sábado, 14 de septiembre de 2024

UN MISTERIOSOS ALTO Y RUBIO, SALVA A "BEBE"...Y A "PEQUEÑOS BOCADOS" DE UN INCENDIO-

 EL FUEGO Y “ROCÍO”, “BOTAS”,
“BEBÉ”, Y “PEQUEÑOS BOCADOS”

UN SUSURRO DE ANGELES

Por Marilynn Carlson Webber y William D. Webber

Relatos acerca de ángeles de la vida real y de las Escrituras.

¡Dios cuida de los animales! Jesús mismo dijo que ni siquiera caía una hoja al suelo sin que Dios lo notase. La próxima historia de intervención angelical prueba nue­vamente este punto.

Maureen Broadbent y su esposo tenían una casa en el campo, a las afuera de Corona, en el Sur de California. Un buen día Maureen regresó de comprar víveres para encontrar su casa en llamas. El departamento de bombe­ros voluntario estaba ya en el lugar, pero solo de pie mi­rando, observando cómo progresaba el fuego.

«No podemos acercarnos», explicó el jefe. «Suena co­mo si hubiesen fuegos artificiales disparándose dentro de la casa».

Maureen se dio cuenta que el ruido que venía de dentro de su casa eran las pistolas que usaba su esposo para mantener alejados a los coyotes. Se estaban dispa­rando con el calor.

Maureen escuchó ladridos y se dio cuenta que sus dos perros, «Rocío» y «Botas», sus dos gatos, «Bebé» y «Pequeños Bocados», y el perro vecino que estaba de vi­sita, habían escapado a través de la puerta para el perros hacia el patio trasero.

También por causa de los coyotes en está región, bastante salvaje aún del Sur de California, el patio estaba cercado por una cerca metálica muy fuer­te de tres metros de alto, con alambre de púas encima de ellas.

 Maureen comenzó a caminar hacia la puerta para soltar a los animales, pero el bombero la sostuvo y le se­ñaló el tope de la cerca. De alguna forma, el fuego había tumbado otros alambres. «No sabemos si son alambres de teléfono o de electricidad. Si son eléctricos, toda esa cerca está con electricidad viva. Nadie puede tocarla.»

Maureen estaba dolida porque su casa se estaba que­mando con sus posesiones, pero no podía soportar el pensamiento de que el fuego que se estaba esparciendo pudiera matar a los animales atrapados en el patio.

 Ella corrió por la parte de atrás y le habló a los animales. Ellos estaban atemorizados, pero de alguna manera le pedían que los ayudara a escapar del calor que aumenta­ba. Sin embargo, la situación parecía sin esperanza.

Maureen se tiró al suelo, llorando y comenzó a orar: «¡Oh, Dios! ¿Cómo saco mis animales de aquí? Tengo te­mor de tocar la cerca...»

De momento su atención fue captada por la figura de un hombre corriendo a través del terreno que rodeaba la casa.

Aunque los arbustos y árboles eran tupidos, el hombre –no tenía camisa– corría con agilidad. Maureen conocía a todo el mundo que vivía en esta área tan remo­ta, pero ella nunca había visto a este hombre antes.

A medida que él se acercaba, ella notó que tenía más de dos metros de alto, de pelo rubio y ojos azules. Aunque corría a gran velocidad y sin esfuerzo, cuando salió de la maleza llena de espinas notó que él estaba descalzo.

Sin decir una palabra, él se dirigió a la cerca, la asió, y con facilidad la levantó de abajo hasta que hubo una abertura;;, o suficientemente grande para que pudieran salir todos los animales. Todos ellos escaparon en el acto y rodearon a Maureen donde estaba sentada en el piso. Allí se encontraba, llena de lamidos y besos mojados, en el centro de una reunión gozosa.

Cuando levantó su vista para agradecer al misterioso extraño, él no estaba allí. En realidad, él no estaba por ninguna parte. Desde la casa de los Broadbent, ella podía ver por millas en cualquier dirección. Además de los bomberos, no había nadie más, ni en la casa ni dirigién­dose por el campo.

Como una nota curiosa, la familia Broadbent añade que ningún humano, no importa lo grande o bien mus­culoso que este fuera, podría haber movido la pesada cerca de regreso a su lugar, de donde había sido levanta­da con tanta facilidad.

La familia Broadbent vive ahora en Tejas, donde Maureen reporta con alegría que vive consciente del amor de Dios y de la protección de sus ángeles en el dia­rio vivir.     

UN SUSURRO DE ANGELES

Por Marilynn Carlson Webber y William D. Webber

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