedo soportar su vista; me horrorizo solamente al mirarle: entra con la piel de oveja, me halaga, me habla con dulzura, y hallándome cada vez más empedernida, se sale de aquí furioso, al modo que un lobo voraz que habiendo sido echado de un aprisco, va con la lengua colgando o lamiéndose los labios ensangrentados a ocultar en los bosques su vergüenza y furor; pero siempre alampándose por carne y sangre, a pesar de que lleva aún palpitando en sus ijares las víctimas que ha devorado.

Sí, sí: yo leo en la frente de este imprudente anciano, yo advierto en sus traidoras miradas, yo infiero de las palabras mismas que suele proferir al despedirse, toda la saña, toda la crueldad de su corazón. Mi resistencia, mis desdenes, en fin mi mortal odio, todo, todo ha concurrido a despertar, por decirlo así, su natural ferocidad helada ya con el frío de la sangre, y a devolver a su pecho toda la furia y fiereza de su juventud.

Decidme algo del caballerito Vargas. ¿Sabe mi situación? ¡Oh cuánto se afligiría si la supiera! No, no le digáis mis penas. Sufrámoslas los dos solos y consolémonos mutuamente por escrito. Hasta otra vez.

P. D. Dos días antes de mi prisión, la Eulalia me quitó en zumbas un retratito de Vargas. Dignaos, padre mío, pedírsele, y enviársele al Conde para que se le entregue a la Lucía.

 

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