HISTORIA, PROGRESO Y
SIGLO XVI.
THOMAS McCRIE,
D. D. PAUL T. JONES, AGENTE EDITORIAL. 1842
91-93
Inquisición; y Sixto IV, en una carta a la reina Isabel, manifestó que "había sentido el más vivo deseo de verla introducida en el reino de Castilla. 7 * A pesar de esto, la corte papal, tanto secreta como abiertamente, alentó a los nuevos cristianos a apelar a Roma, revocó las sentencias que la Inquisición había pronunciado contra ellos en España y los admitió a la reconciliación en secreto. Pero después de haber extorsionado grandes sumas de dinero por estos favores, tan pronto como el monarca español, a instigación de los inquisidores, reclamó contra estos procedimientos, revocó sus decisiones, suspendió la ejecución de sus bulas y dejó a las víctimas de su avaricia y duplicidad a la venganza de sus perseguidores indignados.!
Fue evidentemente sobre la base del mismo principio avaro que León X, en el año 1517, autorizó a los inquisidores de Roma a juzgar las quejas de herejía contra los nativos de España.
En esa ocasión, Gerónimo Vich, el embajador español, recibió órdenes de su corte para protestar contra este decreto, por que infligía un estigma a una nación que había dado testimonio de tanto celo por la fe católica, y para solicitar que el remedio contra la herejía se aplicara por igual a los de otros países.
A esta representación, León replicó gravemente que, lejos de querer infligir una desgracia, había tenido la intención de conferir un honor a la nación española; que había tratado con ellos como un hombre rico hace con sus joyas, que guarda con mayor cuidado que el resto de su propiedad; y pensaron que, como los españoles tenían tan alta estima por la Inquisición en su país, no se sentirían ofendidos por ella en el extranjero4 La conducta de la Inquisición presentaba la misma flagrante contradicción con los principios declarados sobre los que se fundaba.
En medio de todas sus profesiones de celo por la pureza de la fe, los inquisidores llevaron * Llorente, i. 164. t Ibid. p. 239-256. t El despacho de la corte española en esta ocasión, y la respuesta da al embajador, están dados por Argensola, en sus Anales de Aragón, p. 373-376. trabajó sobre el escandaloso tráfico de conmutar la censura canónica por multas pecuniarias. Mantener a los cristianos dentro del sagrado recinto de la iglesia católica, y en obediente sujeción a su cabeza suprema, fue el gran objetivo de la institución del Santo Oficio; y el ejercicio de sus poderes fue delegado a los monjes, quienes eran los más devotos partidarios del Romano Pontífice, y sostenían que sus decretos en materia de fe, cuando se pronunciaban ex cathedra, eran infalibles. Sin embargo, cuando los decretos de la Santa Sede eran opuestos a sus propias determinaciones, o interferían con sus intereses particulares, no tenían escrúpulos en resistirlos, y comprometer al gobierno del país en su disputa.* No era de esperar que la conducta de la corte de España fuera menos egoísta.
Todos están de acuerdo en que Fernando, al apoyar a la Inquisición, la consideraba, no como un medio para preservar la pureza de la religión, sino como un instrumento de tiranía y extorsión. Tampoco su nieto Carlos V estaba movido por motivos superiores. Al asumir las riendas del gobierno en España, juró observar ciertas regulaciones equívocas para corregir los abusos de la Inquisición; pero declaró, al mismo tiempo, en privado, que esta promesa le había sido arrancada por la importunidad de los representantes de ciertas ciudades.
Desesperando de algún alivio de este lado, las cortes de Aragón enviaron diputados a Roma y, mediante la distribución de una suma de dinero entre los cardenales, obtuvieron tres breves que reformaban la Inquisición y colocaban su procedimiento en pie de ley común.
Carlos, que deseaba emplear ese formidable tribunal como máquina para reprimir los tumultos que sus arbitrarias medidas habían provocado en varias partes del reino, solicitó a León X una bula que anulara los odiosos informe. La negociación que siguió, y que se prolongó durante tres años, es igualmente vergonzosa para ambas partes. Su Santidad le dijo al señor de Belmonte, el embajador español, que había sido informado por personas creíbles, que la Inquisición era la causa * Llorente, i. 240, 247, 392, 395; ii. 81. . de terribles males en España; a lo que el embajador respondió sin rodeos que las personas que dieron esta información eran creídas, porque eran liberales de su dinero. Al mismo tiempo, aconsejó a su amo que recurriera a ese sistema de soborno del que se quejaba. "
El cardenal Santiquatro (escribe que) puede ser de gran utilidad en este asunto, porque atrae tanto dinero como puede para su amo y para sí mismo.
Es sólo con esta condición que está autorizado por el papa para actuar, y ejecuta su tarea con gran destreza. El cardenal de Ancona es un hombre erudito y enemigo del primero. Es ministro de justicia y puede ser útil, ya que está bien dispuesto, para servir a Su Majestad; pero se le considera un gran ladrón como su colega." En otra misiva dice: " Siempre me han asegurado que, en lo que se refiere a la Inquisición, el dinero es un medio para ganarse a estos cardenales." Y después de solicitar instrucciones de su corte, añade: " Todo esto es necesario, y algo más; porque el dinero hace mucho aquí. El Papa espera (de Aragón y Cataluña) cuarenta y seis o cuarenta y siete mil ducados." Los cardenales eran demasiado " sabios en su generación" para dejarse engañar por las aduladoras representaciones que el embajador hizo del desinterés de su amo, y se rieron de la idea de que los soberanos apoyaran a la Inquisición "por puro celo por la religión."
No hay comentarios:
Publicar un comentario