INTRODUCCIÓN A LA BIBLIA ESPAÑOLA
EN LA REPÚBLICA AMERICANA
DE GUATEMALA
FREDERICK CROWE
LONDRES, 1850
196-199
Los puertos yucatecos de Campeche y Bacalar se animaron durante el año de 1798 con el equipo de una pequeña flotilla o expedición, dirigida secretamente contra los comerciantes rivales de la Bahía de Honduras, cuya energía británica, si bien había creado el mercado, prometía aplastar la lenta competencia de los leñadores en la Bahía de Campeche.
Don O'Niel, mariscal de campo al servicio de España, fue confiado al mando. El relato británico afirma que la escuadra ascendía a no menos de quince velas, tripulada por casi tres mil hombres. Apareció frente a St. George's Key en el mes de septiembre. En este lugar se reunieron todos los colonos que podían portar armas, junto con sus esclavos, de quienes ahora dependían principalmente para su defensa. Las casas de la isla, que entonces eran todavía numerosas, fueron destruidas primero por el fuego para impedir que el enemigo se aprovechara de ellas, y se ofreció una resistencia desesperada, que duró dos días. Durante este tiempo, el éxito de los colonos fue más de una vez dudoso. Finalmente, en la tarde del segundo día, la flota española abandonó la empresa y se retiró. Desde entonces, los asentamientos han permanecido en tranquilidad imperturbable. En esta ocasión, los esclavos manifestaron mucho coraje y fidelidad. Muchos de ellos habían estado armados sólo con largas lanzas de palmeto, cuya textura exterior es extremadamente dura y es capaz de tomar una punta, si se afila hacia un lado, casi tan dura y tan dañina como el metal. Este palmito, que crece en pantanos y está cubierto de grandes espinas con forma de lanza, da un fruto agradable, cuyo nombre español es coyol, pero que los hombres de la bahía llaman "chicos de cerdo y masa"; y, por poco digno que pueda sonar a oídos marciales, la circunstancia del uso de estas lanzas primitivas, dio a este enfrentamiento el apodo algo epicúreo de la guerra de los chicos de cerdo y masa, con cuyo nombre solo todavía se habla de ella en la bahía.* La importancia que el Gobierno británico le dio a este evento, así como los medios de defensa con los que se encontraron provistos los colonos, aunque fueron tomados por sorpresa, aparecen en el siguiente extracto de una carta de su gracia el Duque de Portland, al Teniente General el Conde de Balcarres, fechada en Whitehall, 8 de febrero de 1799.
"Mi Señor, — fue un gran placer exponer ante Su Majestad, el relato que usted transmitió de la derrota de la flotilla española, en su ataque a nuestro asentamiento de Honduras. " La conducta capaz y juiciosa del Teniente Coronel Barrow, y el Capitán Moss del balandro Merlin, la valentía de las tropas y marineros bajo sus respectivos mandos, y los enérgicos esfuerzos del asentamiento en general, en esta ocasión, han sido tales como para recibir la aprobación de Su Majestad, que Su Señoría por la presente se le ordena que indique a través del Teniente Coronel Barrow junto con el justo sentido Su Majestad se ocupa de su conducta valiente y meritoria. "Un extracto verdadero." (Firmado) Balcakres."!
Pero hay otro acontecimiento que, como ocurrió menos de dos años antes de la fecha de la guerra de Pork-and-dough-boy, debe considerarse como que tuvo al menos una parte de influencia en producir el repentino ataque de los españoles.
*** * La pronunciación criolla de este nombre lo transforma en Poke-and-doo-boy. T Relato del capitán Henderson, pág. 9. ****198 EL EVANGELIO EN CENTROAMÉRICA.
La isla de Ruatan, que fue arrebatada a los piratas ingleses, y cuya población había sido expulsada por los españoles en 1650, permaneció en estado desértico durante casi un siglo entero. En 1742, los ingleses tomaron posesión de ella nuevamente y la fortificaron con materiales que habían llevado del puerto vecino de Trujillo. En 1780, fueron nuevamente desalojados por fuerzas enviadas desde Guatemala para ese propósito; pero Una vez más se adueñaron de la isla en 1796, cuando la constituyeron en el asentamiento penal de los muy perjudicados caribes, a quienes su cruel rapacidad había perdonado en San Vicente y las otras islas de Sotavento.
