HISTORIA, PROGRESO Y SUPRESIÓN DE LA REFORMA EN ESPAÑA
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
244-248
Cuando se le comunicaron las declaraciones de los testigos, Sigismond reconoció
**** Cabrera, Crónica de Don Filipe Segundo, Rey de Espana, p. 248. Madrid, 1619, folio. La casa de Brunswick Lunenburg estaba en ese momento dividida en tres ramas. La persona a la que se refiere el texto, Enrique X, duque de Brunswick, era un decidido enemigo de la Reforma. Por otra parte, Ernesto, duque de Lunenburg-Zell, cuyos descendientes se convirtieron después en electores de Hannover y reyes de Inglaterra, fue un reformador celoso. ***
rechazó todo lo que se le imputaba, pero alegó que lejos de ser un hereje era mejor católico que los papistas; en prueba de lo cual leyó, para gran mortificación de la corte, una larga apología que había compuesto en prisión. Se burló de la ignorancia de los sacerdotes que fueron enviados para convertirlo, en consecuencia de lo cual fue condenado a llevar la mordaza en el cadalso y en la hoguera; y los guardias, envidiándole la gloria de un martirio prolongado, traspasaron su cuerpo con sus lanzas, mientras los verdugos prendían la pira, de modo que pereció al mismo tiempo a fuego y espada.* Aunque la mayor parte de los prisioneros exhibidos en los autos de fe de Granada y Valencia eran judíos o mahometanos, sin embargo, los protestantes sufrieron junto con ellos de vez en cuando; entre los cuales nuestra atención se fija particularmente en Don Miguel de Vera y Santangel, un monje cartujo de Portaceli, como perteneciente al convento en el que se compuso la primera traducción de la Biblia al idioma español.!
Ninguno de los tribunales provinciales se ocupó tanto de suprimir la Reforma como los de Logroño, Zaragoza y Barcelona.
En los numerosos autos celebrados en estas ciudades, gran parte de los que aparecieron en los cadalsos eran protestantes. Pero el principal empleo de los inquisidores en las provincias orientales consistía en buscar y confiscar libros heréticos que se introducían desde las fronteras de Francia o por mar. En 1568, el consejo del Supremo les dirigió cartas comunicándoles información alarmante recibida de Inglaterra y Francia.
Don Diego de Guzmán, embajador español en Londres, había escrito que los ingleses se jactaban de los conversos que su doctrina estaba logrando en España, y particularmente en Navarra.
Al mismo tiempo, el embajador en Vienne anunció que los calvinistas de Francia se felicitaban por la firma del tratado de paz entre los monarcas franceses y españoles, y abrigaban esperanzas de que su religión progresaría tanto en España como lo había hecho en Flandes, Inglaterra y otros países, porque los españoles, que ya la habían abrazado en secreto, ahora tendrían una comunicación fácil a través de Aragón con los protestantes de Bélgica.
Desde Castres y desde París, el inquisidor general había recibido cierta información de que grandes cantidades de libros, en lengua castellana, estaban destinadas a España.
En algunos casos, estos fueron introducidos en barriles de champán y vino de Borgoña, con tal destreza que pasaron por las manos de los funcionarios de aduanas sin ser detectados.
De esta manera, muchos ejemplares de la Biblia española, publicada por Cassiodoro de Reyna en Basilea, en 1569, llegaron a España, a pesar de las más severas denuncias del Santo Oficio, y la máxima vigilancia de los familiares.* Pero la Inquisición no se conformó con impedir que hombres y libros heréticos entraran en España; se esforzó con igual celo en impedir que caballos ortodoxos fueran exportados fuera del reino.
Por que esto pueda parecerle al lector creíble o ridículo, nada puede ser más incuestionable que el hecho, y nada demuestra más decididamente el carácter sin principios de los inquisidores, así como de aquellos que recurrieron a su agencia para promover sus planes políticos.
Ya en el siglo XIV se había declarado ilegal transportar caballos de España a Francia.
Esta prohibición se originó enteramente en consideraciones de economía política, y era tarea de los funcionarios de aduanas impedir el comercio de contrabando. Pero con ocasión de las guerras que surgieron entre los papistas y los hugonotes de Francia, y el aumento de estos últimos en las fronteras españolas, a Felipe se le ocurrió, como un excelente recurso para acabar con el comercio prohibido, encomendar la tarea a la Inquisición, cuyos servicios serían más efectivos que los de cien mil guardias fronterizos. Con este fin, consiguió una bula del Papa, que, con una referencia especial a los hugonotes de
*** * Llorente, i. 477 ; ii. 392-394, 407. ****
Francia, y en particular los habitantes de Bélgica, declararon sospechosos de herejía a todos los que suministraran armas, municiones u otros instrumentos de guerra a los herejes.
En consecuencia, el consejo del Supremo, en 1569, añadió al edicto anual de denuncia una cláusula que obligaba a todos, bajo pena de excomunión, a denunciar a cualquiera que hubiera comprado o transportado caballos para uso de los protestantes franceses; esta cláusula se extendió después a todos los que los enviaran a través de los Pirineos.
Por esta infracción, los tribunales inquisitoriales de las fronteras multaron, azotaron y condenaron a galeras a muchos. Los inquisidores, siempre empeñados en ampliar su jurisdicción, trataron de poner bajo su conocimiento todas las cuestiones relativas al contrabando de salitre, azufre y pólvora.* Felipe, sin embargo, desvió su atención de esta intrusión en la administración civil, ocupándolos en la caza real.
Fernando el Católico, aprovechándose de circunstancias favorables, había añadido la mayor parte del reino de Navarra a sus dominios; y Carlos V, en un arranque de devoción, había, por testamento, ordenado a su hijo que examinara la reclamación que la monarquía española tenía sobre estos territorios y, si se determinaba que no era válida, los devolviera al propietario original. Lejos de hacer este acto de justicia, Felipe tenía la intención de anexar todo ese reino a su corona. Por instigación suya, el papa Pío IV.
En 1563, emitió una bula excomulgando a Juana de Albret, reina hereditaria de Navarra, y ofreciendo sus dominios al primer príncipe católico que se comprometiera a limpiarlos de herejía. Con su característica duplicidad, Felipe manifestó a la corte francesa su desaprobación de la medida adoptada por Su Santidad, mientras que, de acuerdo con el inquisidor general Espinosa y la casa de Guisa, estaba concertando medidas para apoderarse de la persona de la reina de Navarra y de su hijo, más tarde Enrique IV de Francia, con la
*** Llorentc, ii. 394-400. t Sandoval, Vida del Emperador Don Carlos V. tor. ii. p. 876. 248 **
visión de llevarlos por la fuerza a España y entregarlos a la Inquisición. Esta vergonzosa conspiración, formada en 1565, fue derrotada sólo por la repentina enfermedad del oficial a quien se había confiado su ejecución.*
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