Juarros afirma que en esta ocasión dos mil caribes se encontraban en Ruatán, y que, "tan pronto como se supo de esta invasión en la capital, el gobernador ordenó al intendente de Comayagua que enviara a la isla a don José Rossi y Rubia, para averiguar en qué estado se encontraban estos negros, a fin de que, con sus datos, se hicieran los arreglos necesarios para su reconquista. El 17 de mayo de 1797, Rossi, con doce oficiales, se embarcó en Trujillo a bordo de un pequeño barco, armado con cuatro cañones pequeños y doce mosquetes, y llegó al puerto de Ruatán al día siguiente."* No encontraron hostiles a los caribes, y después de volver a izar la bandera española con las ceremonias acostumbradas, regresaron tranquilamente a Trujillo. Después de la derrota de la flotilla yucateca, los asentamientos en la bahía continuaron floreciendo, y al interrumpirse por completo las visitas periódicas de los comisionados, una especie de concesión tácita por parte de los españoles pareció sancionar la idea parcialmente sostenida, y desde entonces a menudo defendida por los colonos británicos, de que ahora poseían estos territorios por derecho de conquista Así, en 1799, las invasiones de casi dos siglos llegaron a un punto crítico, del cual los colonos y el Gobierno interno estaban igualmente dispuestos a sacar ventaja.
Con el comienzo del presente siglo, podemos fechar una nueva era en la historia de nuestros asentamientos en América Central; pero aunque, por el aumento de la luz y el buen entendimiento internacional, podríamos esperar que el último período se caracterizaría por un espíritu diferente y resultados más equitativos, sin embargo, ha sucedido lo contrario; y frente a la marcha del intelecto, **** Juarros, p. 321. REFLEXIONES. 199 ***y al final de una paz de treinta años, encontramos que el creciente apetito por la conquista o la anexión -ya sea por el uso real de las armas o por el poder que confiere su posesión- ha aumentado cuatro veces más durante los últimos cincuenta años que en los doscientos anteriores. Pero sin anticipar lo que queda por contar, hay suficiente en el presente capítulo para moderar cualquier disposición que pudiera sentirse a complacer el orgullo de la nacionalidad. De los hechos registrados, debemos concluir que, cualesquiera que sean las ventajas morales que hayamos disfrutado sobre la monarquía española, nuestros frutos difieren poco en calidad de los de ellos, y aunque, en cuantía, nuestra criminalidad nacional pueda parecer a primera vista pequeña en comparación, nuestras mismas ventajas deben agravarlas considerablemente. ¡Oh! para que quede grabado en cada corazón, en conexión con una historia como ésta, que Gran Bretaña ha contraído una deuda de obligación nacional que sólo sus hijos e hijas pueden saldar admitiendo primero su extensión total y urgencia, y luego ofreciendo para su liquidación súplicas e intercesiones personales ante un trono de gracia, y la consagración cordial de una influencia santificada y de esfuerzos sostenidos constantemente por la regeneración espiritual de tribus a las que nuestro país debe aparecer en el carácter de un agresor. Nuestra proximidad a ellos ha sido la fuente fértil de vejaciones y calamidades. Sólo últimamente se ha mostrado alguna disposición a considerarlos como hermanos. Sólo últimamente se han hecho algunos esfuerzos por parte de unos pocos para extenderles algunas de nuestras propias mejores bendiciones y ventajas. Pero aunque nuestro reproche es claramente evidente, nuestras oportunidades de eliminarlo aún no nos han sido arrebatadas. “Las riquezas de la bondad de Dios, su paciencia y su longanimidad” todavía nos conducen al arrepentimiento, y a nosotros nos corresponde producir sus frutos apropiados.
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